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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Empecinados en continuar con las mismas recetas 

A poco de andar, el flamante gobierno ya ha anunciado una serie de decisiones económicas y el rumbo empieza a adquirir un perfil, dejando atrás parte de las intrigas.

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

 

Aumento en las retenciones a los derechos de exportación, impuesto a los consumos con tarjetas en el extranjero y restablecimiento de la doble indemnización integran esa nómina de “novedades” oficiales. 

Para muchos se trata de una grilla de obviedades que vienen a ratificar el imaginable sesgo de las determinaciones económicas que un gobierno como el actual irremediablemente tomaría, más tarde o más temprano. 

Otros, que conservaban aún cierta esperanza, han sido sorprendidos por esta batería de anuncios que solo van en la misma dirección de siempre, la más habitual del clásico y poco creativo intervencionismo doméstico. 

Claro que faltan conocer todavía cuestiones instrumentales para delimitar el alcance concreto de cada una de esas antiguas ideas, pero las primeras declaraciones mediáticas de los funcionarios aportan varios elementos. 

Por ahora solo se puede decir que son aisladas. No se podría sostener seriamente que sea un plan económico, porque se desconocen demasiadas variables también trascendentes que probablemente deban ser abordadas. 

Lo realmente preocupante es que todas son conocidas porque fueron implementadas en un pasado no tan lejano y sus resultados han dejado mucho que desear y no solo por sus predecibles efectos de corto plazo, sino por el potente daño causado que aun hoy permanece. Es difícil entender entonces la repetición de errores y justificar semejante renovado dislate. 

Lo de las “retenciones” es en realidad ya un clásico, algo así como un mal hábito local que no se erradica nunca, una pauta cultural, que llegó hace casi dos décadas para quedarse y que jamás pudo ser desactivada. Lo de ahora es solo una bisagra en ese retorcido esquema de idas y vueltas, en el que no han faltado a la cita los necesarios cómplices funcionales que aprobaron este delirio, bajo el ingenuo argumento de lo provisorio.  Los voraces gobiernos contemporáneos no retroceden y tampoco se resignan a disminuir un centímetro la recaudación fiscal que los obsesiona y que se convierte en el oxígeno indispensable de todos sus desmanes. 

Luego de un intento pasajero que coqueteó con reducir alícuotas, en el marco de las típicas promesas electorales, los mismos que las criticaron, retrocedieron sobre sus pasos y volvieron a la carga con enorme virulencia. 

Aumentar derechos de exportación solo consigue financiar al Estado por algún tiempo. Bajo esas reglas no aumentarán los volúmenes comerciados, ni tampoco se puede esperar que los sectores castigados inviertan con convicción en ese relevante y estratégico bastión de la economía local. 

El virtual desdoblamiento cambiario, no reconocido obviamente, solo apunta a convertirse en otra alternativa de recaudación que genera nuevas distorsiones en un mercado acostumbrado a estos ridículos vaivenes. 

La decisión encarecerá los viajes al extranjero, pero no tendrá un impacto muy fuerte en la decisión de quienes deseen o necesiten hacerlo. En todo caso construirá otros vericuetos para lograrlo, disminuyendo la capacidad de compra de todos los ciudadanos, directa o indirectamente. 

La “doble indemnización” temporaria, ya tiene nefastos antecedentes y solo destruye empleo, produce mayor desconfianza en quienes pueden generarlo genuinamente y encarece la actividad empresarial, que es indispensable para la reconstrucción, castigando a quienes ya vienen muy deteriorados. 

Todo esto que ya está en proceso y lo que aparecerá en el transcurso de las semanas venideras son solo parte de un arsenal que tiene un único y perverso fin, quitar coercitivamente recursos a unos para dárselos a otros. 

Tomar deuda, emitir moneda y aumentar impuestos son mecanismos utilizados todo el tiempo combinándolos aleatoriamente para tener caja. Lo que jamás se toca es el dinero de la política. El obsceno presupuesto del Estado, ese que se gasta sin criterio es inmaculado y la eterna justificación para blindarlo es tan alevosamente ridículo como totalmente mentiroso. 

Los que usan esos recursos siempre aducen que una disminución de esas partidas tendría consecuencias sociales devastadoras. Lo inaudito es que para mantener esa dinámica toman decisiones tan o más perjudiciales para todos que las que supuestamente se derivarían de la dinámica sugerida. 

Otros, bastante más audaces y descarados, afirman que el monto de lo que podría ahorrarse no es significativo en el contexto y es por ello que no amerita intentarlo por lo exiguo de su alcance presupuestario. Solo es una canallada más que les permite sostener privilegios propios. 

En definitiva, ante la confirmación de que este nuevo gobierno no cree en la austeridad y tampoco, como el anterior, no está dispuesto a desarmar la ostentosa, ineficiente y patética maquinaria estatal, solo se puede esperar más de lo mismo, en todo caso con una mayor vehemencia que antes. 

Los argumentos esgrimidos para avanzar en este nuevo experimento serán siempre tramposos. No pueden decir a cara descubierta que necesitan caja y que ellos jamás harán el ajuste sacrificando sus huestes partidarias. 

Por eso habrá que acostumbrarse a escuchar planteos insólitos, cuidadosamente elaborados y diseñados con un sentido emotivo que les permita darle contenido humanitario a cada una de sus sombrías ideas. 

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