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Desafíos para restaurar el orden democrático

Por Ana Iparraguirre

Nota publicada en La Nación

Bolivia vive un momento de alta incertidumbre gestado, en gran medida, por una ruptura en el vínculo de confianza entre representantes y representados que derivó en la actual situación política y social que vive el país. Sin embargo, la paradoja es que necesitará de esa misma confianza para poder darle una salida sostenible y democrática a la crisis actual. Por eso, la gran incertidumbre es si los ciudadanos movilizados que gritan en las calles de Bolivia “nadie se cansa, nadie se rinde” acompañarán esta nueva etapa.

El gobierno de Evo Morales desoyó en al menos dos oportunidades la voluntad popular.

La primera, cuando luego de ser reelegido en 2014 inició una campaña para preguntarle a la población si le permitía reformar la Constitución para darle la posibilidad de ser reelegido una vez más. Evo tenía crédito suficiente para impulsar esa estrategia: había ganado la reelección por 61% de los votos, había incrementado su poder territorial, y su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), alcanzaba los dos tercios de los escaños en la Asamblea Legislativa. Sin embargo, a través del referéndum constitucional vinculante realizado el 21 de febrero de 2016, la sociedad rechazó la posibilidad de las re-reelecciones. A pesar de esto, Morales logró que el Tribunal Supremo Electoral de Bolivia lo habilitara para competir por su tercer mandato consecutivo.

La segunda vez que ignoró la voluntad popular fue el último 20 de octubre, cuando se materializó el fraude electoral posteriormente confirmado por una auditoría internacional de la OEA. Si ya muchos bolivianos -incluso algunos que apoyaban su gestión- calificaban su candidatura de ilegítima, las graves irregularidades que tuvieron lugar durante el escrutinio de las elecciones presidenciales generaron un estallido social.

Parte de esta sociedad, cansada de no ser escuchada por las vías democráticas, encontró en Luis Fernando Camacho -presidente del Comité Cívico de Santa Cruz- un liderazgo dispuesto a avanzar por fuera de la política tradicional para restituir el orden democrático en Bolivia. Camacho elevó la apuesta desde el primer momento: convocó a un paro cívico; se negó a aceptar la solución de una segunda vuelta, del recambio de las autoridades del Tribunal Electoral o del llamado a una nueva elección. Presionó hasta la renuncia de Evo y llamó a formar a un nuevo gobierno de transición.

Luis Fernando Camacho ocupó un lugar que desde la lógica política le hubiese correspondido llenar a Carlos Mesa, segundo en la elección del 20 de octubre. Pero la manifestación popular se gestó en un genuino y espontáneo sentimiento de ruptura con el poder político tradicional. Camacho leyó esta situación y se apoyó en la movilización ciudadana, que tomó el control de las calles en muchas ciudades de Bolivia. Tanto fue así que hasta hace pocos días, para llegar desde el Aeropuerto de Santa Cruz hasta la ciudad había que atravesar al menos 15 bloqueos civiles. 

En cada uno de ellos, ciudadanos sin ningún tipo de investidura requisaban a las personas y pedían documentación. Una situación insostenible en un Estado de Derecho.

En una democracia el pueblo no gobierna sino a través de sus representantes. Por eso, los próximos pasos generan un triple desafío para la autodenominada resistencia, ya que requieren necesariamente tensionar a la sociedad civil que la compone.

En primer lugar, deberá unificar a sus bases, ya no en contraposición a un líder que no escuchó sus reclamos, sino a favor de un proyecto político de transición. Y, como es sabido, resulta más fácil generar consensos “en contra de” que “a favor de”.

En segundo término, debe abrir canales de diálogo y negociación con la misma clase política a la que rechazó durante todo este proceso para poder restaurar el orden institucional siguiendo los protocolos establecidos en la Constitución Nacional recuperar el orden democrático sin la intervención militar.

Por último, deberá reconstituir la confianza en las instituciones, especialmente a través de un órgano electoral creíble que garantice elecciones limpias y transparentes en un nuevo contexto.

En los próximas días sabremos si la sociedad boliviana que se manifestó en las calles durante las últimas semanas en contra de Evo Morales es capaz de mantenerse cohesionada, frente a los desafíos que presenta el nuevo escenario, en favor de una salida democrática e institucional.

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