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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La voz de los oprimidos

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Por Fernando Abelenda

Especial para El Litoral

 

Mario Alfredo Marturet nació en Mocoretá a mediados de 1926, fue agricultor, personal no docente de la Universidad del Nordeste, martillero, diputado provincial por la Democracia Cristiana, dirigente político y fundador y miembro activo de la Comisión de Derechos  Humanos. El año pasado presentó su libro autobiográfico “Diputado… ¿Yo?” ante un publico que convocó a dirigentes de muchos partidos políticos y dirigentes sociales.

En el año 1958 el país eligió como presidente de la Nación la fórmula de la Unión Cívica Radical Intransigente encabezada por Arturo Frondizi/Alejandro Gómez que compitió con la Democracia Cristiana que llevó la fórmula Lucas Ayarragaray/Horacio Sueldo.

En Corrientes fue consagrada la fórmula Fernando Piragine/Félix María Gómez y por la Democracia Cristiana fueron elegidos Luis María Speroni de Perugorría (3ª sección electoral) y Daniel Juan Amado Videla de Goya (2ª sección electoral).

“El período legislativo era de tres años, por lo que había elección cada año según la sección electoral que correspondía. En el sorteo por la duración del período de Diputados (3 años) y Senadores (6 años) en cada sección -pues comenzaba un nuevo ciclo institucional- el resultado fue de tres años para la segunda sección, dos años para la primera y un año para la tercera. A esta última le correspondían los departamentos de Mercedes, Curuzú Cuatiá, Sauce, Monte Caseros, Paso de los Libres, San Martín, Alvear y Santo Tomé, por lo que hubo elección en nuestra sección electoral para diputados provinciales el mes de marzo de 1959”, relata Marturet.

La convención de la Democracia Cristiana se reunió en Mercedes, en la que varios dirigentes le proponen a Mario Marturet que sea candidato a diputado provincial a lo que les dice: “¡Pero chamigo! Ustedes me conocen bien. ¿Cómo? ¿Diputado yo?”.

Ese gesto lo pinta a este hombre íntegro y austero en su vida consciente de la responsabilidad que tenía por delante.

Finalmente aceptó y sólo hizo campaña en las colonias de la zona de Monte Caseros. Salió electo último de los ocho que se eligieron entonces.

Gracias al médico Juan José Enrique que lo alentó a seguir en campaña y a Rubén Rodenas que era dueño de la tienda del pueblo y simpatizante de la Democracia Cristiana pudo comprar “ropa adecuada, todo fiado”. “Me pagás con la dieta de diputado”, le dijo. Marturet lo reafirma.

El viaje era largo, en un tren desde Monte Caseros que llegó con atraso a la Capital en la madrugada del 1 de mayo de 1959 día que comenzaban las sesiones de la Legislatura de modo que no participó de ese acto.

Mario bajó a una ciudad que no conocía y subió a uno de los pocos taxis que había entonces. “¿En qué hotel medio pelo me puedo hospedar?”, pregunta el recién llegado y el taxista lo lleva al Hotel Bristol por 9 de Julio donde posteriormente funcionó el Cine Colón.

La humildad va a ser el hilo del relato de Marturet cuando dice que lentamente fue aprendiendo la tarea y “pronto el chacarero se ambientó”.

Recordar todos los nombres

El libro recuerda una fecha como un hito para lo que después será una metodología del terror.

En Corrientes la primera víctima del terror instaurado en el país fue la detención a la 1.30 de la madrugada de Norma Nubia Morello, “Coca”. La maestra de la escuela rural Nº 534 fue puesta a disposición de la “Coordinación Federal” por el Ejército. Estuvo desaparecida y vejada psicológicamente en la Subprefectura de Goya, luego en Rosario donde estuvo cinco meses y medio. Fue torturada y finalmente liberada el 14 de mayo de 1972.

Marturet escribe también que la situación se agravó a partir del 24 de marzo de 1976 con el Proceso de Reorganización Nacional. Ese día en Paso de los Libres fue detenida, cinco meses desaparecida, María Teresa Roubier de Alisio, caso que formó parte de los juicios de delitos por “lesa humanidad”.

El libro recuerda a los militantes de su partido: Delicia González, maestra rural en Goya y Lavalle, asesinada en la masacre de Margarita Belén; Roque Monzón, goyano estudiante de abogacía; Eduardo “Ñaro” Gómez Estigarribia de Paraje Batel, asesinado en Corzuela en Chaco.

El otro caso, de los muchos que tiene el libro, es el del ingeniero químico de Bella Vista Alfredo González, desaparecido en Posadas donde trabajaba como decano de la Facultad de Ingeniería.

González fue secuestrado en la madrugada del 24 de marzo de 1976 y preso en la cárcel de Candelaria donde encontró a Silvio Liuzzi, cura párroco de la Catedral de Posadas, quien luego fue puesto en libertad y se exilió en Francia.

González fue trasladado a la penitenciaría U7 de Resistencia donde fue liberado en octubre de ese año, pero el 4 de marzo de 1978 es detenido otra vez en su casa de Posadas.

Su madre Elba Gómez viajó a Posadas a buscar a Alfredo. “Recorrió la ciudad en colectivo desde donde, al pasar frente a la comisaria, ve el auto de su hijo”. La madre baja, pregunta e insiste en hablar con algún jefe militar.

“Nada sabemos, es un desaparecido. Ante ello, doña Elba -presa de una incontenible indignación- se levanta, alza la voz y le dice: ¨¡Cobarde! ¡Se vive, se muere, pero no se desaparece!

La Comisión de Derechos 

Humanos de Corrientes

Marturet recuerda certeramente en el libro que en agosto de 2003, el Congreso Nacional declaraba como insalvablemente nulas las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, como también los indultos.

A partir de ese momento la Corte Suprema de Justicia declara en 2005  la inconstitucionalidad de esas normas por lo que queda allanado el camino los juicios por delitos de lesa humanidad.

El 24 de marzo se presentaron denuncias por la desaparición de Rómulo Artieda, y él y un grupo de personas vieron que era necesaria la creación de la Comisión de Derechos Humanos de Corriente con personería jurídica para constituirse en querellantes.

El 7 de junio de 2004 se crea formalmente la Comisión donde designan a Marturet su presidente, Ramón Artieda vice, Hilda Presman secretaria, Diego Cazorla Artieda, María Amelia González, Ramón Leguizamón, María Isabel Sanauria, León Lifchitz y Duilio Blas Aponte vocales.

“Diputado… ¿Yo?” Es una prueba de que no hay mérito por nacimiento, sino por la firme voluntad de las acciones llevadas adelante con convicciones éticas. Mario Marturet es nada más que un hombre cuyas palabras no van más allá de sus acciones. Al contrario, su vida evidencia que es posible el servicio público con honestidad. Marturet nos dice que la modestia convive con la firmeza, y el valor en los momentos duros  con la serena prudencia.

Su participación en la defensa de los derechos humanos también es un ejemplo de compromiso con los muertos y torturados de la dictadura. Para su vida eligió la defensa de un humanismo cristiano. El libro contiene una foto conmovedora donde se lo ve sentado en el acto por la Memoria el 24 de marzo de 2015.

Mario Marturet sentado allí sigue de pie defendiendo los Derechos Humanos.

—¿Cuál fue la necesidad de escribir este libro? ