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Producir más alimentos con menor impacto ambiental

Con el potencial para el desarrollo de una agricultura competitiva, la Argentina se destaca entre los países con mayor potencial productivo. Especialistas del INTA aseguran que, frente a una demanda global de alimentos en permanente aumento, el país tiene una gran oportunidad. 

Desde el advenimiento de la agricultura, la producción agrícola acompañó el incremento en la demanda de alimentos por parte de la población en constante crecimiento. Hasta mediados del siglo XX, hubo una notable y rápida expansión de la superficie cultivada y, posteriormente, un aumento de los rendimientos por unidad de superficie basados en el uso de insumos externos, lo que devino en un evidente daño ambiental a escala mundial.

Actualmente, el sector agropecuario global se enfrenta a un nuevo desafío: alimentar a un mundo cada vez más habitado, pero con el menor impacto ambiental posible. ¿Es posible ser más productivos y sustentables? ¿Cómo se posiciona la Argentina frente a este desafío? A continuación, un análisis de lo se expuso en el Congreso Aapresid que se realizó del 7 a 9 de agosto en el Centro de Convenciones Metropolitano, Rosario, Santa Fe.

Para Fernando Andrade –investigador del Inta Balcarce, Buenos Aires–, “la Argentina tiene una gran responsabilidad en la futura seguridad alimentaria por ser uno de los países con mayor potencial para la agricultura del mundo”. Además, destacó que “la creciente demanda global de productos agropecuarios constituye una gran oportunidad para el desarrollo equitativo de los territorios de nuestro país, de la mano, principalmente, del agregado de valor y de la agroindustria, además de la producción primaria”.

“La agricultura tiene una importancia estratégica en la economía argentina”, indicó el especialista quien aseguró que nuestro país presenta una serie de ventajas comparativas para la producción agropecuaria dadas por la diversidad de climas y de suelos, lo que lo posibilita para producir una amplia diversidad de productos.

Asimismo, reconoció que “el gran desafío que enfrentamos es satisfacer y aprovechar dichas demandas de productos del agro, al tiempo que se reduce el impacto ambiental”.

En este sentido, subrayó que “el sector agroindustrial argentino es pionero en adopción e innovación tecnológica y organizacional en los últimos 25 años, tales como la aplicación de la siembra directa, de biotecnología y en el uso de nuevas tecnologías de información y agricultura de precisión”.

Para Andrade, resulta clave generar conciencia acerca de la necesidad de ser sustentables en los sistemas productivos, para lo cual, es fundamental planificar los agroecosistemas a fin de asegurar la provisión de servicios ecosistémicos y beneficios socioeconómicos esenciales para la sociedad. “Es necesario implementar estrategias productivas como las tecnologías de conocimientos y de procesos que permitan alcanzar una mayor productividad y eficiencia en el uso de recursos e insumos y reducir el impacto ambiental”, indicó.

En esta línea, el investigador destacó el aporte del mejoramiento genético y la biotecnología, del manejo de cultivos con base ecofisiológica, de las técnicas conservacionistas y de la intensificación del número de cultivos en el año. Además, señaló la importancia del manejo integrado de plagas, la intensificación con base ecológica y las buenas prácticas en fertilización.

Un pasado para revertir

 

De acuerdo con Andrade, la producción agropecuaria global es responsable de buena parte del impacto ambiental sobre los ecosistemas por sus contribuciones a la emisión de gases de efecto invernadero, por la pérdida de biodiversidad, por la contaminación, por la degradación de los suelos, por el incremento del nitrógeno reactivo en la biósfera y por los aportes al flujo de fósforo y de otros nutrientes a aguas superficiales y a los océanos.

En cuanto a la Argentina en particular, el investigador señaló que la agricultura de las últimas décadas estuvo marcada por un incremento en el área sembrada de cultivos, el corrimiento de la frontera agropecuaria, el dominio del cultivo de soja y de las tecnologías de insumos.

“El avance de la agricultura, en especial del cultivo de la soja, tuvo consecuencias negativas sobre la materia orgánica y el balance de nutrientes en los suelos, al tiempo que se incrementaron las emisiones globales de gases invernadero con deterioros en el largo plazo de los sumideros naturales de este elemento”, indicó.

Además, este proceso de agriculturización implica un mayor uso de agroquímicos que contaminan el suelo y los cuerpos de agua, una reducción de la biodiversidad asociada y de servicios ecosistémicos. “Estos significativos impactos sobre el ambiente pueden comprometer la futura producción y la capacidad del paisaje rural de proveer otros servicios ecosistémicos fundamentales”, advirtió el técnico del Inta.

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