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El significado de los desdoblamientos electorales

Todas las miradas están puestas en el emblemático turno de las presidenciales y ante tantas dudas, muchos distritos han preferido eludir la posibilidad de adherirse linealmente y buscarán su propio destino en una fecha bien diferente. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

La política doméstica está demasiado acostumbrada a recurrir a ciertos típicos ardides que tienen por finalidad sacar ventaja de cualquier situación. Es la especialidad de la casa y esto no debería llamar para nada la atención.

Después de todo, los dirigentes precisan ganar elecciones y cuando de ellos depende la decisión del momento en el que la gente participará sufragando, analizan distintas alternativas y seleccionan la que les resulta mas favorable a sus intereses particulares, sectoriales y partidarios.

Al menos, en estas latitudes, las tradiciones no cuentan y la cultura democrática de la sociedad está dispuesta a aceptar cualquier modificación de este tipo sin ningún recelo. En ese contexto, la ocasión de ir a las urnas es una variable de enorme gravitación y todos hacen abuso de este recurso.

En Argentina, un país de naturaleza eminentemente presidencialista el efecto arrastre es un clásico. Por ello, cuando los pronósticos brindan garantías, las provincias y municipios afines al poder se suman sin chistar.

Esto no es lo que hoy viene sucediendo luego de tantas idas y vueltas. El oficialismo ha tropezado ya en varias ocasiones durante el actual mandato y su popularidad no está, justamente, en su punto óptimo.

Nada le asegura un triunfo lineal, sencillo y sin contratiempos. Bajo ese esquema, sus seguidores y aliados, incluidos los más leales, dudan respecto a cómo acompañar ese proceso sin arriesgar sus propias victorias locales.

Del lado de la oposición el escenario no se presenta de un modo diferente. En ese espacio tampoco abundan las certezas y sus partidarios no parecen estar entusiasmados con la chance de dejarse arrastrar por la indefinición.

Lo cierto es que nadie puede vaticinar, con precisión, el final de esta inusual carrera presidencial. Dada esa coyuntura tan particular, plagada de ribetes especiales, los líderes provinciales y municipales buscaron variantes en su normativa para escapar del intrincado laberinto de un modo elegante.

Algunos tienen la ventaja de contar con leyes que los habilitan a hacerlo y entonces se amparan en esos mandatos constitucionales que permiten separar fechas y alejarse de la nacional y ajustarse a derecho sin vueltas.

Otros han tenido que salirse de su dinámica histórica y apelar a determinados argumentos de baja calidad para justificar la necesidad de esos desdoblamientos electorales poco habituales en su devenir natural.

Unos pocos ya lo venían haciendo desde hace rato porque descubrieron las ventajas de esta modalidad que les otorga independencia de criterio, inclusive asumiendo los riesgos implícitos que también traen consigo.

A eso hay que agregarle que las Paso, es decir las primarias, abiertas, simultaneas y obligatorias son parte de la regulación en muchos distritos y por lo tanto en esos casos se prevén al menos, dos elecciones propias.

Evidentemente, será un año con un frondoso calendario electoral, ese que arranca en muy pocas semanas, con un abanico secuencial bastante generoso que ofrecerá disputas para todos los gustos y que culminará, en el mejor de los casos sin doble vuelta, en el ya emblemático mes de Octubre.

A estas alturas es difícil no admitir los síntomas de debilidad política que implica el hecho de que tantos jefes territoriales prefieran “huir” del turno presidencial. La fragilidad de las mayorías relativas nacionales es gigantesca y su incapacidad para cerrar filas construyendo acuerdos está demostrada.

Se puede decir, sin mucho margen de error, que los caudillos provinciales no piensan, un segundo, en arriesgar su indiscutible poder y le han soltado la mano a sus circunstanciales “amigos” aunque intenten encubrirlo.

Lo disfrazarán de estrategia, de acuerdos delicadamente consensuados, de que está todo perfectamente hablado y coordinado, pero cuesta disimular que ahora evitan mostrarse demasiado cercanos en muchas oportunidades.

Tampoco se debe caer en la trampa de analizar los resultados puntuales con un sesgo federal. La suerte electoral de cada jurisdicción tendrá que ver, al menos en lo que a gobernadores, intendentes, legisladores provinciales y comunales hace, con la percepción de los ciudadanos de cada ámbito.

La anticipación de comicios en innumerables lugares, incluido aquellos de enorme significado por su magnitud poblacional o por su valor simbólico, habla por si misma y es un dato revelador que no puede ignorarse.

Varias naciones funcionan así, con un federalismo realmente pleno, en el que se han habituado a elegir a sus representantes en momentos diferentes, logrando una autonomía genuina digna del mayor elogio.

No es este el caso de la clase dirigente de este país, que decide casi siempre en base a conveniencias menores, mezquindades personales y oportunismos electorales. No hay allí ni grandeza, ni honestidad intelectual.

Saben que sus decisiones no pueden ser transparentadas y que las razones profundas no serán reconocidas. Para esquivar la verdad recurren a una dialéctica tramposa y mienten a cara descubierta para seleccionar fechas.

Nada nuevo bajo el sol. El sistema electoral sigue siendo amañado y opaco, está colmado de vericuetos que fueron diseñados sólo para que los expertos le saquen provecho. La voluntad popular es manipulada con la complicidad de una sociedad adormecida que actúa con absoluta funcionalidad.

Los políticos responsables de reformarlo y dotarlo de virtudes no lo harán nunca porque necesitan que todo siga igual para beneficiarse del poder, como hasta hoy. Ellos jamás podrían triunfar con mejores reglas de juego.

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