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Pedro Ferré, el gran republicano argentino

Por Juan Carlos Raffo

Especial

Para El Litoral

En 1832 dijo no a su reelección. “Intentaron que continúe en el cargo -dice Pedro Ferré en sus memorias- pero nunca quise aparecer como instrumento de infracción de la Constitución, sino al contrario, tenía interés en dar el ejemplo para los sucesivos; por todo esto que sabían los diputados, trataron de halagarme con todo aquello que regularmente suele ceder el hombre por pequeña que sea su aspiración”. 

“Me reeligieron el 4 de diciembre de 1833 dándome facultades omnímodas, es decir, un dictador. Sin embargo, no quise admitir el gobierno, dando mis razones, que debieron tomarlas como sinceros consejos para no incurrir en el error de aparecer precisos a algunos hombres, lo que trae siempre consecuencias fatales, como lo enseña la historia y lo muestra la experiencia. Esto hizo exacto a don Estanislao López y él lo consintió; y el resultado fue que, cuando murió, no hubo un santafesino, entre tantos, señalado por la opinión pública para gobernador, y tuvieron que nombrar a un extranjero (*), sólo porque había sido su ministro y estaba impuesto de su manejo. Con lo que la provincia se dividió en bandos, y se concluyó enteramente el poder que le había dado la unión, lo que no habría sucedido si en el dilatado tiempo que gobernó López se hubieran experimentado algunos hombres que supiesen sostenerla”. (*) Domingo Cullen era nacido en Las Canarias, España.    

“Los diputados, convencidos de mis razones, admitieron mi renuncia -dice Pedro Ferré en sus memorias- y nombraron por mi sucesor a don Rafael Atienza (1), que parecía bien visto entre las clases que son precisas para sostener con las armas los derechos del estado, aunque sin ningunas relaciones con la primera clase del pueblo, a pesar de pertenecer a esta por nacimiento, pues era hijo de don Nicolás Atienza, cuya ilustración y buenos sentimientos fueron muy reconocidos”. (1) Rafael Atienza había nacido en la Cruz el 11 de abril de 1802, donde pasó su infancia sin adquirir otra cultura que la que pudo ofrecerle su padre, a cuya muerte, ocurrida en 1819, se incorporó al Batallón de Cívicos como soldado, alternando sus funciones de militar con las de comerciante. Rafael León era su nombre completo, hijo de Nicolás Ramón Atienza y doña Isabel Sánchez, españoles ambos. Su padre cumplía funciones de gobernador de las Misiones, sucediéndolo a Juan de San Martín, cuando éste viajó a Europa con toda su familia. Fueron su hermano Nicolás Ramón Rafael, José Francisco, Encarnación, Ángela, Clemente, Margarita y Juan Bautista.

“En la primera sesión del Congreso Provincial me llenaron de títulos honrosos -dice Ferré- y me señalaron 1.500 pesos anuales durante toda mi vida, no como sueldo de mi graduación, sino como premio a mis servicios a la provincia. Manifesté mi gratitud pero renuncié a los 1.500 pesos para que se emplearan en establecimientos de educación pública, donde mis comprovincianos adquirieran los conocimientos precisos para llenar los deberes de buenos republicanos. Pues nunca he aspirado a más que mantenerme yo y mi familia en la modesta fortuna que nací y me criaron mis padres, que eran dos laboriosos catalanes”.

“Rosas engaña a Atienza -Pedro Ferré dice. Los pueblos que conocen su historia la publicarán a su tiempo, es decir, cuando sean libres. Hablaré solamente de cómo introdujo su influjo en Corrientes. Don Rafael Atienza, como encargado de los intereses de su familia, habiendo muerto su padre, sostenía un pleito en Buenos Aires contra don Ángel Sánchez Picado, sobre intereses testamentario que éste tenía a su cargo. La razón estaba por parte de Atienza, pero su contendor evadía responder, o cubrir el cargo que se le hacía”.

