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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Un pichón de periodista y un guía y maestro

 Por Ticky González

De la Redacción de El Litoral

Sabiendo que era reacio a todo tipo de manifestaciones, porque consideraba que era una exageración y no se merecía, resulta difícil escribir sobre él, porque se me hace que está diciendo “para la mano González, no exageres”.

De Carlos Gelmi, que lamentablemente ya no está entre nosotros los mortales, se pueden decir muchas cosas. A pesar de su edad era un tipo divertido, pero que transmitía respeto. “Qué es eso de que llegan todos los días y te pasan la mano”, “decile que se vaya a..., pero como cosa tuya”, o cuando al finalizar una comunicación telefónica y tras cortar expresaba “andá a…”, ocurrencia que festejábamos quienes lo escuchábamos.

Los que conformamos la “gran familia de El Litoral” podemos dar fe de que era una persona afable, comprensiva, de grandes valores que valorizaba la amistad y que estaba dispuesto siempre a orientar a cualquiera con sus acertados consejos. No en vano todos -mucho más quienes trabajamos años junto a él- coincidimos en considerarlo un sabio… un guía… un maestro.

Tuve la suerte de ingresar a El Litoral en los primeros años de la década del 70 cuando cursaba el primer año de la secundaria. Lo hice como telefonista y años después, el periodista Esteban “Tachín” Gálvez, me dijo “a partir del lunes comenzás a trabajar en la Redacción”.

Y así lo hice. Fue como descubrir un mundo nuevo. Allí comencé a codearme con reconocidos periodistas de más edad que yo, que estaba en plena adolescencia. Lubary, Rey, Lagos, Rodríguez… y Gelmi, entre tantos otros.

A partir de ahí, con Gelmi comenzamos a tejer una amistad. Fue algo así como -hoy lo puedo decir con orgullo- un ensamble perfecto entre “un pichón de periodista y un guía y maestro”.

Indudablemente fue un hombre especial. Era de pocas palabras, pero cuando las expresaba eran justas y precisas, y dejaban una enseñanza.

Debo reconocer -y eso lo valoro eternamente- que en innumerables oportunidades la amistad que fomentamos llegó a ser tal que cuestiones muy íntimas compartimos sin problema alguno.

Uno de ellas, por ejemplo, fue cuando le comenté que decidí separarme. Algo sorprendido, me dijo que era natural y que la vida sigue su curso.

Otra fue cuando un día lo observé un poco preocupado y al preguntarle qué le pasaba me comentó que su hijo Claudio “decidió hacerse cura”. Me sorprendió y lo único que alcance a decirle fue: “Es una decisión de Dios”.

Hoy, me parece, creo que lo entendió, porque después dejaba traslucir que se sentía orgulloso “de tener un hijo cura”.

Fueron años de una amistad que se reforzó con el paso del tiempo y los achaques en la salud: él con el implante de un marcapasos; yo, con mi problema cardíaco. Nuestros encuentros en el Cardiológico eran todo un acontecimiento, recordando tiempos idos.

Cómo no acordarme de los suplementos hechos una vez finalizada la edición: yo diagramando, él dictándome el texto. También las largas charlas haciendo el aguante a los programados cortes de energía eléctrica.

Con orgullo y por aprobación suya, durante años fui responsable de la tapa del diario, y lo último -hasta ahora- dejarme la responsabilidad del editorial y las páginas de opinión.

Ahora me parece escuchar como un repiqueteo… “para la mano González, no exageres”. Él era “un viejo gruñón”, pero simpático y comprensivo.

No tengo ningún empacho, a pesar de los años transcurridos, en sostener que soy “un pichón de periodista” y a Carlos Gelmi lo considero “un guía y maestro”.

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