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Predecir no es soñar

Predecir se basa en el establecimiento de pautas en base a pruebas que acentúen esa visión iluminada. Soñar, sin embargo, no se recuesta en datos fríos, sino en afectos que generalmente remiten a cosas vividas.
Iñaki Gabilondo. Conductor del programa televisivo Cómo será el mundo cuando no esté.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Un calificado conductor de radio y televisión española, Iñaki Gabilondo, creó un ciclo televisivo que permite “ver” el mundo por delante, vislumbrar cómo será, a través del testimonio técnico de personalidades científicas que posibiliten esa “ida” por descubrir. Iñaki Gabilondo es periodista, escritor y, a la vez, es el autor y conductor de ese revolucionario programa titulado Cómo será el mundo cuando ya no esté, en alusión a cuando él ya no esté, qué irá a pasar. Buena pregunta que ha logrado algunas respuestas. 

En su primera entrega, lo proyectó con la presencia de Luis Arzuaga, antropólogo; Cristina Garmendia, bióloga, y Javier Comas, filósofo. Fue Arzuaga quien arriesgó asegurando la tendencia del presente gracias a la evolución desmedida de la tecnología, que las ciudades serán mucho más populosas y que las familias naturalmente perderán la cohesión física. Es decir que, a muy temprana edad, los niños por razones de costumbres renovadas, educación, futuro veloz, inserción, nuevo estilo de vida, cada uno emigrando a países o lugares diversos, alejados de los padres, permanecerán sólo unidos por la tecnología cada vez más compleja. Lo que no provoca que se pierdan los afectos ya que los dispositivos tecnológicos permiten hablar y verse a la distancia. Aunque no es lo mismo que hacerlo frente a frente.

Duele saberlo o estar experimentándolo ya que la distancia, como dice el bolero, a veces “es el olvido”. Que nada se compara con el ayer cercano estrechamente cálido. Por ejemplo, la conformación obligada que entonces tenían los barrios, en los que grupos de niños buenos consolidados en “barras no bravas” de alguna manera repetían el amor cercano de la familia. Esa presencia de amigos-hermanos que crecieron fortaleciendo el cariño solidario. Sé que me siguen muchos nostálgicos que crecimos no alejados sino abrazados, lo que hace que soñar sea una forma de poner vida a lo vivido sin datos matemáticos, tan sólo con el recuerdo llenando el espíritu henchido y emocionado.

Hay una película argentina que compone las bases sólidas que edificaron esas barras de amigos, que habitaron las calles del país desparramando alegrías y gran hermandad. “La barra de la esquina”, filme estrenado en el año 1950, dirigida por Julio Saraceni, con guion de Carlos Petit de Murat y Rodolfo Schiammarella. El elenco descollante dio fuerza a la historia actuada con todo el potencial artístico de un cine muy nuestro, que reflejaba con gran carnadura todos los climas que habitaron esos grupos con conexión directa, por supuesto, a los vaivenes de cada una de las familias refrendando a cada pebete su origen.

Los actores fueron Alberto Castillo, María Concepción César, Ricardo Lavié, “Pepito” Marrone, Iván Grondona, Jacinto Herrera, Salvador Fortuna y Julia Sandoval. Quien alguna vez tuvo la suerte de compartir una “barrita” siendo chicos, sabe que los padres de cada uno eran un poco nuestros y de todos. A la hora de reunirnos caída la tarde, después de los deberes escolares, cuando comenzaban a divisarse las primeras estrellas, los sueños volaban haciendo nuestras esas epopeyas vistas en el cine de barrio o leídas en una de las tantas revistas de historietas. Pero más que nada la barra exaltaba a veces, como en la película mencionada, los orígenes diversos de nacionalidades que en sus genes vivían: el inmigrante italiano, el turco, el gallego, el ruso, el judío, en sus trabajos denodados por integrarse a esta patria de promisión.

Con el curso de la vida, algunas barras, grupos de amigos del barrio hechos en la infancia, banditas de chicos buenos pudieron mantenerse, con la evolución lógica y todas las suertes echadas por la vida crecida en madurez.

Esta película siempre logra revivir y emocionar porque se trata del principio de todo, la amistad, la solidaridad puesta permanentemente de manifiesto, el estudio, el trabajo, la novia, los hijos, los sueños de cada uno.

En lo personal, seducidos por el cine, la música, las revistas de entonces, la maldad estaba ausente con aviso. El comentario permanente de películas, los artistas de la radio, cantar formalizando en nuestro soñar sin límite, tratando de emitir a grupos que descollaron como Los Plateros, Los 5 Latinos, Sinatra, Las Andrews Sisters. No existía el deseo ferviente de hoy, de beber sin límite, pelear, andar armados, tener inclinación hacia cualquiera de las adicciones, sino de leer y tener la primicia del vuelo a la luna que anunciaba La Nasa y que tan bien lo describía la revista Mecánica Popular en su edición mexicana.

Existen tangos que revelan esos personajes que conformaron barras de amigos y que lo hicieron marcando la geografía barrial de las ciudades. Lo menciono porque sé que gusta y recordar tiempos saludables e inolvidables hace  mucho bien.

Homero Manzi, que ha sido un maestro en la descripción ciudadana marca en su poesía de “Barrio de tango”, estrenada en el año 1942: “Barrio de tango, luna y misterio,/calles lejanas, ¿cómo estarán..?/Viejos amigos que hoy ni recuerdo,/¡qué se habrán hecho..! ¿Dónde andarán..? 

Todos los grandes autores casi en reproche se preguntan una y otra vez, como lo hizo Cátulo Castillo en “Tinta roja” cuando lo estrenó en 1941: “¿Dónde está mi arrabal..?/¿Quién se robó mi niñez..?/¿En qué rincón, luna mía,/volcás como entonces/tu clara alegría..?”. 

Enrique Gaudino ha sido preciso cuando traza en versos el lugar geográfico del barrio, cuando lanza en 1953 el tango “San José de Flores” que lo cantaba tan bien el tano Alberto Morán: “Nací en este barrio, crecí en sus veredas,/un día alcé el vuelo soñando triunfar”.

Es cierto, como lo marca el comunicador español Iñaki Gabilondo en su flamante programa televisivo Cómo será el mundo cuando ya no esté, el cambio que ha producido la tecnología marca la historia misma del acontecer actual: veloz, tal vez no tan previsible pero si cada vez más revolucionario, lo que indudablemente altera costumbres; según los entendidos, no se pierden los afectos. Sin embargo, es lo que menos se sostiene porque la sorpresa ha dejado de serlo, todo es explícito pero vacío, ha perdido la belleza esa otra cara que hace diferente las cosas.

Es allí donde recordar pone amor, aunque esas imágenes van perdiendo formas porque la evolución se viene dando hace un tiempo. Sin embargo, memorar el barrio, los amigos, las barritas de chicos buenos que jugando aprendíamos a ser mejores, donde soñar era lo lógico para situarnos, poner el clima del respeto, el amor sostenido a todos que había nacido en la familia misma, es más que saludable. La evolución es imparable, pero pongámosle vida, ternura, copiemos, por el bien de todos, esa persona hoy casi perdida que le puso sentido a las cosas. Soñar también es recordar, tomando mano a la inversa, lo que felizmente pasó.

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