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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Los intelectuales deben recuperar su prestigio social

El impasse intelectual que está sufriendo el país en estos tiempos, está principalmente afectando al gobierno de Cambiemos, que parece moverse en una cerrazón de pensamiento sólo interrumpida de la peor manera por su gurú electoral: Durán Barba, el mismo que elogió a Hitler años atrás.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.blogspot.com

Para El Litoral

“Todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales”.

Antonio Gramsci

El lugar que ocupan los intelectuales en una sociedad, especialmente el papel que ejercen en la misma, es un tema debatido.

No es necesario ser partidario del pensamiento del italiano Antonio Gramsci, un intérprete marxista creador del concepto de “hegemonía”, para coincidir con su concepto. Los pueblos necesitan, para escapar de su propia mediocridad, que sus intelectuales cumplan con su función social.

La noción común de “intelectuales” se acerca a la de vanguardia cultural de una comunidad, es decir aquellos que, a través de la palabra hablada o escrita, ejercitan una suerte de guía o avanzada de las corrientes culturales comunitarias.

Científicos, escritores, filósofos, periodistas, académicos, sociólogos, politólogos, artistas y una larga lista de profesiones y actividades, diariamente difunden sus concepciones y van dirigiendo al conjunto social las líneas trazadoras de su pensamiento, ejercitando una suerte de paternidad crítica acerca de los temas que ocupan y preocupan al ser individual y social, el hombre y la mujer. Son, o deberían serlo, los autores de una especie de manual de la vida, en función de su posición de intelectuales de la misma.

Así dicho, pareciera que las cosas son extremadamente sencillas, pero no lo son. Cuando de ideas se trata, el pensamiento y la elaboración individual de las propias concepciones no están sometidos a una relación de subordinación, ellas simplemente constituyen “ríos de lava” que se canalizan de diferentes maneras y por variados senderos, pocas veces sometidos a normas preconcebidas. De allí que, si el elemento constitutivo esencial del pensamiento es la libertad, esta te conduce adonde cada uno quiera o pueda llegar.

Sin embargo, además de la libertad, la socialización humana es un dato esencial en la constitución del pensamiento. El trazo autorreferencial del razonamiento, se correlaciona e influencia por la misma actividad de nuestros congéneres, influencia en la que el intelectual funcional tiene un papel relevante.

No siempre, hay que decirlo, la función intelectual ha tenido un papel positivo en la conformación de una concepción social dominante. Al contrario, muchas veces condujo a la generación o convalidación de procesos de gran perversión. Los regímenes totalitarios, de ordinario tuvieron a mano su propia caterva de intelectuales que fueron funcionales a sus perversiones.

Además de los panegiristas, también están los destacados hombres del intelecto que se dejaron fascinar con la personalidad de los peores autócratas. “Gabo” (Gabriel García Márquez), según cuenta Enrique Krauze en su libro “Redentores”, experimentaba una “extraña fascinación ante la figura embalsamada de Stalin”, también la “intoxicación que le produce la proximidad física de János Kádár, el hombre que reprimió la sublevación húngara, cuyos actos se empeñó en justificar”, y especialmente con Fidel Castro: “No hay en la historia de Hispanoamérica, un vínculo entre las letras y el poder remotamente comparable en duración, fidelidad, servicios mutuos y convivencia personal al de Fidel y ‘Gabo’”.

“Hay momentos en la historia, que los que saben escribir no tienen nada que decir y los que tienen algo que decir no saben escribir”, sostuvo Césare Pavese, escritor italiano. Esto habla de la relatividad de la influencia que los intelectuales, en un determinado tiempo y lugar, pueden llegar a tener en relación a la conformación del “sentido común” de la sociedad, entendido este como “la filosofía de los no filósofos”, el pensamiento del hombre común.

Es jurisprudencia social mayoritaria que el papel del intelectual es, fundamentalmente, su posición crítica frente al poder. Así como la función periodística es ontológicamente refractaria a la justificación de los actos del poder (“noticia es aquello que nosotros no queremos que sea publicado, el resto es publicidad”, decía el entonces Presidente Lula), el intelectual desnaturaliza su función y debilita su papel social cuando su mirada se configura desde los puestos de mando o desde sus relaciones con el mismo.

No puede ser ignorado que todas las estructuras del mando social siempre necesitaron de los intelectuales. De tal manera, el poder los ha seducido, acercado, “aggiornado”, comprometido y, finalmente, incorporado a las filas del “relato” militante, convirtiéndolos en reintérpretes benignos de la voluntad del mando, o simplemente panegiristas patéticos de las figuras de turno.

Y si, como muchas veces, la producción intelectual individual fue funcional a los objetivos de un régimen, cual Heidegger en la época nazi, la posición adquiere mayor virtualidad cuando de agruparse se trata, conformando aglomeraciones de pensamiento cuya única utilidad es la funcionalidad a los intereses de los encumbrados del momento. Claro que, desde allí, pierden mucha credibilidad de la sociedad y, obviamente, se debilita su carácter de guías culturales.

En el país, tenemos, tuvimos en rigor, un ejemplo claro y concreto de un grupo de intelectuales que fueron cooptados por un gobierno y constituyeron una suerte de carro erudito llevado a la rastra por el entonces oficialismo. “Carta Abierta”, de ellos se trata, ni siquiera fue capaz de formular guías ideológicas o metodológicas a seguir por sus mentores en gestión de gobierno, su tarea fue más mundana, menos creativa, más militante, menos productora, no funcionó siquiera como “usina intelectual”, sino más bien como difusora ilustrada de las verdades elaboradas desde la cúspide del mando.

Así, a la desnaturalizada posición social en función de su constitución en “intelectualidad oficialista”, tanto que se reunían ordinariamente en el edificio gubernamental de la Biblioteca Nacional, el papel que cumplieron para Cristina no fue el de “guías culturales” del modelo, sino más bien el de justificadores prestos de su acción de gobierno, con una cerrazón intelectual más pronunciada, mucho más que la del militante común.

Nos están haciendo falta por estos tiempos, algunas referencias intelectuales que nos ayuden a ver un poco más allá de lo inmediato, de la difícil conyuntura por la que atraviesa el país, que contribuyan con los ciudadanos comunes a poder interpretar la realidad y visualizar entre la bruma el puerto al que estamos yendo.

El discurso de este gobierno es repetitivo y cansador, no sirve siquiera para ver más allá de nuestras narices, antes bien funciona como una suerte de brújula descompuesta que nos desorienta antes que mostrarnos un norte seguro.

Nos resistimos a aceptar que el remedio contra la ineficacia, en la Argentina de hoy, sea el regreso del autoritarismo y de la corrupción, deben haber otros modos de ir construyendo un futuro que nos saque definitivamente de una dicotomía que nos atenaza el ánimo y nos comprime la voluntad.

Y en ello, los intelectuales deben jugar su papel social de entregarnos las grandes líneas que nos sirvan para saltar cualitativamente un tiempo muerto en la Argentina, sin el riesgo de caer en la regresión.

Si los intelectuales no recuperan el prestigio perdido, seguiremos transitando el camino sin la brújula indispensable del pensamiento.

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