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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La patologización de la infancia no considera la historia del niño

Natalia Blengino llega a la psicología como un descubrimiento, después de blandir sus armas en contra del orden intrafamiliar. Nunca pensó que se iba a dedicar a la psicología y menos aún al área infantil, como su madre.  Aquí, esos y otros temas, los grandes temas de los más pequeños.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Natalia llega a la psicología como un descubrimiento. Nunca pensó que se iba a dedicar a la psicología y menos aún al área infantil. Su madre se dedica justamente a ser psicóloga de niños, y su niñez y adolescencia fueron en un contexto familiar donde se hablaba de esos temas.

En ese crecimiento no estuvo ausente la rebeldía adolescente y la necesidad de cortar con ciertas tradiciones familiares, aunque a la hora de las definiciones ella cree que hay identificaciones de las que uno no escapa tan fácilmente y, a medida que iba madurando, esta alternativa profesional se fue convirtiendo en una pasión.

Los años pasaron en una casa en la que no había otros libros más que los de psicología, y a los doce años, cuando quería leer algo (en su época no había Google books) agarraba lo que tenía a mano.  Descubrió así autores como Francoise Dolto, y en sus palabras encontraba respuestas a lo que le pasaba en plena pubertad. Esquivaba las responsabilidades del hogar con las teorías de esta psicoanalista y justificaba su desorden, por ejemplo, como una cuestión propia de los hijos únicos. Aducía frases de esta autora como modo de argumentación en las conflictivas discusiones típicas con su madre.  

“Cómo iba a escapar entonces de la psicología, ahora trabajo con niños sabiendo que justamente es un creador de posibilidades. El trabajo con niños es apasionante porque se ven todas las posibilidades que se ponen en juego en la construcción de su propia subjetividad”, nos dice.

En noviembre participó del Quinto Encuentro Forum de Infancias Red Federal. En esta entrevista desarrollamos algunos de los temas planteados en el encuentro.

—¿Qué es el Forum de Infancias? 

—Es un movimiento que convoca a profesionales a repensar las clasificaciones diagnósticas que se utilizan para niños y que ofician no sólo como pronósticos sino predictores del desempeño futuro, pensando que quizá hay nuevos modos de ser niños y que ciertas características más que patológicas son propias de la época y el contexto.

Un grupo de profesionales, de la mano de Beatriz Janin y Juan Vasen, entre otros, empezaron a preguntarse por patologías o diagnósticos de moda (años atrás) tales como el ADD o la hiperactividad, se cuestionaban si realmente existía dicho “déficit de atención”, ya que  atendían a niños que se presentaban con este diagnóstico pero no tenían un déficit atencional en los videojuegos, el dibujo o los deportes, por ejemplo.

Movidos por ese interrogante surgió, primero, el “Forum ADD”,  que después se reinscribió como “Forum infancias”, dando cuenta de que el punto central está en la posibilidad de mirar a las infancias como fruto de una construcción social, donde lo epocal y contextual tienen fuertes implicancias en el proceso de constitución subjetiva. Pasar de “forum ADD”  a “forum infancias” invita a pensar que el niño y su subjetividad están por encima de una patología. El forum es un movimiento internacional, gestado en Argentina, que propone encuentros e intercambios para generar reflexiones sobre la infancia desde la clínica psicoanalítica. 

—El congreso trató los “nuevos modos de patologización de infancia”. ¿Qué es?

—Primero, es propicio aclarar algunas cuestiones. Desde el Forum no se está en contra del “diagnóstico”, en algunos casos puede ser un punto de llegada o un punto de partida, pero un diagnóstico no dice nada del sufrimiento de un sujeto, es simplemente un modo de presentarse. El problema es cuando esta carta de presentación no habilita nuevos interrogantes tales como ¿qué le pasa a ese niño en particular? ¿De qué sufre? ¿Sufre?

El psicólogo, el psiquiatra o quien trabaje en infancia tiene que considerarse un creador de posibilidades, no un mero diagnosticador. Arribar a un diagnóstico es, sobre todo, un trabajo serio, que no se resume en una serie de test o descripciones de conductas que encajan forzosamente con una denominación del DSM.

Cuando masivamente aparecen clasificaciones o denominaciones rotuladoras para niños como resultado de la administración de inventarios express que no toman en consideración la singularidad y particularidad, estamos en un problema… Pedro deja de ser Pedro para convertirse en un “caso”, un “ADD”. Desde esa dinámica de intervención se abren más interrogantes que certezas. ¿Serán realmente patologías? ¿Podemos hablar -por ejemplo- de un niño bipolar? ¿Podemos hablar de un niño oposicionista, desafiante, de un niño desatento?

—¿Qué es patologizar entonces?

—Patologizar, justamente, es eso, hacer un diagnóstico rápido, exprés, que no considera la historia vital del niño, ni los procesos propios de la infancia, ni el contexto ni la época, de hecho, “el niño de hoy se parece más a la época que a sus padres”. Y en esta dinámica de época hay muchas cuestiones, modos de ser niño y posicionamientos que -sin duda-  son diferentes a lo esperable por los adultos, pero no por ello patológicos.

