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De urbanismos desquiciados a orillas y montes misteriosos

El autor chaqueño fue entrevistado en el programa Todos los Vientos que se emite por Radio Unne, de lunes de viernes de 19 a 20. Quirós habla sobre la novela, sus autores preferidos y sobre la literatura hecha en las provincias donde la presencia de la naturaleza es fuerte aunque los protagonistas sean seres urbanos.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Por Fernando Abelenda

Especial para El Litoral

Chesterton solía burlarse con ironía de las máximas universales, aquellas que se presentan con una validez para todos, pero de las que decía que no servían para nadie en particular. Siguiendo esta idea, desde el programa Todos los Vientos entrevistamos al escritor Mariano Quirós no sólo como alguien de la literatura universal sino como un escritor chaqueño, como un escritor cercano a nosotros y, sobre todo, como simples lectores de La casa junto al Tragadero, libro que nos apasionó y que por obvia consecuencia nos convirtió en sus lectores. 

La Casa junto al Tragadero no es cualquier novela sino la ganadora  del premio a la mejor novela de la editorial Tusquets entre más de cuatrocientas novelas de todo el mundo. Pero, antes, antes de conocer esta excelente novela y su extraordinario premio, un tiempo antes… uno de nosotros (F. A.) recibe un llamado de Juanjo Bittel desde la ciudad de  Resistencia. Quería traer de regalo un libro que acababa de leer. El encuentro fue un rato después en la librería Capítulo Uno de Susana Canevaro. Ya allí, Juanjo, nuestro Cronopio mayor como lo llamó Luis Polo cuando hace muy poco tiempo se murió, leyó en voz alta La vida en el aire, uno de los cuentos de Una luz mala dentro de mí de Mariano Quirós. Lo leyó con pasión y con pequeñas glosas, como si lo hubiera hecho suyo.  

De aquel encuentro, pensamos desde Todos los Vientos que tal vez de eso se trate la cosa. Que simplemente eso y no otra cosa sea la literatura. Un encuentro singular.  Un encuentro afectivo, quizás extraño, quizás loco, entre un texto literario y un ser de esencias precarias, un lector, que se deja llevar, que se identifica, que le pone su voz y sus fantasmas a lo que lee, que… ¿Que se escapa? ¿Que se salva...? 

— ¿Cómo fue ganar el premio novela Tusquets?

— Fue como una especie de lindo golpe, una linda piña. Es una cuestión bastante azarosa y en realidad, no sé ni siquiera a dónde llegué, porque esto se ve mucho más grandilocuente de lo que en realidad es. Me doy cuenta de que tengo más lectores a partir de este premio y eso es algo muy bueno porque siempre tenés devoluciones distintas y distintos puntos de vista sobre lo que escribiste, distintas opiniones y de alguna manera eso te alimenta la escritura.

— Hay cosas que siempre pasan cuando alguien del interior del país gana un premio tan importante como este. Volver a pensar y volver a interrogarnos si hay una literatura de provincia y otra porteña. ¿Vos cómo lo vivís?

— En realidad, creo que lo más interesante que está pasando con las literaturas provincianas, con la literatura profundamente provinciana, es que también está atravesada por el lenguaje bruto de la ciudad. Resistencia como Corrientes son ciudades muy grandes. Yo pasé casi toda mi vida en Resistencia y me crié rodeado de puro asfalto y rodeado de puro escándalo; quizás, lo que cambia en relación con ciudades como Buenos Aires, por hablar de la capital, son simplemente la tonada que creo hasta se refleja en los textos. Pero la ciudad, el urbanismo desquiciado, creo que está tanto en Buenos Aires como en Resistencia, en Corrientes, en cualquier ciudad de más de cien mil habitantes.

— Yo siempre fui crítico con algunos escritores de Corrientes que viven en ciudades pero que cuando escriben lo hacen sobre el gaucho y el hombre de campo, el paisaje... Lo genial de tu novela es que si bien la trama se desarrolla en el monte chaqueño, tanto el personaje principal como lo que construís ahí es de personajes de ciudad. Por decirlo de otra manera, ajenos a ese mundo…

— Eso en buena medida tiene que ver, creo yo, con que yo de monte sé muy poco. Y por lo que decía recién, yo me crié leyendo literatura, por decirlo de una forma grandilocuente: literatura universal. La literatura universal para mí es la literatura de un tipo como José Gabriel Ceballos, por ejemplo, de Alvear, Corrientes. Yo lo leo a Ceballos, que es bien costumbrista si se quiere, pero un costumbrismo, para mí, que atraviesa el mismísimo costumbrismo, es literatura. 

