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El desafío de conservar las últimas misiones jesuíticas vivas de Sudamérica

En la Chiquitania boliviana, situada en el departamento de Santa Cruz (este), hay seis misiones reconocidas en 1990 como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: San Javier, Concepción, Santa Ana, San Miguel, San Rafael y San José de Chiquitos.

Se trata de seis reducciones fundadas por los jesuitas entre 1696 y 1760 y que siguen conservando casi completa su estructura original, los techos a dos aguas, las fachadas con característicos tonos ocres, e incluso las pinturas que eclesiásticos y locales realizaron en ese siglo.

Valor patrimonial 

Actualmente, los chiquitanos aún siguen escuchando misa en su interior e incluso escuchando la música que procede de los órganos con cientos de años de historia. “Yo creo que uno de los elementos que ha logrado que se conserven en el siglo pasado, cuando no se le encontraba valor a lo patrimonial, ha sido el estar alejadas de las grandes ciudades y su desarrollo”, alega el director del interinstitucional Plan Misiones, Marcelo Vargas, en declaraciones a la agencia de noticias Efe.

El Plan Misiones es una iniciativa para conservar y promocionar las misiones, en la que participan las seis alcaldías de la Chiquitania, la Iglesia católica, la gobernación cruceña y el Ministerio de Culturas, con apoyo de la cooperación española.

Las seis misiones forman un circuito de 827 kilómetros con carreteras que no están siempre asfaltadas y a las que hace unos años casi la única forma que había de llegar era en avioneta.

Casi 300 kilómetros separan a San José de Chiquitos, la población más grande, de la ciudad de Santa Cruz, la urbe más cercana.

Estructuras históricas

Eran las propias comunidades las que se encargaban de la conservación y el mantenimiento, hasta que en 1972, poco antes de que la Unesco se fijase en el lugar, llegó un arquitecto suizo, Hans Roth.

Con Roth se inicia “el renacimiento de las misiones de Chiquitos” que, según recuerda el actual restaurador, José Fernández, supuso gran proceso de restauración que pasó también por instalar talleres e instruir a los locales en las técnicas arquitectónicas.

La Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) también ha tenido un rol muy importante en la revitalización de las misiones, ayudando con fondos económicos y con la instalación de escuelas taller de restauración, artesanía, cerámica y madera, entre otros.

El propio Fernández es un egresado de una de estas escuelas taller y resalta la importante labor que realizan no sólo en la conservación de este patrimonio boliviano, sino también en la formación de jóvenes.

La talla de madera que se observa en las columnas circulares de la iglesia también predomina en la mayoría de casas de estas comunidades y el artesonado es una obra fina que habla de la calidad de la madera amazónica y de la maña de las manos que lo trabajan.

En la Chiquitania hay un factor curioso y es que una de estas reducciones, Santa Ana, es posterior a la expulsión de jesuitas en 1767.

“Eso implica que (los chiquitanos) ya habían asumido por completo las técnicas, los diseños, la arquitectura, la iconografía de todo este mestizaje (entre jesuitas e indígenas)”, cuenta Vargas a Efe.

Los grandes terrenos agroganaderos de estas zonas han provocado que estas poblaciones hayan sufrido un fenómeno migratorio en los últimos años, llegándose a triplicar su población. Las más grandes, San José y Concepción, rondaban los 5.000 habitantes en 2002 y actualmente cuentan con 15.000.

Turismo 

“El turismo recién está empezando a potenciarse”, dice Vargas, porque hasta hace una década “no era viable promocionarlo turísticamente”, ya que no había buenos caminos, servicios de agua y saneamiento correctos o servicios hoteleros.

Las misiones chiquitanas, esta fuente de “cultura viva” de la época jesuítica, no tiene casi quien le visite. Según Vargas, los que pasean por la zona son apenas 300 personas al mes.

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