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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

“Cacho” González Vedoya: el ladrillero del silencio

Nació en Itatí en 1940. Actualmente vive en la ciudad de Corrientes. Poeta, escritor y docente. Autor de célebres letras de chamamé como Por Santa Rosa me voy al río (música Antonio Tarragó Ros), Valdez carpinchero, o Dorico, (música Pocho Roch). Algunos de sus poemarios publicados son: Poemas para ir leyendo, Como pan casero, Agua de río. En 2016, el sello correntino Moglia publicó su poesía reunida bajo el título El ángel del baldío.

En alguna vieja entrevista “Cacho” González Vedoya decía algo así como “yo no podría vivir en una ciudad que no tuviera río”. Esta afirmación que sin duda señala una declaración de principio y por qué no de “fin” es también la clara definición de una poética que lleva décadas revelándonos un modo de ser y sentir del hombre correntino en relación con el paisaje, pero no desde los condimentos folclóricos sino desde el despliegue de las potencias íntimas capaces de trascender toda medianía “comarcal”. 

La agudeza poética de González Vedoya radica en aquello que propone  Paul Valéry: “En los poemas más claros es lo oscuro lo que actúa”, es decir, esa sencillez con que se manifiesta la palabra del poeta itateño deviene de unos mecanismos complejos de emociones, reflexiones, e intuiciones que llegan a nosotros como si se nombrara el mundo por primera vez.

Hace unos años, celebrando la esperada aparición de su poesía reunida bajo el título de El ángel del baldío señalábamos lo siguiente: “La poesía de González Vedoya pasa igual que una hueste silenciosa y en ese pasar va dejando una estela que se expande en un universo pequeño (que cabe en la palma de la mano) y a la vez inconmensurable donde perpetuamente está rozando el “allá ité”, donde la finitud del hombre invoca a Dios: un niño de barro que juega a amar al río disgregándose en sus orillas. Ese hálito que todo lo impregna, ese ponchito tejido con hebras de rocío se agita, pasa, se detiene, y, en ese movimiento, se va convirtiendo casi en un susurro, una canción para ser oída como quien se despide del mundo o quien es un recién llegado porque: “Muy pronto todo será verdad/Voy a nacer hacia abajo./Desde la oscuridad/desde el amor con avidez de olvido”. 

Cual un poeta “alfarero”, González Vedoya modela con paciencia su palabra que acaso le permite re-conocer el mundo vivido y soñado a la vez. Habrá que elegir el barro, habrá que entender qué dice este cuando cae la tarde o los grillos reclaman su ración de amor; habrá que insuflarlo de un aliento de los altos aires o de las raicillas más brillantes que pronto alumbrarán el palmar que se recuesta sobre el río. Habrá que reconocerse  alfarero, pero antes ser el barro más humilde (humus); “¿De dónde sale la muerte?” se pregunta el poeta. “¿Del tiempo?/¿Del olvido?/¿Habrá que esperar hasta caer de arrugas?/¿O hay que sacarse la muerte de adentro/todos los días/cicatriz por cicatriz?”. 

El poeta alfarero, el poeta demiurgo, el que maneja los hilos de la “pandorga” que siempre está volando, que siempre está remontando las manos invisibles del viento y que alimenta la sustancia de su creación con un juego dialéctico tan sencillo como profundo: raíz que sabe cantar y que pronto será altura: “… el cielo era un tejido/por donde se entreveía la claridad de Dios” (…) “salgo a conquistarte/memoria por memoria/aunque mi única arma sea el canto”.

 

Muestrario minimo

Dispuesto a nacer 

Desde este extraño lugar comenzará la vida

puedo escuchar pasos que producen 

    [cataclismos a mi alrededor

Hay campiñas intactas que me esperan hay ríos y 

    [mares formándose del otro lado del silencio

No es un espejismo el cielo ni las arenas de las playas     [ni las flores, ni el viento que las rodea

La tierra no ha sido aún pisoteada ni salivada

Con un pequeño espacio más el universo

Con un pequeño espacio menos el átomo

Muy pronto todo será verdad

Voy a nacer hacia abajo

Desde la oscuridad 

    [desde el amor con avidez de olvido

Hay un hombre que está triste

Hay un hombre que está triste

y el óxido del vino le relumbra en los ojos

Por encima del sombrero

se le oculta el domingo

Está como guardado en la taberna

Despojado de gestos y palabras y atizando el silencio

A veces conjuga su nombre hasta el cansancio

y lúcido de alcohol

le habla a la muerte en el oído

                                        

A mi madre, Juana Ramona

Mi madre cuando ponía la mesa

ponía la vida

y cuando partía el pan

de entre los dedos le salía el sol

y si sonreía todas las cosas entraban en equilibrio

Ahora, después de mucho tiempo 

mi madre ya no está

y cuando yo pongo la mesa

siento que en silencio

viene la vida

y se pone

A mi padre, Juan Genaro

Mi padre tenía la voz oscura

y la palabra clara

le gustaba ponerse en cruz

bajo el dintel de la puerta

su andar por la tierra era pesado

pero era así como volaba

le bastaba una canción

para que se le alegre el mundo

mi padre era poeta

y por él un día comprendí

porqué el hombre comienza en el barro

y termina en las estrellas

Hizo Alá al caballo

Hizo Alá al caballo

de curvas encontradas lo fue haciendo

le dio también su furia

y después

de golpe lo soltó viento en el viento

Y desde allí los dos andamos los caminos

montando en pelo la sangre enardecida

No importa si la muerte va adelante

a un costado la siesta nos cobija

a plena luz en la mitad del día

el día se interpone entre nosotros

Yo vuelvo a ser de barro

y él de viento

pero los dos sabemos bien que en algún sitio

seremos nuevamente hombre y caballo

galopando hacia el río por sedientos

El caballo y el río

No por el camino

por el aire viene

Por el aire duro de la media siesta

por el aire blando que baja hacia el río

Con las crines sueltas

los huesos como alas

No por el camino

por el aire viene

El caballo queda parado en la costa

y el río galopa sobre su pelambre

A la media siesta el caballo sabe

que el río en el río

se mete en su cauce

Viene el caballo galopando

Viene el caballo galopando

del establo hacia el viento

y desde el viento hacia el río

por el declive de la tarde viene

con toda la sangre polvorienta

rozando las chicharras y los grillos

Seguro de sus crines y su olfato

como si Dios lo mirara complacido

viene el caballo galopando

Y el caballo parece un espejismo

un relincho curvado sobre el aire

es otro sol que baja retozando

a mirarse la cara en el remanso

Cuando el caballo levanta la cabeza

el río saciado se levanta

Después hacia el ocaso cuando vuelva

de arena y de relincho galopando

trayendo sobre el lomo todo el aire sudado

desde el río hacia el viento

y desde el viento al establo

por los ojos le vendrá continuando el agua

y prendido a sus crines el remanso

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