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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El clon vernáculo de Jair Bolsonaro

El huracán Jair Bolsonaro no es otra cosa que la expresión brasileña de un fenómeno que empieza a ser global. Por algo en los círculos más cercanos al Salón Oval de la avenida Pennsylvania se lo conocía como “the tropical Trump”. Allí están más que felices por el resultado obtenido por el ex capitán carioca.

El triunfo del Brexit en el Reino Unido, del propio Donald Trump en Estados Unidos, de Matteo Salvini en Italia y el resurgimiento de la extrema derecha en otros países de Europa parecen responder a la misma tendencia. Una especie de reacción de las mayorías a las frustraciones profundas que les han ido generando los sistemas políticos vigentes y sus eternas e incumplidas promesas.

En una nota en infobae.com, Luis Rosales dice que para saber si esa desilusión generalizada en prácticamente todas las democracias del planeta pudiera implicar la aparición de un “elegido” que desde la nada irrumpa y se quede con todo, sería bueno tratar de desmenuzar primero qué se entiende por outsider.

Más allá de tratar de describir este fenómeno desde lo ideológico o de calificarlo con base en consideraciones históricas y morales, debería señalarse que existen una serie de requisitos comunes e imprescindibles a cumplir para quien quiera posicionarse en este lugar. No sería conveniente haber ocupado cargos de gobierno, algo que lo vincularía al sistema político en jaque. Esto no implicaría que, como en el caso brasileño, pueda tratarse de un actor de larga data de la comedia política, aunque nunca con un rol central en el escenario, siempre al margen y con posturas opuestas, y en ciertas formas rebeldes. 

Una buena forma de medirlo es a través de los prontuarios relativos a la corrupción institucionalizada tan común en nuestras democracias. Bolsonaro en Brasil fue un diputado eterno, pero para nada salpicado por los escándalos que están hundiendo a todos por igual. Una oveja negra o, tal vez algo más preferible para él, una mosca blanca.

Tendría además que romper de cuajo con el discurso políticamente correcto. La idea es mostrarse tal cual se es y mientras más polémico, mejor. En este tema parecieran quemarse los viejos manuales norteamericanos que recomendaban construir verdaderos robots o autómatas, especies de Frankenstein armados con base en las encuestas y que, sonrientes, respondían frases agradables y adecuadas para congraciarse con cuanta minoría existiera en el universo. Después, sus incumplimientos crónicos terminaron sacándoles la careta. Hillary, sus frases ensayadas y posturas tibias que contrastaban con la sinceridad brutal del caballero del pelo naranja.

Los outsiders son criaturas que se alimentan y crecen con la crítica, sobre todo si proviene de las principales usinas sistémicas: otros políticos, los medios tradicionales, las ONG de moda y la academia. Esto implicaría contradecir otra consigna básica del marketing y la estrategia electoral, ya que no llegaría a lo más alto necesariamente quien intente agradar a todos por igual. Basta con transmitir con claridad el mensaje crudo y honesto a la base electoral y para eso las redes sociales alcanzan y sobran. Cuando critican algunos actores influyentes y muy instalados, en realidad alimentan. Lo mismo sucede con los comentarios negativos de representantes muy vinculados con el sistema.

Hasta aquí cualquiera podría creer que el fenómeno en cuestión sería fácilmente replicable. Pero no. Se equivoca quien piense que lo que funcionara en Brasil sería automáticamente trasladable a otra realidad como la Argentina. 

Los plazos se van acortando y pronto sabremos si en la Argentina del 2109 habrá o no un lugar para un Bolsonaro. 

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