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Estadistas, se buscan

El cuadro de situación ya habla por sí mismo. Por mucho que se esmeren los políticos de siempre para explicar lo que sucede, los hechos están a allí, visibles y las cifras son demasiado elocuentes como para ser refutadas.

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

 

La humanidad ha evolucionado en múltiples aspectos, pero su búsqueda permanente por la superación le ha permitido identificar nuevos desafíos y construir los caminos necesarios para sortear escollos y alcanzar victorias.

En ese recorrido no todo el planeta ha conseguido idénticos resultados. De hecho, algunos se han destacado convirtiéndose en ejemplos a seguir, los más han acompañado el natural proceso promedio y unos pocos no han conseguido salir de ese círculo vicioso en el que deambulan sin brújula.

La explicación no es seguramente tan lineal, pero no caben dudas de que la ausencia de una dirigencia a la altura de las circunstancias ha sido un factor clave en ese estrepitoso, abrumador e indiscutible fracaso.

Este país supo ser un faro. Muchos afirman que estuvo en ese pelotón de los mejores del mundo a principios del siglo pasado. Mas allá de los datos que efectivamente lo corroboran, la enorme inmigración que llegó a estas tierras aporta el testimonio irrevocable que también lo confirma.

Para muchos no es una tarea imposible encontrar en la historia ese momento en el que la Nación cambió su rumbo y empezó su derrotero de deterioro progresivo, que se ha manifestado en una ininterrumpida secuencia de errores institucionales, económicos, sociales y políticos.

Se podrían describir esos hitos con lujo de detalles, pero hoy es vital enfocarse en aprender del pasado y dar vuelta la página para mirar hacia adelante. Lamentarse por lo ocurrido no traerá ni consuelo ni soluciones.

No se trata de olvidar lo sucedido, sino de tomar nota de las malas decisiones, de las reacciones inadecuadas y de las consecuencias innegables de haber recurrido a la tramposa alquimia que ofrecen los atajos.

Hace falta seriedad, disciplina y perseverancia para progresar. Es imprescindible admitir, con absoluta humildad, que con la retórica simplista que tanto enamora a los que creen en la magia, jamás se logra el éxito.

Tal vez parece muy razonable decirlo y hasta muy sensato reiterarlo, sin embargo, gran parte de la sociedad prefiere escuchar delirios y promesas vacías repletas de fabulosos sueños que nunca se concretarán.

Diera la sensación, por momentos, que la mayoría de la gente desea escuchar mentiras, que los políticos están siempre convocados a ocultar la realidad, o al menos a suavizarla con palabras amables que minimizan todo.

Si los ciudadanos sólo quieren comprar espejitos de colores, la política siempre estará dispuesta a proveer eso que ambicionan. Después de todo, ellos sólo satisfacen a sus votantes y sus discursos van en esa dirección.

Una alternativa, tal vez la mejor, sería esperar que la sociedad madure lo suficiente, que consiga aprender de sus errores propios y que sus recurrentes tropiezos algún día sean considerados como una señal clara para modificar estrategias de fondo y estar dispuestos a hacer lo correcto.

Pero sería de necios no reconocer que muchas comunidades lograron hacerlo bajo un paradigma bien diferente. 

Allí aparecieron líderes, personas singulares, personajes distintos, capaces de asumir riesgos y dar la batalla.

No eran seres humanos extraordinarios sino personas comunes, con problemas, defectos y debilidades como todos, pero con ciertas capacidades que sobresalían y alcanzaban para generar esa transformación anhelada.

Eran estadistas, personas con una enorme sabiduría y con las aptitudes personales requeridas para conducir la implementación de políticas públicas de largo plazo, sustentables y capaces de producir un genuino milagro.

La medianía imperante en esta era es alarmante. 

Nadie parece ser lo suficientemente diferente como para salirse del molde. 

Han caído casi todos en la perversa inercia de imitarse en lo más burdo, de copiar pésimos métodos y replicar ideas nefastas, cuyos resultados están a la vista.

El país está encaminado hacia un lamentable brete. Debe seleccionar opciones de baja calidad. Tan así es la cuestión que el mejor argumento esgrimido por unos y otros es que los adversarios son peores que ellos.

Semejante declaración de ineptitud exime de cualquier análisis complementario. La situación es crítica, sin embargo, aun en ese complejo escenario, no aparecen esas opciones que permitirían salir del dilema.

Muchos afirman que esos “próceres” no están disponibles en el presente. Otros dicen que simplemente los mejores han decidido estar fuera del sistema, preservándose e inclusive muchos han emigrado ya hace tiempo.

Es bastante difícil tener alguna esperanza si la sociedad no emprende el intrincado sendero de cambiar de plano sus conceptos y adopta otra actitud menos superficial que la que la ha caracterizado por varias generaciones. Resulta bastante poco probable que ello ocurra, al menos en la inmediatez.

La variante óptima sería que se asome una nueva clase dirigente, pero con valores distintos a los de siempre y de la mano de figuras que puedan convertirse en esos estadistas que hoy se precisan con tanta urgencia.

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