Alfredo Mariano García: el cabalgante de las nubes
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Llegué a la poesía de Mariano (Chinchín) García por el puñado de poemas que publicó David Martínez en su imprescindible Poesía de Corrientes. Me llamó especialmente la atención el hábil manejo de las formas tanto en versos medidos como libres sumado a un fondo que universalizaba eficazmente “asuntos” muy correntinos a la vez que los matizaba con vivencias en el extranjero. Lo cierto es que la palabra de este itateño viajero volvió a enseñarme sus fastos, en esta ocasión a través de una plaquette publicada por Oscar Portela.
Tras este segundo encuentro a mediados de los años 90 realicé mis propias pesquisas y pude comprobar que el poeta de “los balcones hacia el río”, a pesar de su edad y lo transitado en la poesía, no había publicado libro alguno. El empeño y atrevimiento al que nos somete a veces la juventud quiso que le escribiera a New York donde residía desde hacía largos años. “Chinchín” tuvo la amabilidad no solamente de contestarme sino también de convidarme con su amistad y por supuesto con sus poemas agrupados por fechas de producción.
El intercambio epistolar fue breve, pero intenso. Aquel poeta, médico jubilado de 70 años, a quien nunca había visto, se me presentaba como un ser humano amplio, profundo, culto, y que cada tanto dejaba salir al niño que llevaba dentro para que este se abrazase con mi adolescencia. Entre carta y carta y con anuencia y respaldo económico de la Sade se pergeñó la aparición de su primer poemario que el poeta tituló Antología para un retorno, el mismo fue presentado en el Museo Histórico Provincial en marzo de 1999. Aquella noche cantó el también itateño Pocho Roch viejo amigo de “Chinchín”.
La poesía de García está sustentada por imágenes de gran factura que reviven una y otra vez el paisaje correntino, pero no con pincel impresionista (aunque también) sino expresionista lírico. El acento de su voz siempre evocadora resulta del entrecruzamiento entre la nostalgia y su nueva realidad lejos de la tierra amada. Lo pretérito se viene a vivir a su hoy y lo potencia en una nueva identidad, en un nuevo modo de estar en el mundo: “Así voy perdiendo: ya las hojas/ del árbol familiar vuelve a tierra/ con sumisa dulzura, sin ruido/ un poco porcelanas de otro mundo”… “Ciudad desdibujada/ enhiesta y fría: fría inesperada/ donde la infancia como rosa nueva/ busca a mis padres en la lejanía/ para decirles: Cómo los querría en Manhattan, conmigo, cuando nieva”. El mismo recordaría así su juventud: “Tuve una vida tan feliz, una adolescencia que se prolongó hasta los 30 años, veranos con caballos, islas, vagabundeos por montes o riberas, arreando ganado, buscando plumas de garzas o recitando versos de Garcilaso, para regresar por la noche a la casona y reunirnos en aquel gran patio con jazmines y palmeras y escuchar música de Mozart a la luz de la luna”.
Gran lector y con una memoria prodigiosa andamió su talento con un gran conocimiento de la tradición poética española y en otras lenguas. No se le resistió ninguna de las formas del cancionero castellano. Cultivó intensamente el soneto, lo cual le valió un lugar junto con Gordiola Niella, Folguerá o Judith Molinari.
En marzo del 2002, nos reunimos en Madrid en casa del poeta Camozzi Barrios. Esa noche nos comentó que había venido a la capital de España para de algún modo despedirse de Tiziano, Velázquez, Murillo, El Bosco, Goya, etc. y otros amigos que solían citarlo en el Museo del Prado. Fue una velada inolvidable llena de poesía, de vinos Ribera del Duro y risas que hicieron honor a un largo “Chinchín”, su apodo cariñoso.
MUESTRARIO MINIMO
Muerte silvestre
Monótono partir: lejos del huerto
la adusta soledad de su latido
el curupí murió tan sin ruido
que nadie imaginó que hubiere muerto.
Nada retuvo su carcaj abierto
y en la selva mollar presta al olvido
un jaguar forestal se hizo rugido
en plenitud de mediodía cierto.
Sobre su lanza agraz, lumbre paniega
trazó seguros rasgos a la siega
para el nuevo país de la medida;
hierros filosos intuyó su puño
y un verde floreció, de nuevo cuño
con timidez de fruta arrepentida.
Descubrimiento de la nieve
Despertar en trasmundo sin colores
prolongando las sábanas del lecho
sobre esquinas y alcores,
petaleo de lino sobre el techo
y en arbusto sequizo
florilegio de copos rondadores,
rondante copo en vuelo tornadizo.
Nino aún de treinta años
inaugurando tiempos invernales:
que extraños mis adarves y que extraños
robledales huraños,
desnudos, escarchados, fantasmales
trenzando su ramaje -morería
gris y arrugada, prieta agujería
para asombrar esbozos iniciales-.
Blanca línea ondulada,
alcorzado horizonte que me lleva,
ciudad desdibujada,
nubosa y fría: meta inesperada
donde mi infancia como rosa nueva
busca a mis padres en la lejanía
para decirles: ¡Cómo los querría
en Manhattan, conmigo, cuando nieva!
Metamorfosis
El niño vio el caballo colorado
de ojazos levantiscos.
Sin cabestro
ni lazos fue a su encuentro
con sus brazos abiertos y extendidos.
No había nadie, (sotos de tacuaras),
potro y muchacho sobre el praderío
se acercaron de a poco: lentamente
la piel morena palmeó el hocico.
El animal tonó noción humana:
bajo al instinto
a raíz del verbo;
(juntos, niño y caballo,
[gobernaron la génesis del mito).
Cabalgando desnudos, no sabían
que el sol estaba en Virgo
y un tiempo germinal iluminaba
de escarlata, ceibales encendidos.
Otoño familiar
Así los voy perdiendo: ya las hojas
del árbol familiar vuelven a tierra
con sumisa dulzura, sin ruido,
un poco porcelanas de otro mundo.
Estación de dormir o morir.
Casi parece un renacer este banquete
al que acuden arcedas de escarlata
salmodiando confiados Aleluyas.
La espiga sazonó. Los segadores
se alejaron colmados de gavillas
y al cabo de vendimias y cosechas
las eras quedan solas. Padre Polvo.
Gran precipicio y Final: bajo la nieve
fecundarás semilla y primavera
y tu savia de cuerpos enterrados
dará comienzo al círculo futuro.
Cabalgante de las nubes
Crepúsculo.
Colinas.
Va un tordillo
caracoleando sobre los celajes,
su desnudo jinete
hunde el talón alarido,
contra el aire
nervioso en los ijares.
Solo una pieza
cobre, ceniza y azabache.
Juntos, relincho y
filo de lomas,
tarde.
(De Segunda antología, 2002)
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