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¿Por qué los argentinos lo resisten?

La espiritualidad impone respeto en aquellos hombres que la viven, esa religiosidad de los grandes, de aquellos que se entregan en busca de la perfección. La palabra de Francisco deslumbró al mundo, lo convirtió en la figura descollante del presente, desde las Naciones Unidas hasta el gran país del norte.

Por Julio Bárbaro

Politólogo y escritor. Fue diputado nacional, secretario de Cultura. Nota publicada en infobae.com

Contra todos los pronósticos, seis años atrás la vida nos regalaba un Papa argentino y ubicaba en un lugar preponderante de la humanidad a uno de los nuestros, que pasará a la historia siendo sin duda el más trascendente de los nacidos en estas tierras.

Tuve la dicha de estar cercano a su palabra, a su sabiduría, que siempre me asombró. La espiritualidad impone respeto en aquellos hombres que la viven, esa religiosidad de los grandes, de aquellos que se entregan en busca de la perfección. Y la casualidad hizo que el padre Bergoglio, profesor de literatura en Santa Fe, se encontrara con el Maestro Borges, coyunturas de la historia que no dan para ser rebajadas a chimentos. Y el Santo Padre guarda más de un poema del Maestro en su memoria.

Siempre me llamó la atención su persona, esa paz que irradia unida a una profundidad de pensamiento difícil de encontrar en este fárrago de alaridos que impone el presente. Su palabra deslumbró al mundo, lo convirtió en la figura descollante del presente, desde las Naciones Unidas hasta el gran país del norte. Nada de eso conmovió a sus detractores barriales, ateos agresivos dispuestos a terminar con la religiosidad; son para el mundo la contracara del talento del Papa, la imagen patética de nuestra propia limitación. La modernidad intentó imponer la materia como el único dato de la realidad. La máquina degradando lo humano. El marxismo y el liberalismo imponiendo las figuras del proletario y el consumidor, enriqueciendo a los pequeños grupos a partir de empobrecer multitudes, otorgando libertades que no existen a cambio de atroces carencias. La religiosidad sigue vigente, inherente al humano como toda necesidad de trascender. El egoísmo como virtud de aquellos que impusieron sus leyes, las riquezas enfrentando a las naciones, a las culturas, a las religiones. De nuevo los adoradores del becerro de oro, no es que no crean en nada, es que además necesitan agredir a los creyentes para imponer sus miserias. Fanáticos que se pretenden precursores de libertades que desprecian.

Un Papa que logró visitar el Muro de los Lamentos acompañado de un rabino y un líder religioso musulmán. Un mundo donde las religiones pueden incitar a la violencia o convocar al encuentro, donde la fe les enseñó a los pueblos mucho más que el deslumbramiento de la tecnología. El hombre tiene hoy la soberbia del inventor, del que maneja la materia, pero también la debilidad del que multiplica la miseria y lastima a la naturaleza.

Un Papa que vino a enfrentar al poder, que nada tuvo que ver con los Kirchner cuando gobernaron ni ahora con Mauricio Macri, un Papa que se guarda el derecho de recibir a los réprobos y a los cuestionados sabiendo de sobra que ellos ocupan el mismo lugar que la Iglesia para la raza de “los bien pensantes”.

El papa Francisco hubiera sido un orgullo y un factor de unidad para cualquiera de los pueblos hermanos, pero en nuestra pequeñez se amontonan para exigirle gestos todos aquellos que ni siquiera asumen que son impotentes de tenerlos.

Damos al mundo figuras como Daniel Barenboim, capaz de forjar una orquesta entre palestinos y judíos, gestores de la paz surgidos de un pueblo que no logra superar las miserias de sus divisiones.

Un Papa que vino a devolverle a la Iglesia su transparencia y su vigencia, su lugar en el mundo al lado de los más necesitados. Su palabra lo convierte en la voz más potente de la humanidad. Frente a su enseñanza son muchos los ateos que encuentran una guía en su propuesta, a veces más que los mismos cristianos que imaginan que hasta el más allá debe ser propiedad de los propietarios de todo. Es llamativo cómo lastima su mera presencia a muchos, demasiados elegantes decentes de egoísmo adocenado. Republicanos de pacotilla, ateos adoradores del horóscopo, gente que se cree superior a los demás. La humildad de Francisco despierta y provoca la agresiva soberbia de los ignorantes.

El papa Francisco es la voz de la humildad convertida en sabiduría, el tiempo forjará los cimientos del orgullo que nos merecemos porque ha nacido entre nosotros. El papa Francisco fue el catalizador de nuestras diferencias cuando debiera haber sido el convocante de nuestro encuentro. Algunos preguntan cuándo viene, como si nosotros no tuviéramos nada que ver con su distancia. La pregunta de fondo es ¿cuándo vendrá el tiempo del encuentro entre nosotros? Esa respuesta alberga todas las variables de la esperanza.

Qué oportuno es recordar las palabras “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”.

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