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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Amar lo que se hace

Nada es posible sin amor por lo que hacemos. 

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Construir un país es amar lo que se hace. Es brindarnos en cuerpo y alma a la creación que insume vida, tiempo, dolor, trabajo, desesperación, angustia, felicidad arrancada desde lo más profundo de nuestro ser. Ser es involucrarnos sin morir en el intento. Es más aún, es entregarnos de la manera más digna para no defraudar ni defraudarnos. Teniendo en cuenta que se nace honrado, no se hace a la vuelta de las pillerías, porque si no robar no importaría, ya que después viene el cambio de sinvergüenza por honesto. Que no es lo mismo que serlo. Porque hacer un país, con todo el amor que involucra, no hay espacio para corruptos. Se desprende de la misma ética que por respeto y principio debemos brindar a ese niño que demarca nuestra geografía de origen, ya que en su crecimiento, la dignidad le debemos y no la de arrepentidos.

Steve Jobbs, ese genio de la computación que muriera joven, generador de Apple, decía sin cesar: “Tu trabajo va a ser parte de tu vida y la única manera de estar completamente satisfecho es hacer un gran trabajo. Y la única manera de hacer un gran trabajo es amar lo que haces. Si todavía no lo encontraste, sigue buscando. No te resignes. Como todos los asuntos del corazón, sabrás cuando lo hayas encontrado”. No te resignes, es la fuerza que impele a que no aflojemos. Es comprender que solamente el trabajo es capaz de cambiar un país para mejor. Pero el trabajo responsable sin todas las avivadas a que los argentinos nos acostumbramos; esa salida plantada como un estilo al que nadie falta desde arriba hacia abajo, o a la inversa, de un lado al otro de la derruida pirámide del Estado.

Basta con solo ver el fluir del tráfico, cómo la gente falta a sus obligaciones, tanto vehículos como transeúntes. Nada cumplimos, más aún tratándose del orden que tanto tiene que ver con la disciplina. Con estas elecciones solo vemos una “cola” interminable de políticos que en regreso, despojados de planes, estudios, convicciones hechas públicas, cúmulo de proyectos, supuestas plataformas, solo lucen como ciudadanos urgidos por las dádivas del erario como los jóvenes buscando desesperadamente trabajo, pero enfermos de poder y ambiciones demagógicas. O sea, el interés indisimulado por quitar sin dar nada a cambio. Viene a la memoria que dibuja la situación cuando John Fitzgerald Kennedy en su alocución le endilgó a los ciudadanos de su país una pregunta que equilibra el dar y recibir que se constituye en fuerte reproche: “No te preguntes qué puedes hacer tu país por ti, sino que puedes hacer tú por tu país”. Está bien, el país lo debe dar todo, pero hacer girar la rueda es poner en movimiento el combustible vital: la voluntad y las ganas, la dignidad y el respeto, el desvelo y la perseverancia por persistir, la ética por no tomar indebidamente nada de él, consolidar una gran familia, todos empujando para el mismo lado. Los milagros acontecen no siempre, pero la realidad se nutre de hechos en que el sacrificio y el empeño doblan voluntades que se agigantan construyendo sueños que llegan a ser posibles cuando las intenciones son transparentes.

La palabra es compromiso. Acuerdos establecidos que si crecen, pueblan de acontecimientos que empujan y aceleran, justamente, germinando saludables los proyectos más firmes. Pero para ellos es fundamental el sentido común, donde todos imbuidos, sin afectar a ninguno, se predispongan y lo concreten.

Por eso me parece oportuno el dato que apunta el periodista Rafael Silva desde su blog “Actualidad Política y Cultural”, al recordar las palabras que puso el guionista en boca del actor Sylvester Stallone para la película “Rambo 2”, producción del año 88 codirigida por George Pan Cosmatos con Stallone; fue una ampliación “conciliatoria” entre Estado y ciudadanos extendiendo la frase maravillosa de Kennedy, ampliándola por partes iguales, haciéndola más pródiga y equitativa merecidamente para todos: “Yo quiero lo que todo ciudadano quiere, lo que cualquiera que viniera aquí a trabajar y a dejarse la piel, quiere: que su país lo quiera tanto como nosotros lo queremos a él”.

Si en realidad es así, breguemos por la república que es casa y madre, hagámoslo sin discursos y contradicciones con la predisposición de siempre pero con trabajo leal y sincero, pero más que nada con honestidad y contracción. Por la libertad de opinar y criticar. Sin resentimientos ni privilegios. Amemos más que nunca para hacer de este país un canto respetuoso, lejos de tribunas, alejado de discursos altisonantes pero vacíos de honestidad, con sincera democracia, donde la libertad de expresión anime y fortalezca el respeto, la decencia extraviada, el reencuentro con los valores, que es el todo. Que así sea.

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