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Escuchar, un bien de inapreciable valor

Quien no escucha no facilita, no contribuye, no comprende el problema ajeno, no se involucra, no hace empatía con los sentimientos y aflicciones del otro. Escuchar es muchas veces, callarnos, posponer nuestra postura o pensamiento y atender las explicaciones de los otros. 

Por Leticia Oraisón de Turpín

Orientadora Familiar.

Qué fácil resulta hablar de escuchar, qué sencillo parece, supone sólo saber callar un momento, hacer silencio y atender.

Pero aplicarlo, llevarlo a la acción, vivir en escucha no es tan fácil porque la premura de nuestras preocupaciones impiden detenernos y escuchar, prestar atención a lo que interesa, preocupa, apena o acongoja al prójimo.

Escuchar para poder ayudar, porque quien no escucha no facilita, no contribuye, no comprende el problema ajeno, no se involucra, no hace empatía con los sentimientos y aflicciones del otro.

Escuchar es muchas veces, callarnos, posponer nuestra postura o pensamiento y atender las explicaciones de los otros, significa también ser capaces de recapacitar y reorientar el rumbo que decididamente emprendimos.

En esa posición de escucha seguramente estarán algunos congresales para aprender, comprender y poder asistir a los que más lo necesitan.

Y para esto, deberán escuchar, saber escuchar, distinguiendo el bochinche armado, de la opinión seria y concienzuda que define la ciencia, fruto de la investigación, el estudio y la comprobación que dan las reales imágenes ecográficas sobre la vida que se pone en juego en estos momentos.

Seguramente estarán escuchando la palabra de los científicos, de la Academia de Medicina, de los genetistas, para captar y comprender la información útil, eficaz, real, verdadera y evidente de la vida humana, (increíblemente puesta a consideración).

No cerrarán sus oídos sólo porque contradice a una falsa y equivocada postura proclamada por manifestantes vocingleras, que alteran la realidad con énfasis e intransigencia. Suponemos que sabrán escuchar a la ciencia que siempre enriquece y salva vidas, evitando equivocaciones irreversibles, tan irreversibles como quitar la vida.

Hacer silencio, para escuchar esos corazoncitos que apenas gestados ya están latiendo acompasadamente, y gritan “estoy vivo, escuchen mi corazón”.

Escuchar, para entender que hay que prestar ayuda, no dar soluciones fáciles y gratuitas que no comprometen ni responsabilizan.

Escuchar para ponerse al servicio de las dos vidas, porque ninguna vale más que otra. No discriminemos, los derechos humanos son para defender por igual a todas las vidas humanas. ¿O no?

Escuchar para estar disponibles a servir, a ayudar, a meterse en el problema y empujar para adelante, con valentía y decisión, aún a riesgo de la comodidad y el propio bienestar. Cosa no fácil de hacer, de allí el verdadero compromiso.

Escuchemos entonces el clamor de los sin voz, y empeñemos nuestro esfuerzo para que nadie quede sin protección y sin vida. Porque la vida es el Aliento Divino que nos sostiene a cada uno de nosotros, sin distinción alguna.

Congresales no olviden que Dios y la Patria se lo demandarán oportunamente, porque nadie vive para siempre sin rendir cuentas de sus determinaciones.

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