Marily Morales Segovia: la hechicera
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Marily Morales Segovia siempre estaba traspasada de algo: de lluvias serenas o tormentosas, de paisajes intocados u hollados; de lejanías que guardaban entre sus manos una flor de irupé. Siempre estaba aquí y allá en un viaje secreto que luego compartía como al descuido en los múltiples lenguajes de los que se sirve la “revelación”. No se le resistió casi ninguna rama del arte, nada se le resistió salvo ella misma que era pura resistencia, un río en constante movimiento que sabía irse para quedarse.
Amó su Yaguareté Corá tanto que un día buscó añejar otros vinos en Valencia y desde allí amó, y amó la vida, el lenguaje de los gestos hacia/con la otredad. Amó el vaciarse completamente para ver qué decían las vísceras, qué oráculos liberaba la sangre, su sangre enamorada del movimiento, de las certezas que de pronto se hacen preguntas y de las preguntas que nos instalan en la certeza de habitar un “ser abierto”. Bien valen aquí sus propias palabras: “Los que elegimos nuestro destino/hemos pasado a ser/ aquella raza de navegantes del desierto”.
Lo cierto es que Marily pobló su vida con “el hacer”; desplegó para sí y los otros un torbellino de obras: poemas, letras de canciones, cuentos, novelas, ensayos piezas teatrales, esculturas. Promovió a poetas y escritores de su provincia y de Valencia. Con su carisma logró que algunos despertaran de la siesta (esa costumbre tan correntina) y que otros se atizaran a sí mismos como modo de enfrentar el mundo. Llevó al extremo la enseñanza de Machado: “Caminante, no hay camino/ se hace camino al andar”. Tantos caminos transitó que fue pasando del underground al folk, para finalmente en los últimos años de su vida encontrar a Cristo en vía casi mística.
Una anécdota contada por su amigo, el músico Aldy Balestra, grafica su espíritu de sus días finales: “Hace un par de días el enfermero le dice que duerma y ella le responde ‘¿para qué?’ Porque es tarde le dijo el enfermero y ella le responde:…‘Nunca es tarde para la eternidad’”.
A instancias de la editorial Nord-Este codirigida con Darwy Berti y otros, la Pombera (como ella misma se llamara) publica en 1959 su primer poemario titulado La puerta. En el mismo su búsqueda atiende a una voz intimista desde la que se manifiesta una mujer plena, valiente, libre y desprovista de los prejuicios que marcaban la época.
Su poesía va cambiando de registros. “No se reitera, no gira alrededor de un único tópico, sino que avanza, desprende diferentes concepciones del presente y el pasado, se renueva y hasta, a veces irónicamente, se niega a sí misma”, afirma Facundo Binda acertadamente en su Literatura de Corrientes (una antología crítica) publicada en la red.
El poemario La puerta marcaría la primera pieza de la construcción imaginaria del gran caleidoscopio que fue su vida y su obra.
Muestrario mInimo
Mujer
La rama de tu hombre
te está enredando el pelo
de alquitranes bullentes.
Los gajos de tu hombre, de ceniza y hastío,
de hastío y de cansancio
que distraen las gamas de tus caducidades.
Así alarga la vida
su mano por los siglos.
Mujer hecha de todo
para ser en el mundo, lo que eres.
Rebanada de pan que va nutriendo las angustias del hambre
para causar más hambre.
Para que nadie viva sin ti,
sin tu silencio de llama adormecida sobre una mano abierta.
Mujer hecha de todo,
para arrastrar asida de tu aromado pelo,
toda la raza humana pesada y quejumbrosa
rumbo a un mañana ciego de eterno interrogante.
Mientras crece la hierba
Porque siento que mis pies están brotando
te he llevado a danzar, dame tus manos,
y olvidemos después que es primavera
mientras crece la hierba...
Con un collar de achiras ceñiremos la lengua
del áspid con su veneno,
para ponerlo luego en nuestras frentes,
e ignoremos después que es primavera,
mientras crece la hierba...
Tu cortarás los brotes de los lirios,
yo cogeré corolas de azucenas
para beber en ellas nuestro olvido
e ignoremos después que es primavera
mientras crece la hierba,
y un pájaro se aloje en nuestro oído,
repleto el pico de doradas hebras.
(De La puerta)
Canto al hombre correntino
Quise decir tu nombre
y contuviste mi llamado.
Aún no podía pronunciarte.
Tú me llevaste de las manos
por el rumbo
del viento norte y los lagartos.
Me obligaste a empezar contigo tu alfabeto
de señales indígenas.
Nací entonces palabra.
Palabra fui de tierra y agua
para encontrar tu acento y revivirlo.
Pero la escala de la voz es larga
y nadie sabe,
quién denunció la primera mirada
para el primer sonido.
Hemos buscado letras,
desenterrado historias
donde el oído es caracol multiplicado
en las orillas del estero.
Caracoles oídos
para los juncos cuerdas,
que aguardan su guitarra
en la mano del viento.
Caracoles oídos
para los juncos flechas
levantadas en lo alto
para indios enterrados hace tiempo.
Por los caminos de la lluvia
luna y más luna,
estrella sol y más estrellas.
El miedo es fugitivo que se oculta.
Me dijiste: laguna.
Te respondía: leyenda.
Un filo de cuchillos
en procesión de duendes
con manos de cigüeña,
y colmillo de puma
y huellas de lagarto y de serpiente.
(…)
Te nombro: Correntino
Y las letras me hacen
como espuelas de plata
rodando en la tormenta de un grito.
Noche de lagartos
Anoche,
descubrí que los grandes lagartos
se alimentan con rosas de agua.
Chapalean de noche en el agua.
Chapalean profundos de agua.
Cuando reptan se rompen las sombras
y resbalan fluyendo
en el denso murmullo del agua.
Y se hunden
y asoman
sus calientes figuras flotantes.
Los lagartos se nutren con la 1uz rota de agua.
Tragan trozos de luz de las aguas
y se zambullen
violentos y tensos
en la mezcla de 1uz
y de sombras del agua.
(También Corrientes)
PoemaVIII
Tú preguntas.
Yo respondo.
Yo pregunto.
Tú respondes.
Y se forma
la trama
que envuelve
nuestro silencio.
(de Visiones de la voz)
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