Quienes sostienen esta idea se resisten a aceptar que uno de los hombres más poderosos del país se haya quitado la vida de un escopetazo en la boca sin haber acusado a nadie.
Sobre todo, les cuesta creer que sus vínculos e influencias no le hayan permitido eludir su suicidio.
El propio Yabrán se había encargado de construir en la opinión pública la imagen de un hombre enigmático, que se manejaba por fuera de la luz pública y afirmaba con cinismo que “el poder es tener impunidad”.
Pero ni siquiera los resultados del examen genético hicieron menguar las dudas, especulaciones y sospechas de un posible suicidio inventado.
Incluso los padres de José Luis Cabezas -Norma y José- muchas veces dejaron entrever sus dudas acerca de la veracidad de la muerte del empresario postal.
El escepticismo pone de relieve que la sociedad considera que un estado constitucional también es capaz de utilizar métodos tales como la mentira, el ocultamiento y el engaño ¬que tuvieron su máximo exponente en la última dictadura- para evitar que determinados personajes poderosos sean juzgados.
Las encuestas divulgadas en 1998 concordaban en afirmar que más del 50 por ciento de la población creía que el empresario postal estaba vivo y apenas el 10 por ciento estaba convencido de su suicidio, tal como demostraron contundentes pruebas de investigaciones judiciales y periodísticas.
Los más destacados criminalistas coincidían en desmentir la posibilidad de que se haya fraguado el suicidio del empresario.
Los expertos argumentaron que era imposible la operación por la compleja red de cómplices necesarios para poder realizar ese montaje macabro.
Además de necesitar un “muerto” de contextura similar a Yabrán, hubiera sido necesario falsificar los dos análisis de huellas digitales que se hicieron: uno en Entre Ríos, donde nació el empresario, y el otro en la Policía Federal, donde queda la muestra luego de tramitar la cédula de identidad.
También hubiera sido necesaria la complicidad de los tres médicos forenses que realizaron la autopsia en la morgue entrerriana, de los peritos calígrafos que analizaron las cuatro cartas que dejó el empresario y de los científicos que participaron del estudio de ADN.
Todos estos estudios confirmaron que se trataba de Alfredo Yabrán.
A todo esto habría que sumarle la complicidad de las personas que estuvieron en el lugar del hecho: la jueza Graciela Pross Laporte, el comisario Miguel Cosso, los cinco acompañantes que entraron a la habitación después del escopetazo mortal, los dos testigos que ingresaron con la policía, los familiares que reconocieron el cuerpo y los dos periodistas que vieron el cadáver.
Cada una de estas maniobras hubieran podido concretarse; pero no todas en su conjunto.
Además, unas 30 personas vieron el cuerpo, lo que desestima la posibilidad de contar con tantos cómplices que mantengan un mismo secreto durante tanto tiempo.
En ese entonces, la hipótesis del suicidio fraguado cobraba fuerza en el propio corazón de Entre Ríos, en donde se comenzó a hablar de la extraña desaparición de un “vagabundo” físicamente parecido al poderoso empresario postal.
En esa línea, también se sindicaba que unos días antes de su muerte, Yabrán le había regalado a un fiel amigo, Carlos “Coco” Mouriño, una novela llamada “El socio”, del escritor John Grisham, basada en la historia de un hombre que roba noventa millones de dólares y finge su propia muerte para escapar de la Justicia.
La supuesta similitud con el mafioso de la novela, Jack Lannigan -que huye a un modesto pueblo de Brasil para tener una vida tranquila- aumentaban las sospechas.
Justamente, en agosto de 1998 un periodista argentino echó a andar el rumor que Yabrán estaba escondido en un puerto de Siria.
Y muchos también son los que fantasean con que el empresario postal mantiene una vida apacible en alguna playa perdida.
¿Sería realmente Yabrán el hombre encontrado en el baño de una estancia de Entre Ríos, con su cara totalmente irreconocible? Las dudas que se sucedieron en el país inmediatamente después del anuncio de su muerte se mantienen intactas a una década del desenlace fatal.
La mayoría de la población todavía se resiste a pensar que era el mismísimo Yabrán quien había aparecido muerto, con su cara desfigurada, en una estancia entrerriana.
Es que no faltan argumentos para descreer que el empresario todopoderoso, multimillonario y omnipresente, haya decidido suicidarse.
Pero lo cierto es que a diez años de su muerte, de Yabrán sólo queda “vivo” su fantasma.