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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

¡Nobleza obliga, mi general!

Por Jorge Eduardo Simonetti

Jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

“Si hay victoria en vencer al enemigo, la hay mayor cuando el hombre se vence a sí mismo”.

General José de San Martín

En estos últimos diez días estuve inquieto, sentía que tenía una conversación pendiente con el Libertador y que debía cumplirla cuanto antes.

Me levanté temprano, a las cinco. Me vestí rápidamente, encaré por calle 9 de Julio y doblé por Buenos Aires hasta la plaza 25 de Mayo. Quería acercarme al monumento desde atrás. Mientras caminaba, muchas ideas rondaban mi cabeza: ¿cómo iba a encarar el diálogo con San Martín? Es que su figura pétrea, su apostura e impasividad, la historia de la patria enancada en su montado, eran para atemorizar al más pintado.

—¡Ya era hora, mi estimado escriba! —escuché potente su voz, que se abría paso entre la oscuridad de la noche apenas interrumpida por la presencia intimista de los diodos led sabiamente distribuidos. Su timbre inconfundible de mando me transportó a los mejores días de las armas de la patria, en los llanos de Chacabuco o en la cuesta de Maipú.

Pero no estábamos en Mendoza, tampoco en Chile o en Perú, estábamos en Corrientes, en su plaza histórica, en el escenario principal de las gestas provincianas, en ese entorno antiguo que cobija luchas heroicas, gritos libertarios, reclamos federales.

Y allí, más que presidir, custodiaba San Martín la rica historia de su provincia, tan rebelde como altiva, tan sacrificada como dispuesta, que supo entregar la sangre de sus hijos en cuánta gesta nacional fue convocada, desde las costas de San Lorenzo hasta las áridas tierras de Malvinas.

No fue necesario hablar demasiado con el general. Seguía, impertérrito, mirando al este y señalando con su dedo, no ya a los culpables de la plaza olvidada sino a los responsables de su rescate.

No se escuchaban en la dimensión atemporal de las gestas de la patria, los ruidos “de corceles y de acero” en dura lucha contra el yugo español, sino los modernos golpeteos de picos, palas y máquinas en esperada batalla contra la desidia y el olvido.

Y la victoria fue completa, desde una plaza renovada y modernizada sin perder el estilo de su tiempo, hasta un entorno rescatado de las garras del abandono.

Y terminé mi periplo escuchando al general: 

—Así como hace dos años usted fue mi portavoz al escribir ese artículo en el diario El Litoral: “Diálogos con San Martín sobre la plaza olvidada”, hoy sabe lo que tiene que hacer, el debido reconocimiento a autoridades y obreros.

Cuadrándome y haciendo el saludo militar, miré al Libertador y con voz fuerte exclamé: 

—¡Nobleza obliga, mi general!                             

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