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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

¿A quién le importa si no hay debate presidencial?

Por Facundo Falduto (*)

A menos de un mes de las elecciones generales del 25 de octubre, todo parece indicar que el tema central de la campaña -y, por extensión, el principal problema del país- es el debate entre candidatos presidenciales. O la falta del mismo. Mauricio Macri y Sergio Massa, que hasta la semana pasada estaban aliados y hasta ayer volvían a estar enfrentados, dejaron de lado sus diferencias temporales para criticar a Daniel Scioli por su negativa a presentarse al evento del próximo 4 de octubre en la Facultad de Derecho.

Las acusaciones de los candidatos de Cambiemos y UNA resultan al menos curiosas: el propio Massa no se presentó en el debate previo a las elecciones legislativas de 2013. Voceros del Frente Renovador explicaron a Perfil.com que el diputado nacional no se presentó porque tampoco lo hizo su rival, el entonces kirchnerista Martín Insaurralde. “Nosotros solo pedimos hacerlo con las reglas del Cippec”, justificaron. Pero hace dos años, el ex intendente de Tigre justificaba su ausencia en los “agravios” que recibió durante la campaña. Sea como sea, no se presentó. Macri tiene mejores antecedentes: debatió antes de la elección contra Aníbal Ibarra en 2003, y previo a los comicios con Daniel Filmus y Jorge Telerman en 2007. Cuatro años después, dos de los candidatos porteños hicieron un no-debate: el líder del PRO y Pino Solanas acudieron a TN para ser interrogados por separado, sin discutir entre ellos. En pleno auge de la guerra Clarín - Gobierno, Daniel Filmus se negó a ir a un canal del multimedio. Una semana después, se celebró otro debate en la UBA con todos los candidatos porteños, incluídos los que no habían asistido a TN: Macri eligió no participar. Por último, en la provincia de Buenos Aires no hubo propuesta de debate en 2007 ni en 2011, por lo que Scioli nunca tuvo que rechazar la invitación.

Lo que nos lleva al “problema” de la “silla vacía”, el axioma que indica que el candidato con mejores chances de ganar no debe presentarse a debatir. En Argentina, la tradición la inauguró Carlos Saúl Menem en 1989, cuando no se presentó ante Eduardo Angeloz en el programa Tiempo Nuevo. El candidato radical argumentó entonces ante una silla vacía, lo cual no sirvió para evitar un triunfo del justicialista. Pero no fue el único: ni Raúl Alfonsín, ni el propio Menem en su segundo mandato, ni Fernando de la Rúa, ni Eduardo Duhalde (designado por la Asamblea Legislativa), ni Néstor Kirchner, ni Cristina Fernández de Kirchner en sus dos gestiones necesitaron debatir para llegar al poder.

¿Los debates presidenciales enriquecen la calidad institucional? Puede ser. Ahí están los proyectos de ley para intentar hacerlos obligatorios en el país y en la Ciudad de Buenos Aires ¿Son un requisito excluyente para el ejercicio democrático? No. Los candidatos y los partidos están obligados a presentar sus plataformas de gobierno, junto a sus declaraciones juradas, antes de las elecciones. Y las plataformas ni siquiera son vinculantes: el dirigente puede prometer cualquier cosa y hacer cualquier otra, como demostró el propio Menem y sus promesas de “salariazo” y “revolución productiva” en 1989.

Ciertos dirigentes y medios de comunicación quieren instalar la necesidad de un debate presidencial como requisito para la salud democrática. Curiosamente son los mismos que cuestionaron la legitimidad de las elecciones en las Paso y en Tucumán por supuesto “fraude”. ¿Por qué es más válida una charla dirigida arbitrariamente por periodistas que probablemente no supere los 20 puntos de rating (es decir, como mucho, dos millones de televidentes) que las elecciones en las que participan 20 millones de personas?

Un votante no elige a su candidato por un único motivo. Hay decenas de factores que inciden sobre cada ciudadano en cada elección: la afinidad política e histórica, las propuestas, pero también la identificación personal, y hasta factores externos y conductistas como el clima del día de la votación. Los segundos pesan mucho más de lo que creemos. El debate presidencial, televisado como espectáculo, en la mayoría de los casos no modifican esas percepciones. Y en otros sólo cambian la percepción de las personalidades de los candidatos. Son, a la larga, concursos de popularidad saborizados con contenido político.

(*) Editor de Perfil.com. 

Nota publicada en el diario Perfil.

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