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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Alfredo Mariano García: el cabalgante de las nubes

Nació en Itatí (Corrientes) en 1927 y falleció en Tully, New York, en 2011. Médico, poeta y escritor. Emigró a EE. UU.  en 1957 donde ejerció en el Hospital de Mount Sinai. Luego siguió estudios en la Universidad de Columbia, donde trabajaría por unos años, hasta finalmente ejercer de investigador en la Universidad de New York. Algunos de sus libros recopilatorios de poemas y textos autobiográficos son Antología para un retorno (1999), Segunda Antología (2002), y Cronología poética (I,II,III,IV,V).

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

Llegué a la poesía de Mariano (Chinchín) García por el puñado de poemas que publicó David Martínez en su imprescindible Poesía de Corrientes. Me llamó especialmente la atención el hábil manejo de las formas tanto en versos medidos como libres sumado a un fondo que universalizaba eficazmente “asuntos” muy correntinos a la vez que los matizaba con vivencias en el extranjero. Lo cierto es que la palabra de este itateño viajero volvió a enseñarme sus fastos, en esta ocasión a través de una plaquette publicada por Oscar Portela. 

Tras este segundo encuentro a mediados de los años 90 realicé mis propias pesquisas y pude comprobar que el poeta de “los balcones hacia el río”, a pesar de su edad y lo transitado en la poesía, no había publicado libro alguno. El empeño y atrevimiento al que nos somete a veces la juventud quiso que le escribiera a New York donde residía desde hacía largos años. “Chinchín” tuvo la amabilidad no solamente de contestarme sino también de convidarme con su amistad y por supuesto con sus poemas agrupados por fechas de producción. 

El intercambio epistolar fue breve, pero intenso. Aquel poeta, médico jubilado de 70 años, a quien nunca había visto, se me presentaba como un ser humano amplio, profundo, culto, y que cada tanto dejaba salir al niño que llevaba dentro para que este se abrazase con mi adolescencia. Entre carta y carta y con anuencia y respaldo económico de la Sade se pergeñó la aparición de su primer poemario que el poeta tituló Antología para un retorno, el mismo fue presentado en el Museo Histórico Provincial en marzo de 1999. Aquella noche cantó el también itateño Pocho Roch viejo amigo de “Chinchín”.

La poesía de García está sustentada por imágenes de gran factura que reviven una y otra vez el paisaje correntino, pero no con pincel impresionista (aunque también) sino expresionista lírico. El acento de su voz siempre evocadora resulta del entrecruzamiento entre la nostalgia y su nueva realidad lejos de la tierra amada. Lo pretérito se viene a vivir a su hoy y lo potencia en una nueva identidad, en un nuevo modo de estar en el mundo: “Así voy perdiendo: ya las hojas/ del árbol familiar vuelve a tierra/ con sumisa dulzura, sin ruido/ un poco porcelanas de otro mundo”… “Ciudad desdibujada/ enhiesta y fría: fría inesperada/ donde la infancia como rosa nueva/ busca a mis padres en la lejanía/ para decirles: Cómo los querría en Manhattan, conmigo, cuando nieva”. El mismo recordaría así su juventud: “Tuve una vida tan feliz, una adolescencia que se prolongó hasta los 30 años, veranos con caballos, islas, vagabundeos por montes o riberas, arreando ganado, buscando plumas de garzas o recitando versos de Garcilaso, para regresar por la noche a la casona y reunirnos en aquel gran patio con jazmines y palmeras y escuchar música de Mozart a la luz de la luna”.

Gran lector y con una memoria prodigiosa andamió su talento con un gran conocimiento de la tradición poética española y en otras lenguas. No se le resistió ninguna de las formas del cancionero castellano. Cultivó intensamente el soneto, lo cual le valió un lugar junto con Gordiola Niella, Folguerá o Judith Molinari.

En marzo del 2002, nos reunimos en Madrid en casa del poeta Camozzi Barrios. Esa noche nos comentó que había venido a la capital de España para de algún modo despedirse de Tiziano, Velázquez, Murillo, El Bosco, Goya, etc. y otros amigos que solían citarlo en el Museo del Prado. Fue una velada inolvidable llena de poesía, de vinos Ribera del Duro y risas que hicieron honor a un largo “Chinchín”, su apodo cariñoso. 

 

MUESTRARIO MINIMO

Muerte silvestre

Monótono partir: lejos del huerto

la adusta soledad de su latido

el curupí murió tan sin ruido

que nadie imaginó que hubiere muerto.

Nada retuvo su carcaj abierto

y en la selva mollar presta al olvido

un jaguar forestal se hizo rugido

en plenitud de mediodía cierto.

Sobre su lanza agraz, lumbre paniega

trazó seguros rasgos a la siega

para el nuevo país de la medida;

hierros filosos intuyó su puño

y un verde floreció, de nuevo cuño

con timidez de fruta arrepentida.

Descubrimiento de la nieve 

Despertar en trasmundo sin colores 

prolongando las sábanas del lecho 

sobre esquinas y alcores,

petaleo de lino sobre el techo 

y en arbusto sequizo 

florilegio de copos rondadores, 

rondante copo en vuelo tornadizo. 

Nino aún de treinta años 

inaugurando tiempos invernales: 

que extraños mis adarves y que extraños 

robledales huraños, 

desnudos, escarchados, fantasmales 

trenzando su ramaje -morería 

gris y arrugada, prieta agujería 

para asombrar esbozos iniciales-. 

Blanca línea ondulada, 

alcorzado horizonte que me lleva,

ciudad desdibujada, 

nubosa y fría: meta inesperada 

donde mi infancia como rosa nueva

busca a mis padres en la lejanía 

para decirles: ¡Cómo los querría 

en Manhattan, conmigo, cuando nieva!

Metamorfosis

El niño vio el caballo colorado 

de ojazos levantiscos. 

        Sin cabestro 

ni lazos fue a su encuentro 

con sus brazos abiertos y extendidos. 

No había nadie, (sotos de tacuaras), 

potro y muchacho sobre el praderío 

se acercaron de a poco: lentamente

la piel morena palmeó el hocico. 

El animal tonó noción humana: 

bajo al instinto 

        a raíz del verbo; 

(juntos, niño y caballo, 

[gobernaron la génesis del mito). 

Cabalgando desnudos, no sabían 

que el sol estaba en Virgo 

y un tiempo germinal iluminaba 

de escarlata, ceibales encendidos.

Otoño familiar

Así los voy perdiendo: ya las hojas 

del árbol familiar vuelven a tierra 

con sumisa dulzura, sin ruido, 

un poco porcelanas de otro mundo. 

Estación de dormir o morir. 

Casi parece un renacer este banquete 

al que acuden arcedas de escarlata 

salmodiando confiados Aleluyas.

La espiga sazonó. Los segadores

se alejaron colmados de gavillas 

y al cabo de vendimias y cosechas 

las eras quedan solas. Padre Polvo. 

Gran precipicio y Final: bajo la nieve

fecundarás semilla y primavera

y tu savia de cuerpos enterrados

dará comienzo al círculo futuro.

Cabalgante de las nubes

Crepúsculo.

    Colinas.

        Va un tordillo

caracoleando sobre los celajes,

su desnudo jinete 

hunde el talón alarido, 

contra el aire

nervioso en los ijares. 

Solo una pieza 

cobre, ceniza y azabache. 

Juntos, relincho y 

filo de lomas, 

tarde.

(De Segunda antología, 2002)

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