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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Una estrategia para generar empleo genuino

Es innegable el abrumador consenso político y social acerca de la necesidad de que la gente desocupada encuentre un trabajo digno, que los que ya lo tienen lo conserven, que los precarizados se formalicen y que el ingreso promedio tenga una tendencia constante hacia incrementos reales consistentes. Sin embargo, nadie parece entender muy bien cómo lograrlo.

Pocos asuntos tienen tanta adhesión ciudadana como la idea de mejorar el empleo en un sentido amplio. Frente a un acuerdo tan multitudinario cuesta comprender como no se ha diagramado, a la fecha, una política razonable.

La inmensa mayoría de los partidos políticos coinciden en que este tópico merece suficiente atención. Hasta es posible identificar un acuerdo implícito respecto a qué tipo de cuestiones deben encararse para conseguir avances.

Por momentos, diera la sensación de que lo que falta es una férrea decisión política para poner este problema en el centro de la escena y construir una estrategia sensata que no termine deambulando de banquina en banquina.

Pero a veces también asoma la sospecha de que, en realidad, ni los gobernantes, ni los supuestos especialistas, tienen claro por dónde empezar y cómo recorrer inteligentemente ese camino hacia el objetivo pretendido.

No es un dilema exclusivo del Nordeste argentino, sino del país todo, pero las especiales circunstancias de esta parte del país exhiben características muy similares que derivan en la necesidad de un abordaje más particular.

Las cuatro provincias de la región tienen demasiado empleo estatal. Es un ingrediente excesivamente relevante, que demuestra una alta dependencia de esta matriz que involucra a todas las jurisdicciones sin excepción.

La vieja política se ha ocupado de instalar un relato tramposo que intenta justificar el actual desmadre. Sostienen que el Estado debe ofrecer puestos públicos ante la ausencia de oportunidades tangibles en el sector privado.

Es difícil saber que está primero, si el huevo o la gallina. Con un Estado activo todos los criterios se ven trastocados y esa intervención considerable  desestimula fuertemente la creación de alternativas en la esfera privada.

Cobrar un sueldo, por media jornada, de lunes a viernes, con estabilidad casi garantizada, prestaciones jubilatorias y de obra social, muchas veces en lugares confortables, con una insignificante demanda de productividad en los resultados coloca la vara en un punto extremadamente elevado.

En el mundo de los negocios la viabilidad de los proyectos dependen de la eficiencia con la que se gestiona la cotidianeidad, los ritmos son mucho más exigentes, los días laborables pueden ser más y habitualmente más largos.

El discurso simplista de pretender que las empresas se conviertan en empleadores seriales choca con cuestiones demasiado elementales en las que los gobernantes, por acción u omisión, tienen mucha responsabilidad.

Otra característica regional inocultable es la presencia de un abultado empleo informal, ese que no consigue ajustarse a esa legislación desproporcionada y plagada de regulaciones ridículas que sigue indemne.

Esa marginalidad no es patrimonio exclusivo del empresariado local. El Estado, en todos sus niveles, municipal, provincial y nacional, recurre sistemáticamente a diferentes ardides para utilizar idénticos instrumentos.

Aún existe una importante cantidad de personas que se ilusionan con el tan manoseado “desarrollo industrial”. Creen, sinceramente, que la llegada de numerosas fábricas, va a resolver el verdadero problema de fondo.

Suponen que habilitando gigantescos conglomerados fabriles surgirán miles de puestos. Las industrias ya no son, como antes, empleadores importantes. Sería saludable abandonar esa falacia para no engañarse más.

La evolución del Nordeste está condicionada por la “macro”. Las variables económicas nacionales indudablemente impactan en el crecimiento. Los parámetros fiscales y monetarios juegan siempre un rol clave.

En ese contexto, los gobiernos deben asumir que para promover empleo genuino en la región, se precisa diseñar una estrategia integral y eficaz que contemple las múltiples aristas sobre las que se debe operar con convicción.

No existe una solución mágica para este complejo desafío. La tarea indelegable de los gobiernos es generar las condiciones óptimas para que todos se entusiasmen, confíen e inviertan su dinero aquí. Pero antes deben perder el miedo a ser saqueados y sentir que las instituciones están para facilitarles el recorrido y no para entorpecer todo sin piedad alguna.

Si los intendentes y gobernadores logran encauzar esfuerzos, pueden edificar un ambiente amigable con los negocios que permita que cientos de empresarios, de pequeñas empresas y potenciales emprendedores se animen a tomar riesgos y así nazcan nuevas oportunidades para muchos.

Ese es un trayecto totalmente posible, muy concreto, que requiere fundamentalmente de una acabada comprensión de las más elementales reglas económicas, esas que invariablemente inciden en las decisiones.

Un diagnóstico correcto dará paso a una estrategia vital. Luego se plantearán las probables tácticas que contribuyan a dinamizar la actividad económica. Sin ese esquema, el anhelado progreso quedará empantanado.

Por ahora sólo se visualizan algunas buenas intenciones, ciertas acciones aisladas y espasmódicos mega proyectos que no lograrán demasiado en la medida que no direccionen todas sus energías a incentivar adecuadamente a los inversores, únicos motores de un desarrollo sostenible en el tiempo.

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