El fenómeno de la patologización viene de la mano de la medicalización, medicalizar es la coyuntura del asunto, pues se administran psicofármacos para supuestas patologías sin considerar otras alternativas desde el primer momento, o al menos sin que ingrese el interrogante sobre la cuestión del “síntoma” como eso que “algo quiere decir”. A veces los mismos padres creen que no hay más remedio que la pastilla y desde ese lugar es difícil implicarse con el sufrimiento del niño. Aclaro que no es lo mismo medicar que medicalizar. La medicación y la utilización de los psicofármacos ha favorecido el tratamiento de diversas patologías en el ámbito de la salud mental, pero hoy vemos que cada vez se administran a edades más tempranas, inclusive hay niños de jardín de infantes que ya entraron al mundo de las pastillas o “pastillitas”, a modo de minimizar el asunto.

—Puede haber otra posibilidad ¿no?

—Por supuesto, la escucha del paciente y de lo que las conductas disruptivas generan en sus padres, o el análisis de aquello que irrumpe en las vivencias escolares. Contener, alojar el sufrimiento, acompañar. 

—Tremendo...

—Sí. Imaginate que una de las drogas más usadas se llama Ritalin o Ritalina, y cuando se lanzó al mercado la publicidad decía: “Ritalin… más fácil que ser padres”. Como que una pastilla diluye la responsabilidad del adulto en lo que le pasa a un niño.

—¿Y para qué es? 

—El metilfenidato es un medicamento psicoestimulante aprobado para el tratamiento del trastorno por déficit de atención con hiperactividad.

El problema es cuando se administra a niños que no tienen déficit de atención o si tienen un déficit es de la atención del adulto que debiera atenderlos y cuidarlos.

—Un chico que interactúa con todo este mundo complejo, ¿cómo lo hace?

—Y, es que, justamente, poder captar el sufrimiento de un niño involucra estar comprometido con toda la vida de ese niño. Un psicólogo que sólo atiende en el gabinete y que no recorre la escuela o no interactúa con padres, docentes,  abuelos o aquellos referentes que forman parte de su mundo, se queda con un recorte de la historia de ese niño. La infancia es el momento en el cual el sujeto se está construyendo a sí mismo y donde aparecen muchos actores que van dejando sus marcas en ese proceso de constitución. Lógicamente, lo más importante es observar y escuchar lo que el niño dice de estos actores.

Escuchar y observar nos permite ver que hay características que son propias de un momento evolutivo y que es necesario entenderlas así. El límite entre un problema de conducta en la infancia y las rebeldías propias de un niño es muy difuso.

Me sorprendió observar un cartel en un aeropuerto que decía “señales de alarma” para detectar si tu hijo es autista, y las conductas alarmantes tales como el berrinche, no hacer caso, ser insistente en algún tipo de actividad o parecer tener una sordera paradójica, me remitió más a las manifestaciones conductuales de la mayoría de los niños de entre 2 y 3 años. Aquellas “señales” de alarma harían que cualquier madre de un niño de esa franja etaria sospechara de un posible caso de autismo. Es difícil que todos los chicos hagan caso, es difícil que todos realmente escuchen y respondan cuando están metidos en su juego, es difícil que el niño realmente no se oponga, ya que estar en rebeldía ante mamá y papá es justamente un proceso evolutivo, donde el niño pone un corte y un límite a los caprichos maternos o paternos, para empezar a tomar él mismo pequeñas decisiones. 

Esta rebeldía también es porque estos padres de la infancia, que son los superhéroes, dejan de estar en ese lugar de superhéroes tal como les pasa a los adolescentes (que rivalizan con el adulto de un modo más evidente), el niño empieza a socializar con otros, fuera del contexto familiar, y esto lo lleva a conocer otros modos y a cuestionar las mismas dinámicas familiares. No es una oposición sin sentido, se opone porque empieza  a tener una mirada crítica y a plantear su parecer. Pero el adulto tiene que poder sostener esta oposición sin desbordarse.

—Cuando hablamos de niños, ¿de qué edades hablamos?

—Nosotros hablamos de niños hasta aproximadamente los 11 años, después estamos hablando de púberes. 

—¿Cómo se trabaja ese pase de la palabra hablada al niño que no habla?

—En psicología infantil, el juego adquiere un valor trascendental: no es lo que se habla, sino lo que se dice con la conducta o en el jugar.

Todo aquello que el adulto en una sesión de psicología puede hablar, el niño no lo va a hablar, el niño lo juega. Por eso el psicólogo interpreta el juego del niño y escenifica situaciones de la vida cotidiana para ver el posicionamiento del niño ante lo que sucede. Freud decía que gracias al juego, el niño puede elaborar situaciones displacenteras. El juego le permite manejar la escena y cambiarla mágicamente, recrearla desde un nuevo lugar que crea posibilidades.

