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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

En la Argentina de “Hood Robin”

Por Jorge Eduardo Simonetti
Para El Litoral
TRABAJADORES Y JUBILADOS
En su discurso ante la Cámara Argentina de la Construcción, la presidenta Cristina Kirchner pidió “comprensión a los trabajadores”, ante el reclamo gremial de la eliminación o baja del Impuesto a las Ganancias para la famosa cuarta categoría, constituida por asalariados, jubilados y autónomos. Ante un auditorio repleto de empresarios de la construcción, se preguntó: ¿si no cobramos impuestos, cómo hacemos para financiar obras públicas?
Con ello la Presidenta blanqueó la importante transferencia de recursos desde el bolsillo de los trabajadores hacia la obra pública, y por ende hacia el bolsillo de los empresarios que realizan la obra pública. A confesión de parte, relevo de pruebas.
Robin Hood, un arquetípico héroe y forajido de la Inglaterra medieval, se constituyó para la leyenda en el defensor de los pobres y oprimidos, asaltaba en los caminos a los nobles y repartía el producto entre los pobres. Lo que se dice un adelantado del Estado social de reparto, en el que, a través de los impuestos, se saca a los ricos para transferir a los menos favorecidos, a través del salario y la ayuda social. La diferencia está en que Robin Hood asaltaba a cara limpia y luego repartía, en cambio hoy están los procedimientos, las normas, la Afip, el presupuesto, los funcionarios.
La historia y el imaginario argentino están repletos de “Robin Hood” locales, esos gauchos populares a los que les cantó con singular belleza León Gieco en sus “Bandidos Rurales”.
Entre ellos, nuestro Gauchito Gil, que según dice el mito, robaba a los ricos para dárselo a los pobres, en una historia que transcurrió en la época de la Guerra de la Triple Alianza, en el siglo XlX.
Otro tanto hizo en tierras de la pampa húmeda, ya en el siglo XX, Juan Bautista Bairoletto, apodado el “Robin Hood criollo”, con un frondoso prontuario de robos, asaltos y muertes, que lo hizo objeto de la devoción popular precisamente por la entrega del producido de sus fechorías a la gente humilde.
“Mate Cosido” (no “Mate Cocido”, como la infusión), apodado de tal manera por tener una cicatriz en el cuero cabelludo, asoló tierras chaqueñas durante la primera mitad del siglo XX y fue muy querido por la gente porque robaba a las multinacionales (Bunge y Born, Dreyfus, La Forestal) para ayudar a los pobres.
En la Argentina de hoy también existe la creencia folklórica de que el Gobierno le saca a los ricos para repartirlo entre los pobres, a través del formidable entramado de las ayudas sociales.
Obviamente, el Estado no está sólo para repartir, también debe crear las condiciones para los que son sujeto de la ayuda social, no la necesiten porque pueden acceder al mercado laboral. Cierto es que los impuestos tienen ese sentido, redistribuir el ingreso de manera tal de poder compensar en sus aspectos mínimos la vida de aquellos que no pueden proveer a su propia subsistencia.
¿Pero cuál es el sentido ético de la carga impositiva? Que los que más ganen, más aporten, de manera tal que el sistema tenga un núcleo de “justicia distributiva”, indispensable en cualquier sistema impositivo del mundo.
¿Existe en la Argentina actual el principio de justicia en el reparto social de las cargas? Creo que la respuesta fue dada por la propia Presidenta al solicitarle “comprensión” a los trabajadores, sin cuyo aporte no pueden realizarse las obras públicas.
A diferencia de Robin Hood, el Gauchito Gil, Bairoletto o Mate Cosido, el Estado argentino no le saca a los ricos como debería, para repartirlo a los pobres.
Un ejemplo claro de ello es el Impuesto a las Ganancias, en el que los trabajadores y jubilados son prácticamente confiscados en sus salarios y beneficios.
La ley dice que el impuesto es “progresivo”, es decir que mayor porcentaje aportan los que más ganan, en una escala que va del 9 al 35%. Pues bien, por falta de actualización por inflación de la tabla, casi todos los asalariados aportan el máximo, es decir el 35%, lo mismo que aportan empresarios como Lázaro Báez o Cristóbal López, que ganan millonadas por mes.
Asimismo, la falta de actualización del mínimo no imponible produce que los que ganan más de $15.000, es decir apenas un poco más de tres veces el salario mínimo, sean considerados sujetos del impuesto. Insólito.
Otro tanto sucede con la Anses, cuyos fondos son utilizados para financiar la Asignación Universal por Hijo, el programa de computadoras “Conectar”, créditos para vivienda, préstamos a provincias y particulares, menos para darle a sus verdaderos dueños, los jubilados nacionales, beneficios dignos que les permitan subsistir. El 70% de los mismos ganan la mínima, $3.231,63, es decir que con su “cuero” están financiando la política populista del Gobierno.
No eligió mejor lugar Cristina para decirle a los trabajadores y jubilados que no bajaría el impuesto a las ganancias: la Cámara de la Construcción. Es que la obra pública no sólo es el motor de la economía, como dijo la Presidenta, es también el motor de la corrupción y del enriquecimiento sin límites de los empresarios amigos.
Tal parece que el paradigma argentino, en contradicción con lo que se dice en discursos y cadenas, es ayudar a los que menos tienen, pero no sacándole a los más ricos, sino a los asalariados y jubilados. Las cargas impositivas confiscatorias a los salarios o las magras jubilaciones que se pagan, son las que proveen los fondos para financiar la ayuda social y las obras públicas.
Mientras tanto la renta financiera está exenta de ganancias, como demostración notable del cómo se distribuyen las cargas en la Argentina.
Allí está la base antiética del sistema que hoy rige en nuestro país, la singular transferencia de recursos para los empresarios de la obra pública y para la ayuda social no viene del bolsillo de los ricos, sino del de los trabajadores y jubilados.
Contra todo lo que pueda decirse, no es el sistema de “Robin Hood” el que se aplica en el tiempo kirchnerista, sacarle al rico para darle al pobre. Es exactamente el contrario, es decir meter la mano en los bolsillos más flacos para engordar el de los más ricos, los empresarios de la obra pública amigos del Gobierno.
Parece que “Robin Hood” ya no asalta nobles en el camino, sino trabajadores y jubilados, y ahora ha sido rebautizado como “Hood Robin”.

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