Yo puedo leer cualquier cosa. Leo desde un europeo que me está contando, no sé, alguna tragedia ya sea íntima o una tragedia universal, o leer las tragedias de nuestros pueblos, Roa Bastos, por ejemplo.

— ¿Cuáles son los autores que más te han marcado o que preferís? 

— De más joven, casi todos los días, tenía algún deslumbramiento, un enamoramiento. Con la edad esas cosas, lamentablemente, cuesta un poco más que sucedan, ya no te cambia la vida un libro, pero sí se lo disfruta, se disfruta de otra manera. Yo tengo muchísimos autores; me enamoré en su momento mucho de Roberto Bolaño, me enamoré de los norteamericanos, de Francis Scott Fitzgerald…

— Yo veo que tu novela tiene una influencia de los narradores norteamericanos. Es una agilidad que encontré también en Monstruos Perfectos, la novela de Miguel Angel Molfino que me gustó tanto…

— Sí, es probable también que sea la literatura norteamericana la que más haya impactado, incluso más que la latinoamericana. En Buenos Aires me parece que hay con la literatura norteamericana y sobre todo con la literatura latinoamericana, algún miramiento, digamos. Yo soy un enamorado, por ejemplo, de Roberto Bolaño, y en Buenos Aires como que se lo mira con reserva. No se lo legitima del todo.

— Me llama mucho la atención en la novela la presencia de la naturaleza que determina un montón de comportamientos; es decir, el río está todo el tiempo presente, los monos, luego los yacarés. Hay una presencia muy fuerte de la naturaleza que está allí, que está vivida de diferentes maneras, para el personaje y para las otras personas que viven en ese entorno. La naturaleza como una presencia. ¿Es así? ¿Cómo trabajaste eso?

— Y, sí. En buena medida, gracias a mi propio desconocimiento de lo que es la vida en la plena naturaleza, por así decirlo. Soy muy ignorante de esa vida. Entonces, este personaje, que en ese sentido sí se parece a mí en cuanto a que es un hombre que vaya uno a saber por qué se empeña en vivir en un ámbito que no es el suyo, es un hombre de la ciudad; que implica que se mueva con un cierto cuidado, por lo menos como yo me muevo en el campo o en el monte, mirando hacia los costados como que si de un algún momento a otro me va a pasar algo horrible. Creo que ahí me sirvió mi propia ignorancia acerca de lo que es el monte para revestir a este personaje con esa misma ignorancia.

— Vi muchos cuidados ante la naturaleza, pero también cuidados de los personajes entre sí y como telón de fondo, siempre la naturaleza. Es decir, los personajes tienen cuidados, se cuidan del otro.

— Claro. Como una desconfianza. Hay algo que a mí sí me interesó pero que lo terminé de ver una vez cuando empezaron a preguntar sobre la novela, una cosa que a mí me gustó sentir. Que tenían un forastero. El hecho de que hay un forastero ahí. Que es el mudo, justamente, un tipo que viene de afuera, que no quiere hablar, que se empeña en no hablar y cómo ese empeño del tipo por no hablar es lo que va generando rumores, que se generen otras historias alrededor de eso. Como que, paradójicamente, la negación a la historia es lo que acaba por desprender más historias alrededor de él; que está loco, que es un brujo, que es un retrasado, lo que fuere. Todos rumores que surgen a partir de que él se niega a hablar.

— La novela está en primera persona ¿no? La construcción de ese personaje es genial, me parece, porque es un narrador omnisciente por la cantidad de detalles y cosas que observa…

— Es un mudo que cuenta. ¡Es increíble! Realmente eso, ese juego me parece que es lo fascinante que tiene el relato. A mí me encantó eso.

— También me pareció encontrar en la trama una especie de influencia de Roman Polanski, algo de influencia del cine, ¿no?

— No sé si de Polanski en particular, pero sí que tenía como la intención de meterme con distintos géneros y sí mechar un poco de tintes cinematográficos, pero siempre primando la literatura. 

