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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La evidente ilegitimidad de Maduro

Venezuela y sus acólitos marxistas se quejan contra la intervención de otros países en los asuntos internos de Caracas. Las últimas elecciones fueron una farsa, como todas las que sucedieron durante la República Bolivariana.

Por Carlos Mira 

Politólogo. Profesor de las Universidades de Rosario y Litoral (UNR-UNL). Nota publicada en el diario Clarín.

Llegó el día en que Nicolás Maduro asumió la continuidad dictatorial en Venezuela, el país que se convirtió en un apéndice del comunismo cubano, que tiene allí desplegados unos 30 mil agentes (algunos dicen que podrían llegar a 50 mil) que son los que verdaderamente dirigen los hilos del títere que Hugo Chávez dejó a cargo.

Venezuela es un caso digno de ser estudiado. Literalmente montado sobre un océano de petróleo, fue una de las economías más ricas de la región durante décadas. Luego del Pacto de Puntofijo celebrado en 1958, el país ingresó en una alternancia democrática básicamente entre los partidos Copei y Acción Democrática (AD) que le dieron una enorme estabilidad y un crecimiento económico notorio en una región que, en los mismos años, se caracterizaba por todo lo contrario: inestabilidad, golpes de Estado y dictaduras militares.

Sin embargo, el sistema tendió a corromperse y eso fue formando un caldo de cultivo de furia y rabia que estalló en el último gobierno representativo del “pacto”, el de Carlos Andrés Pérez. En 1989 esa efervescencia estalló en el llamado “Caracazo”, cuando se produjeron disturbios de magnitud, destrozos, saqueos básicamente dirigidos y organizados por el Partido de la Revolución Venezolana (integrado esencialmente por el histórico Partido Comunista de Venezuela, que no había firmado el Pacto de Puntofijo) y una subsecuente represión ordenada por el Gobierno.

Ese clima fue aprovechado por un conjunto de militares nacionalistas comandados, entre otros, por el coronel Hugo Chávez Frías, que, tres años más tarde, en 1992, intentó tomar el poder por la fuerza.

No lo logró pero la semilla del odio sí prendió en gran parte del pueblo. A tal punto que nueve meses más tarde, otro coronel, Hernán Grüber Odremán (mientras Chávez estaba preso), intentó destituir al Gobierno con otro golpe.

Finalmente, Pérez fue destituido por un proceso de pre-juicio político y asumió Rafael Caldera para completar su mandato. En 1996, Caldera indultó a Chávez y lo liberó de su prisión.

A partir de ese mismo momento, Chávez reinició su incitación al odio popular, pero entonces desde la aparente actividad “democrática” de un partido, el Movimiento Quinta República, con el que sería elegido presidente en las elecciones de 1998. Su primera medida fue derogar la Constitución fruto del Pacto de Puntofijo y convocar a una Asamblea Constituyente para la redacción de una nueva bajo concepto del “socialismo del siglo XXI”.

Se iniciaba así el camino de la dictadura espejo de la cubana, con expropiaciones, creciente pérdida de las libertades individuales, persecuciones políticas, torturas a opositores, encarcelamientos, la llegada de los primeros agentes cubanos de inteligencia para la organización paramilitar de choque callejero, y la supresión progresiva y asfixiante de la oposición.

Chávez murió en Cuba fruto de una larga enfermedad que la mágica medicina cubana no puedo aventar y el poder recayó en Nicolás Maduro, a quien Chávez había hecho su vicepresidente en la última parodia de elecciones.

Desde ese momento comienza una historia más conocida: la profundización de lo más jurásico del comunismo cubano de los años 60; la destrucción completa de la economía (pensar que el barril de petróleo Brent, que cuando Chávez llegó a la presidencia costaba 8 dólares, llegó a costar 150 dólares y hoy vale cerca de 50 dólares); la crisis alimentaria, humanitaria y de salud; y el mayor éxodo de la historia de Occidente, con casi cuatro millones de venezolanos que dejaron su país en los últimos dos años.

Las últimas elecciones fueron una farsa, como todas las que sucedieron durante la República Bolivariana. Como consecuencia de ello, 13 países del hemisferio -el llamado Grupo de Lima, con la excepción de México- emitieron una declaración por la que desconocen la legitimidad del segundo mandato de Maduro y han exigido que el poder se traspase a la Asamblea Nacional.

Pero la división de poderes hace rato que dejó de existir en Venezuela, sin control legislativo y con la Justicia en las únicas manos de Maduro. Como consecuencia de ello, la Unión Europea tampoco reconoce la continuidad en el poder del señor que habla con los pájaros.

El comunismo cubano, la verdadera fuerza gobernante en Venezuela, ha convertido al país en lo mismo que antes había convertido a Cuba: en una calamidad petrificada en el tiempo de la cual sus propios ciudadanos quieren huir, los primeros desafiando tiburones en el estrecho de la Florida y los segundos, en una diáspora latinoamericana que tiene a la Argentina entre uno de sus principales destinos.

Venezuela y sus acólitos marxistas (entre los que ocupan un lugar destacado los jurásicos de la izquierda argenta) se quejan contra la intervención de otros países en los asuntos internos de Caracas. Pero, mientras, mantienen allí a miles de agentes de inteligencia cubana que reproducen en espejo los mismos versos que el mundo debió escuchar durante 50 años desde La Habana: que la isla sería un éxito completo de no ser por el “bloqueo” norteamericano.

Ahora eso fue transformado a que el “socialismo del siglo XXI” sería un maestro en el arte de hacer vivir bien a la gente de no ser por la maldad del “imperialismo yanqui” que quiere apoderarse del petróleo venezolano.

El comunismo es una calamidad. Ha llevado a la miseria a media humanidad, ha asesinado a no menos de 350 millones de personas, no ha sido capaz de producir una docena de huevos en tiempo y forma y ha hambreado a los países que tuvieron la desgracia de sufrirlo. No sirve literalmente para nada, excepto para empobrecer al pueblo y enriquecer a una casta de popes que vive como reyes, como los Castro, los Maduro o como en su momento fueron Stalin o Kruschev.

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