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Las palabras se gastan

Cuesta entender cuando usamos “palabras gastadas”, por ruines, increíbles e inciertas.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Así aseguraba en un trabajo dialéctico, Julio Cortázar, hablando de la consistencia, de la verdad concreta, o la esporádica y debilitada para salvar determinaciones insalvables. Ella se pronuncia por sí misma: “Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y enfermarse, como se cansan y enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad.” La credibilidad es la última recalada con que se deben, justamente las palabras. Me tocó toparme con ellas cuando comprendí que comunicar haciendo radio no bastaba solamente con la voz, sino que era imprescindible un contacto con ellas a través de la escritura que proclama una idea, un desarrollo. Copando primero gestar un tema creativo que impulsará un producto, y que el armado minucioso de un libreto comercial teje una historia que luego será leída frente al micrófono. Es lo que se denomina generalmente como redactor publicitario. Pero sucede que las palabras piden mucho más, nunca se hastían, por el contrario desean ser el protagonismo de un hecho creado, que en glosas desgrana un panorama que serán propuestas a ese “teatro del aire.” Lo que estoy queriendo decir es que las palabras tomadas con el sentido de una idea plasmada que será voz popular, merced a la emisión, es un ejercicio que el buen entendimiento forja para que los motivos sobren y permitan expresarnos.

Por eso comprendo lo de Cortázar que, las palabras mal empleadas se gastan desde cualquier ángulo, desde el texto comercial, de las glosas, de los discursos varios que se emiten para transmitir y comunicar o entretener. Más aún en pleno fragor de una campaña electoral, donde pareciera ser que cualquier arma es posible de portar, con el filo de la mentira, de la acusación, con tal de defenestrar al opuesto, como si de pronto se blanqueara lo imposible liberando todo impedimento de forma, estilo y volumen. 

Coincido con Cortázar: “Sin la palabra no habría historia y tampoco habría amor, como el resto de los animales, mera sexualidad. El habla nos une como parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos…” Vemos en la comunicación toda, la televisiva, la radial, la escrita, en toda urgente manera de visibilizar para entendernos mejor el mayor desconocimiento de acercarnos para consensuar. Al contrario, tendemos rupturas que hieren de muerte cualquier conciliación. Aprendida y perfeccionada la redacción publicitaria, uno se arma para establecer cualquier texto que hermane palabras y que juntas produzcan el milagro del entendimiento, destacando las ventajas superlativas de productos o ventas, listas para convencer por derecha y con argumentos válidos. Es que las palabras juegan un rol preponderante, porque permiten el acercamiento a ese público que deseamos conquistar. Cómo se logra, muchos iniciados me preguntan y simplemente compartiendo asiduas lecturas que potencien y enriquezcan el conocimiento. Viendo cómo las palabras pueden fortalecer el mensaje para el logro de la convicción. Una convicción construida con humildad, con simplicidad, que permita el fácil entendimiento de una idea, una situación, algo en particular. La simplicidad se refiere a la palabra formulada sin el contrapeso de lo complicado, sino con la transparencia del entendimiento. Esto me llevó a ejercitarme con un periodismo experto en lo cotidiano, es decir, apelando a sus giros, dando énfasis a temas y cosas, comentadas con la frontalidad que faculta el quehacer radial. Y, respeto a esto, hay un claro ejemplo de escritura chispeante, oportuna, que desarrolla Arthur García Núñez, el guionista y periodista uruguayo “Wimpy”, un maestro del decir a través de sus textos como “Ventana a la calle”, su personal programa, o bien creando libretos para Juan Carlos Mareco “Pinocho”, Pepe Iglesias “El Zorro”, y otros tantos cuyo repertorio radial no se repetía y siempre sorprendía merced a la pluma vivaz, y oportuna. O, aquellos que plasmaron sloganes comerciales que fueron quedando en la población por su acierto: “Venga del aire y del sol, del vino o la cerveza, cualquier dolor de cabeza se quita con un Geniol.” Esto viene de un tango titulado “Venga de donde venga”, cuyos autores fueron Antonio y Gerónimo Sureda por el año 1930.

La historia política se nutre de malos entendidos por expresarse mal, que en la prisa y el autoritarismo que el populismo desencadena, los errores son fatales. En 1983, vísperas de elección nacional, Herminio Iglesias candidato a Gobernador de Buenos Aires por el Justicialismo, cometió unos errores que se pagan muy caro, por ejemplo, al final de su discurso en el Obelisco, cerró el discurso quemando una réplica de ataúd en miniatura con el nombre de Raúl Alfonsín, pintado con los colores rojo y blanco del radicalismo. Cayó mal. Daba miedo por la violencia a mansalva que se disparaba de ese gesto. Pero también haciendo declaraciones Herminio Iglesias incurrió en despropósitos, descuidando las palabras, supliéndolas por palabras gastadas: “Conmigo o sin mi vamos a ganar.” O diciendo: “Trabajaremos las 24 horas del día y la noche también.” Más tarde un hombre inteligente desde las mismas entrañas, Julio Bárbaro, asesor de Italo Luder, expresó allanando el desborde: “La verdad es que habíamos quedado atrapados en la lógica de la guerrilla y los sindicatos que habían sido parte de los años 70, el peronismo era el palco de Ezeiza. El movimiento siempre estuvo lleno de Herminios, pero en ese momento no lo pudimos contener.”

Es como asevera inteligentemente Julio Cortázar, aludiendo a los desbordes que la Alemania de Hitler proclamaba, como por ejemplo: “Aquí Alemania, defensora de la cultura. La repetía mientras millones de judíos eran exterminados en los campos de concentración. Eso sucedía en los años cuarenta, pero la distorsión del lenguaje es todavía peor en nuestro días, cuando la sofisticación de los medios de comunicación la vuelve aún más eficaz y peligrosa puesta y desde los canales de la televisión o las ondas radiales puede invadir y fascinar a quienes no siempre son capaces de reconocer sus verdaderas intenciones.”

Existe una conciencia que no la aplicamos. Ella nos da, seguro, el verdadero sentido común que tanto nos falta y urge. Porque las palabras deben tener contenido que se proclame y respete. No es hablar por hablar. Nos permiten escribir nuestras propias historias, para poder recapacitar, corregirlas, enmendarlas, y sacar lo mejor de ellas que es la sinceridad. Y es como remata Julio Cortázar su texto, con tanto sentido y responsabilidad: “…porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra.”

Yupanqui aseguraba sobre la vida del hombre, dimensionándolo camino a lo universal, es decir, hablando claro, preciso y auténtico: “El hombre es tierra que camina”. Es de aquí y forma el todo. Su palabra es vida, por sincera y elocuente”.

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