El niño no puede manejar el mundo adulto, pero sí su juego, por ejemplo, hay un modo de jugar llamado “El pequeño arquitecto”, el niño construye torres con tubos y automáticamente las derriba pareciendo que el disfrute no está en la construcción, sino en hacer caer la estructura. Este juego es coincidente con el momento en el que los niños empiezan a caminar, momento en el que se frustran muchísimo ante las reiteradas caídas por no manejar aún su cuerpo, pues la lógica de elaboración del juego diría que, como no pueden controlar su cuerpo, encuentran en el  placer de tirar la torre la posibilidad de recrear una escena en la cual sean ellos los que realmente tengan el control, no pueden controlar su cuerpo aún, pero sí su juego. Frente a sus caídas son meros sujetos pasivos, pero en su juego sólo de ellos depende la actividad.

—Está construyendo.

—Está construyendo su propia subjetividad y está también elaborando sus propios temores y su propia frustración.

Uno de los ejes de este encuentro del Forum Infancia tenía que ver con recuperar el juego para posibilitar la infancia y para recuperar la infancia. ¿Qué se ve hoy? Que nuestros niños juegan poco, que nuestros niños están más invadidos por pantallas y que hay mucha soledad. 

Más que nuevas patologías en la infancia hay nuevos modos de estar solo, aun estando con otros. Los niños están enfermos de soledad. Cuando el niño está mucho tiempo con el teléfono o computadoras deja de hacer muchas otras cosas, jugar, por ejemplo. 

Volvemos a la misma cuestión. Justamente, en esta cuestión ¿cuál es la posición del niño frente a una pantalla? Es una posición totalmente pasiva que no posibilita que él maneje la situación. 

Entonces, el chico en esa situación no tiene herramientas para elaborar sus conflictos, es un niño que se frustra más fácilmente y que tiene menos recursos para tolerar los tiempos de espera de la vida misma.

Si el niño está atrapado por una pantalla y no juega, no imagina, no crea, eso mismo ya es un síntoma.

—¿Cómo se trabaja el género en esta edad? 

—El Forum Infancias tiene una postura tomada en cuanto al género, que se orienta precisamente al respeto de la diversidad en todas sus expresiones.

—¿Cuál es otro de los tópicos que te interesó particularmente del Forum de este año?

—El tema de las intervenciones tempranas. Cuando la intervención se convierte en intromisión, o hasta qué punto intervenir no es  interferir en los procesos propios de la infancia.

El lema de muchos profesionales es la detección temprana, pero a veces la detección temprana nos lleva a no respetar los procesos propios de la infancia. Un diagnóstico temprano también deja su marca (indeleble) en la mirada de esos padres hacia su hijo. 

Frecuentemente recibo consultas de padres de niños de uno o dos años, que ven en sus hijos rasgos de autismo porque sienten que son inmanejables. La pregunta obligada entonces es sobre aquello que consideran como problemático y plantean que el bebé no se adapta al jardín o a sus tiempos. Pues, el bebé es bebé, es un niño que necesita del adulto que organice, ponga orden y borde a su propio desborde.

Creo que a veces sin darnos cuenta hay denominaciones que no dejan de tener su consecuencia en el modo de ver a los chicos. Nos referimos a los bebés o niños como adultos, con expresiones tales como “la tipa”, “el vago”, por nombrar algunos ejemplos donde escuchamos a padres que hacen referencias a sus hijos pequeños en estos términos: “La tipa no durmió en toda la noche y no me dejó dormir”, “el vaguito pretende manejar la situación”.

Ninguna expresión es inocente, las formas del lenguaje y el discurso menos aún. Si hablo de un niño adultizando, ¿dónde queda el ser niño? La sociedad y el mercado en general pretenden niños ya formados, sin considerar el caos propio del desarrollo. El imperativo “adáptate, sé adulto” o “disfrutá y sé adolescente” y hasta se extinguieron las vestimentas propias de niños, basta con recorrer las vidrieras para ver que las marcas de chicos hacen ropas para pequeños adolescentes o miniadultos.

El niño hoy ocupa una categoría igual a la de un adolescente, lo vestimos como adolescente, lo tratamos como adolescente, festejamos sus cuestiones de adolescente, pero después no nos bancamos cuando actúan como adolescentes. Somos nosotros mismos, los adultos, los que generamos situaciones que después no toleramos.

—¿Cómo se tratan las nuevas familias? Infancia y nuevas familias, ensambladas, por ejemplo.

—Creo que, en ese caso, los niños tienen las cosas mucho más claras que los adultos. Los adultos a veces problematizamos cuestiones que no son problemáticas para los niños y de repente ponemos el foco en otros lugares: ¿cómo le explico a mi hijo que tiene dos mamás? ¿Cómo le explico a mi hijo la cuestión de que tiene otro papá? Los niños tienen explicación para eso y sus explicaciones resultan más sencillas y más simples que los conflictos de  los adultos.

—¿Cómo trabajar eso?     

—Escuchando al niño, observando lo que propone y descifrando su visión de estas nuevas familias. Una vez escuché a un niño dar la mejor definición: “La familia es el lugar donde te sentís amado”.

—¡Qué lindo!

—Esa es la definición de familia en la que tenemos que pararnos para poder empezar un cambio.

 

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