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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Milei, ¿un axioma en el teorema de Baglini?

 

“El grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder”.

Raúl Baglini (UCR), 1986

La política está devaluada a los ojos de la gente; mejor debería decir, los políticos en su conjunto. ¿Cuándo no lo estuvieron en la historia moderna?

Si la mayoría descreemos de la política como medio para alcanzar el bien común en la sociedad, ¿en qué o en quién confiamos para que ejerza el gobierno? ¿En el hombre providencial enviado por Dios, en un autócrata iluminado, en los militares, en nadie?

Una forma de hacer política es repudiar la política, desentendernos del destino común, porque si la política no ocupa el lugar en la administración de la sociedad, alguien lo hará en su lugar, pero sin consultarnos.

En la democracia somos lo que elegimos, nadie lo hace por nosotros, el secreto está en que tenemos la posibilidad de escoger, pero también, si las propuestas no nos satisfacen, participar y crear nuevas alternativas. No es tarea fácil, se los aseguro, pero vale la pena.

De antiguo, en la Grecia de los filósofos se denominaba “idiotas” a los que se desentendían de lo público, es decir, de la política. “Por contraposición, la filosofía cínica proponía una salida individualista afirmando que la libertad no era algo capaz de conseguirse en la comunidad sino contra y a pesar de ella” (Jorge Eduardo Simonetti, “Crítica de la razón idiota”, 2018, p. 29)

Y así como Sócrates fue el paradigma de la participación democrática, su contraparte fue el “cínico” Diógenes (cínico, del griego “kynikós”, que significa perruno, comportarse como perro). Su mensaje en contra de la decadente sociedad democrática de entonces no consistía en discursos ni doctrinas, sino en acciones disruptivas. Frente al discurso democrático, proponía “ladrar, mear y masturbarse”.

No creo equivocarme si digo que Javier Milei es el Diógenes moderno. Diógenes tuvo sus seguidores; los tiene Milei. Pasaron más de 2.400 años, pero el público sigue siendo el mismo, y el mensaje también: ladrar, mear y masturbarse contra el sistema.

El libertarismo, definido en trazos gruesos, podríamos decir que es el liberalismo extremo; Milei es un libertario en toda la línea, no solo en lo ideológico. También lo es, por poner un ejemplo, en lo capilar. Sus pelos al viento, como de recién levantado, representan una posición política, algo así como la rebelión contra el peine, que representa al papá Estado que constriñe al peinado. Ni más ni menos que como lo hacía Diógenes.

Hoy por hoy, según encuestas, es el segundo político con mejor imagen, especialmente entre los jóvenes. ¿Qué tan cerca está de ser una opción de gobierno para 2023? ¿O representa, tan solo, una válvula de escape contra la mala imagen de los políticos tradicionales?

¿Las ideas y actitudes del “político de las mechas” son una salida para la Argentina? ¿Son coherentes sus dichos y conceptos con sus hechos y posicionamientos públicos? ¿Es un político con capacidad electoral para gobernar?

Temo que el ideario libertario no se aplica con pureza en ningún lugar del mundo, en especial en las democracias de occidente, aun en aquellas que tienen los mejores índices de libertad económica, conforme las mediciones de la Fundación Heritage.

Pero hay más: el propio libertarismo tiene sus variantes. Milei se ha decantado por la más extrema, el “anarcocapitalismo”, que aboga por la abolición del Estado, en contraste con el “minarquismo”, que supone un Estado mínimo con funciones acotadas de seguridad y justicia.

Sus propias declaraciones públicas lo descalifican como opción seria para 2023. En reportaje al diario Clarín, del 11 de febrero, entendiendo que la abolición del Estado es inviable como propuesta consistente, expresa que es “filosóficamente anarcocapitalista” (sin Estado) pero en “la vida real soy minarquista” (Estado mínimo). ¿En qué quedamos?

Su latiguillo de que “los impuestos no sirven para nada”, cae al precipicio cuando no explica de qué modo los países que pondera financian sus políticas públicas. El problema en Argentina no son los impuestos, sino el nivel de presión fiscal y el empleo de los recursos públicos.

Su demagógico discurso de campaña de gritar contra la “casta política” no explica por qué razón, entonces, se presentó a elecciones y pasó a integrar como diputado la “casta” que tanto descalifica. Sus posicionamientos tienen graves baches de coherencia.

Recurrir al gastado argumento de la “casta” para justificar el faltazo a la decisiva reunión de la Comisión de Presupuesto que integra, demuestra que Milei, en su argumentación cínica, supera a Diógenes. 

La realidad es que a esa hora estaba en Rosario participando de una charla con la economista liberal e influencer Romina Diez. Un farsante.

“Yo no me metí en política para participar de la farsa de los políticos, me metí para desenmascararla. Todo el supuesto debate sobre el presupuesto es una farsa”. Hubiera sido más honesto sentarse a las puertas del Congreso, cual Diógenes, a ladrar, mear y masturbarse.

Otro tanto sucede con su prédica antiimpuestos, cuando utilizó los fondos públicos que provienen de los impuestos, para campaña electoral y ni siquiera presentó la rendición obligatoria de cuentas ante la justicia electoral, escudándose en una falla administrativa.

Tal vez su posición libertaria pueda entenderse de la siguiente manera: “lucho por la libertad de cumplir las normas… las que yo quiera y me vengan en gana, no las que imponga la casta, como la de la obligación legal de rendir cuentas del dinero público recibido para campaña electoral, no las disposiciones constitucionales que me obligan a cumplir con mi trabajo de diputado. Esas, que las cumpla la casta”, sería el razonamiento.

Sus malas palabras construyen rebeldía al sistema, significan resistencia al léxico opresor de la academia de la lengua, un “carajo” bien dado es la expresión lunfarda del guerrero libertario, un sorteo de su sueldo es la proclama propietaria traducida en “yo con mi plata hago lo que quiero”, aunque se olvide de aclarar que la misma es recibida por un trabajo que no hace y excluya del sorteo otras prebendas de la “casta”, como los dinerillos para asesores o los pasajes aéreos gratuitos.

Su verba pseudoanarquista llega hasta los problemas más acuciantes de estos días. Por ejemplo, en rara coincidencia con Máximo, expresa que no votará el acuerdo con el FMI porque significa que el ajuste lo pagará el sector privado y no la casta. 

El ajuste de los gastos políticos (gastos de la “casta”, en su idioma) es un requerimiento ético, no económico; estos apenas constituyen una gota en el mar para la solución de fondo de la deuda externa. ¿Cuál es su propuesta alternativa? No la dijo. Demagogia barata.

Y así, actualizando cánticos de la década del 80, podríamos parafrasear diciendo: ¡patria querida, nunca me des un presidente como Milei, el “estaticida”!

La política debe tener un sustrato de realismo con la situación que se encara. De allí que Milei apenas alcance el grado de axioma en el teorema de Raúl Baglini: “cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos”.

“¿A qué distancia está Milei de alcanzar el poder para gobernar?”. No más cerca que la luna, a estar a sus propuestas, aunque nunca se sabe.

Por Jorge Eduardo Simonetti 

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

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