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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Lección de Bolsonaro

Hace sólo un año, Jair Bolsonaro era tratado como una suerte de chiste. Una broma que sólo daba miedo cuando uno se dejaba llevar demasiado por el juego de los “y si”. ¿Y si alguien empieza a hacerle caso? ¿Y si comienza a subir en las encuestas? ¿Y si gana?

El pasado domingo el juego terminó. Las risas entre sus críticos, también. Superó hasta los sondeos más optimistas, que en cualquier caso ya venían detectando su crecimiento. Al mismo tiempo, la esperanza florecía entre los ideólogos reaccionarios y autoritarios de toda Latinoamérica. Porque la historia de Bolsonaro es la de un emprendedor político. Uno que supo leer mejor que nadie el contexto en que se encontraba, y aprovecharlo para consolidar una demanda gracias a tres factores cruciales: polarización, guerra cultural y erosión institucional. Factores que han venido determinando no sólo la política brasileña, sino la del conjunto de la región. Así que es natural que los otros bolsonaros potenciales sueñen ahora con repetir la hazaña en sus respectivos países.

En el diario español El País, Jorge Galindo dice que la ola rosa de Gobiernos izquierdistas que dominó Latinoamérica en la pasada década se saldó con efectos desiguales. En Brasil, el Partido de los Trabajadores de Lula y Rousseff gozó de simpatía casi hegemónica mientras duró la parte alcista del ciclo económico. Los beneficios del crecimiento se repartieron de manera más equitativa que nunca, con lo que una mayoría de brasileños identificaron su bienestar con el PT. Pero al llegar la inevitable cuesta abajo, las culpas se repartieron igual que sucedía con las bendiciones. Entonces se abrió el primer espacio para la división del electorado en dos mitades: no en vano, Bolsonaro siempre se ha presentado como el candidato anti PT. Este mismo mecanismo puede funcionar incluso en países con indicadores de fragmentación ideológica y social relativamente bajos para la región, donde el ciclo tiene efectos más suaves. Por ejemplo, Chile. Allí, parte de la derecha celebró el triunfo de Bolsonaro. Lo hizo, por ejemplo, José Antonio Kast, líder de corte nacionalista y reaccionario, que leyó el resultado como “una señal categórica de rechazo a la izquierda fracasada de Latinoamérica”. 

Ultimamente, las cuestiones materiales han dominado la batalla ideológica en el continente. Pero las divisiones de orden cultural, jamás desaparecidas, están ganando protagonismo en América como en el resto del mundo. Los nuevos reaccionarios se ven y presentan a sí mismos como salvadores de la moral nacional frente a la supuesta degradación de tradiciones, costumbres y tejido social. No es casualidad que Jair Bolsonaro ganase fama hace siete años haciendo campaña contra “la propaganda homosexualizadora”. En 2011, el entonces ministro de Educación (y hoy, casualmente, candidato presidencial del PT que se le enfrentará en segunda vuelta), Fernando Haddad, era la diana preferida del ultra. Le culpaba del reparto de lo que tildó como “kit gay” en las escuelas: eran, sencillamente, unos materiales para la prevención de la homofobia. Bolsonaro los disfrazó como la prueba definitiva del intento de lavado de cerebro a los niños brasileños contra las familias heterosexuales. 

El uso de las instituciones como arma partidista ha sido paradigmático en el Brasil de los últimos años: por parte del PT, primero, y de sus adversarios tradicionales, después, en el ciclo que va del impeachment de Rousseff al encarcelamiento de Lula. La corrupción, lejos de resolverse en las instancias judiciales y de control, ha pasado a formar parte de la lucha ideológica. Con ello, los partidos establecidos han arrastrado a las instituciones dentro de su pozo de desconfianza e impopularidad. 

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