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Ariel Williams o “la risa huérfana”

Nació en Trelew en el año 1967. Cursó la carrera de Letras en la UBA entre 1988 y 1992. Trabaja como docente y vive en Puerto Madryn. Cultiva tanto la poesía como la narrativa. En 2008, obtuvo, con Los fronterantes, una Mención en el Concurso Olga Orozco. Ha publicado los siguientes libros de poesía y prosa poética: Viaje al anverso (1997), Lomasombra (2003), Conurbano sur (2005), Los fronterantes (2008), Discurso del contador de gusanos (2011), Notas de una sombra (2014), La risa huérfana (2016).

El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de poemas, su visión de la poesía.

 

Por Rodrigo Galarza

 

Poética

La poesía es una práctica marginal, según la idea social imperante de lo que es escribir y leer; pertenece a los bordes culturales y lingüísticos. Es marginal incluso en el orden de lo cotidiano: la lectura y la escritura poética tienen que pelear constantemente por su espacio en la duración del día. Esto les confiere un carácter a la vez frágil y resistente. La poesía abre mundos-lenguajes allí donde oficialmente o para el hábito cotidiano no los hay, dice experiencias allí donde nadie ve nada por decir; escribe, dice el mismo mundo cotidiano oficializado, pero hace un mundo doble con él y lo extraña de sí mismo.

Siempre me gustó experimentar en los bordes de la lengua, con aquellos procesos y umbrales en los que deja de significar o dice otra cosa, o deja entrar aquello que se dice en voz baja, aquello que no está permitido decir; puntos extremos en los que la lengua podría transformarse en otra, ser una lengua “parónima” o, incluso, ser nada. La poesía abre “lugares” y “vidas” en la lengua, crea lenguas en la lengua, la agujerea, la abre hacia su afuera y sus límites. La poesía muestra que no podemos hablar una sola lengua, que deben ser posibles otras lenguas incluso al mismo tiempo y con los mismos materiales: que una lengua no es una lengua, sino muchas.

Ariel Williams

 

MUESTRARIO MÍNIMO

Del libro “Conurbano sur”

Señora Hundidora, 

no me dejéi entre los perro!

Decil-le que eis cemelterio 

de animale ladrido,

d´ unos muchacho peludoss 

cuatro pata-pata-pata-pata 

               cola dientes. 

Pálida Señora Hundidora, 

non me visité tampoco, 

tu presencia tan fría en un suenio:

éste era el amargo, de la malinconía 

et todas sus señoras grises 

que vienen tomar té en otoño.

Era éste, el decúbito de la pensadera, 

la historia secreta de los orines

              dentrol decir.

 

Del libro “Lomasombra”

los gallos vuelan de voz puro cogote,

levantan del zanjón negro el alma

de los dormidos;

hay quienes se arrastran a media tierra

y ponen a quemar el agua,

hay otros que se hunden en el occipucio

de la frazada

y desalojan de la próxima luz

toda la parte puerca de la maquinaria;

ella viene lo mismo, más pura y más indigna

que la muerte.

Del libro “Los fronterantes”

viste padre que traías otra sombra

que habías sido madre en el lugar

donde no nací,

en el cielo de las nubes moscas?

viste padre que yo te había querido

y que las piernas de cordero hacían fila para recibirte

con el vino?

tocaste los manteles largos negros

que habían puesto las ancianas en las mesas del afuera,

pues no venías?

llegaste a saber de la fila de faroles que alargaron la noche

el día en que te traían que ya no eras, no en vos,

el día largo de espera que nació de corazones oscuros

el día noche en que septiembre amaneció cansado

de vivir?

supiste del hueco silencioso

que ahora está en la madre?

 

Del libro “Discurso del contador de gusanos”

Pensar es como si alguien se muriera lentamente. Desde adentro, casi sin saberlo. Los pensamientos me violan. Soy pensado, soy dicho. Las cosas son pantallas de un río asesino inocente. ¿A quién culpamos por un pensamiento? Pero vino. Pero pasó, estuvo aquí. Vuelve, a veces.

Salgo a caminar, entonces. Las cosas son paneles de sombras. Paso al lado de un árbol. Sisea. La sombra extraña alta siseante. Unas personas vienen por la vereda del frente. Conversan. Todo podría ser un teatro. Ellas, estar actuando. Con perfecto acabamiento de sombras de colores. Sombras llenas como si fueran carne, como si fueran seres. Arriba, el cielo como una sombra azul que amenaza. Una mantarraya gigante celeste pasando por el universo. Durante milenios, es nuestro cielo. Pasa. ¡Saludos a la tierra! Cuando me vaya, cuando termine de pasar, se van a quedar solos. Firmado: un dios.

Pensar es morirse como un cielo que se va.

 

Del libro “Notas de una sombra”

Estar muerto, enterrado con la cabeza hacia el fondo del suelo y

los pies apuntando para arriba. Los ojos cerrados, la boca quieta.

La cabeza ya ausente de sí misma. Los pies son el centro de la

inocencia. Guían a los que quieran subir. Los pelos de la cabeza

entre unas piedras, despeinándose mientras las orugas oscuras

del fondo inician su trabajo con la carne del rostro. Ellas recorren

lo que fue un ser vivo. Suben por un organismo silencioso.

Limpiándolo de su vergüenza.

 

Del libro “La risa huérfana”

Había otros jóvenes. Todos teníamos piernas largas y éramos

rápidos, y la llanura nos atraía. Los espacios, los ríos. Los animales

y sus costumbres, y sus sangres. Los olores de los animales

llegaban con las corrientes de aire. Había ahí invitaciones y miedos.

Y estaban los lugares.

Los lugares son alguien. Las arañas lo saben, crean lugares.

Un lugar debajo de una piedra se convierte en alguien, y

levantamos la piedra y vemos unos ojos expectantes, tal vez

asustados. Un poema también es un lugar, un escondrijo donde

alguien se reinventa. Cuando leo, puedo ver los ojos del poeta

marcados por las estrías rojas de la vida.

 

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