“Atienza, valiéndose de su posición recomendó este asunto a Rosas, para quien fue esto un hallazgo, pues supo aprovechar esta oportunidad para halagar y ganar a Atienza, con solo decirle que pronto ganaría su pleito, como era justo.  Con esta esperanza lo entretuvo mientras consiguió atraerlo a sí de tal modo, que se puede asegurar que consiguió pusiese en sus manos y bajo su dirección la provincia de Corrientes. Poco antes de morir, Atienza conoció el engaño y me leyó una carta de Rosas, en la que haciendo uso de su acostumbrada hipocresía, se disculpaba de  la demora del pleito diciendo que no podía conseguirla, porque el gobierno no debía intervenir en los tribunales de justicia. Pero, ¿quién ignora que Rosas era absoluto y despótico en todos los ramos de administración? Aquél se exaltó cuando conoció la maldad, pero ya era tarde para que pudiera remediarla, pues él mismo se había formado un círculo todo de Rosas, y había hecho entender a las masas, que sin la influencia de éste no podría sostenerse la provincia, aunque su intención era sostenerse él en el gobierno, pues dijo que para ello le bastaba el apoyo de Rosas, importándole poco fuera o no la voluntad de la provincia”.

Atienza se hace reelegir inconstitucionalmente

Según el historiador Federico Palma, en esa oportunidad en que logra su reelección, el 25 de diciembre de 1836, se produjo el primer caso de soborno político en la historia correntina. En contra de lo prescripto por la Constitución Provincial comenzó Atienza a trabajar por su reelección. Dentro de la Convención, Pedro Ferré se opuso tenazmente a que ello ocurriera y la mayoría de la asamblea lo apoyó en un primer momento, pero luego, ante la amenaza y reclamo de los comandantes, fue reelecto. Esto fue posible al ser derogado el artículo que lo prohibía. Dice Palma que el diputado de San Roque, don Justo Díaz de Vivar compró el voto a favor de Atienza a su colega de San Miguel, Blas Barría, por una onza de oro, bajo la arcada del Cabildo. A partir de esta consagración, Atienza acentuó su apoyo a Rosas.

Dice Pedro Ferré en sus memorias: “Fueron escandalosos los sucesos que rodearon a la reelección de Atienza. Pese a haber recibido de él algunas ingratitudes, siempre en mi corazón lo estimaba”. 

“Pero nacía mi oposición de mi propia conciencia, porque con los antecedentes que tenía de lo que debía la Corrientes esperar de Rosas, no podía traicionarla haciéndome cómplice en los crímenes contra mi provincia, dando mi voto a favor de las pretensiones de Atienza, declarado ya un agente del tirano porteño. Mi interés solamente se reducía a sacar el poder de sus manos, y colocarlo aunque fuera en las de un enemigo mío, con tal que no estuviera sujeto a Rosas”. Pero liderados por el propio Atienza los diputados y comandantes, con engaños del rosista declarado, impusieron su reelección con mil argucias. Se impusieron los “puñales” que se presentaban en las galerías del recinto. Ferré fue calumniado por el círculo del gobernador reelecto inventando todo tipo de falsedades. Tuvo Atienza hasta la osadía de llamar al hijo político de Ferré, don Miguel Virasoro, para persuadirlo a que bajo cualquier pretexto se declarase contra Ferré. Esta persecución era promovida por  Rosas, según el mismo Atienza, que llegó a decir en sus momentos de furor que solía tener, “que era justa la insinuación de Rosas de que hombres como Ferré no debían existir”.

Muere Atienza 

Estando en Curuzú Cuatiá inspeccionando tropas Rafael Atienza sufre una descompensación repentina al final de noviembre de 1837, lo asisten los doctores Fonseca y Salinas y no reacciona, como si estuviera en un estado de coma. Los médicos, dada la confianza que mantenía el gobernador con el científico y médico Amado Bonpland, lo mandan a buscar a su Colonia de San Juan Mirí (San Borja). De allí se traslada hasta Curuzú Cuatiá, donde al encontrarse con el paciente procede a hacer unas curaciones: ordena una sangría, toma un cuchillo bien filoso y produce una incisión en el codo de casi diez centímetros. Durante siete días lucha denodadamente por salvarle la vida. Pero al día siguiente, 2 de diciembre de 1837 a las 8.15 hs. de la mañana, muere. 

“Las malas prácticas institucionales -decía Ferré- traen siempre consecuencias fatales, como lo enseña la historia y lo muestra la experiencia”.

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