Porque también me interesaba que el lenguaje de ese narrador se fuese volviendo cada vez más tosco; pero también una especie de tosquedad poética.

— ¿Cuando vos escribís, pensás en el lector? ¿Pensás en algún tipo de lector?

— Es difícil no hacerlo, en mi caso por lo menos. Yo creo que sí, yo pienso o me apunto cuando escribo en qué dirán mis amigos lectores y escritores; que son a los que yo les pasó de pronto un archivo en Word y que me digan a ver qué les parece o que no me digan nada; la manera más piadosa de decir…

— Tocaste un tema que para mí también es central, una de las cosas extraordinarias que tienen ustedes en Resistencia no es solamente que estás vos, sino que yo te veo a vos y lo veo a Pablo Black, lo veo a Miguel Molfino, lo veo a Alfredo Germignani…; o sea, toda una especie de banda, de sociedad para el crimen extraordinaria (risas). Es muy conmovedor y me parece que es muy envidiable que exista…

— Eso es lo que a mí me gusta. Precisamente, yo hablo de Bolaño que lo que tiene es una inclinación hacia una especie de cofradía o camaradería entre quienes, no entre quienes escriben, sino entre quienes leen; porque esa es más que nada la clave del asunto, me parece a mí.

— Es como una comunidad de amigos lectores/escritores.

— Y tomárselo como que es la vida y hasta vivir en esa confusión de cuánto es de la vida de la lectura que estamos haciendo en determinado momento y cuánto es la vida más prosaica, por decirlo de alguna manera.

— Me llamó mucho la atención el uso de la palabra “cachiveo”. ¿Por qué esa palabra?

— Esa palabra la aprendí por mi abuelo y ahí está la vida ¿viste? Mi abuelo me contaba que él cruzaba el río en cachiveo en Las Palmas, Chaco. Y… me contó lo que era un cachiveo y cuando estaba en medio de la escritura de la novela me vino como “al pelo” esta historia.

— En medio del texto hay un dibujito, que para mí es maravilloso. ¿Porque la necesidad de hacer un dibujito? Aparece la escritura como ilustración, me parece, ahí hay una necesidad tuya de hacerlo, ¿por qué?

— Y tenía el deseo de que el personaje se expresara de alguna manera “artística” y en un principio pensé por ahí que el paisaje, el monte, la vida que estaba llevando podía empujarlo a improvisar poesía; una poesía incluso hasta mala, pero no sabría, no iba a poder escribirla.

Escribí un par de poemas como si fuera el mudo, pero me convencieron mucho más esos dibujos medio aniñados. Una manera un poco siniestra también. Me pareció que tenían más que ver con el mudo y que de pronto tenía como el impulso de hacer algo artístico y eran estos dibujos.

— Una cosa que noté, porque no me quedó otra que comparar -es horrible comparar, ¿no?- pero noté que en esta novela hay como un cariño hacia este personaje, como que yo como lector también le tuve. Me parece un personaje absolutamente ético, además. Tiene como una ética muy especial, pero tiene una ética…

— Que abandona la ciudad. Abandona un modo de vida y se va en busca de este otro…

— Quizás sea un deseo de muchos de nosotros… En tu novela Río Negro me parece que sos más descarnado con tus personajes.

— Claro. También yo era más joven…

— Me gustó mucho como manejás la tensión de encontrar lo inesperado. Me parece que ahí hay algo, a lo largo de la novela, que va manteniendo cierta tensión, que nunca desaparece y que todo el tiempo yo estaba esperando qué suceda algo terrible, ¿no? Y a veces no sucede. O sucede de un modo que yo no lo esperaba. Eso es un gran trabajo de escritura que no sé cómo hiciste. ¿Cómo se hace eso? ¿Te llevó mucho tiempo escribir esta novela?

— Me llevó bastante, sí. En un principio pensé que me iba a costar menos porque empezó como a modo de chiste con mi amigo Luciano Acosta, que es artista plástico de Resistencia, y se tuvo que ir a vivir justo a orillas del Tragadero por cuestiones de su vida y como somos gentes de ciudad, en definitiva, el hecho de estar allí le generaba una cierta angustia.

— ¿Corregís mucho?

— Sí. Tal vez menos de lo que debería, pero sí, corrijo mucho.

 

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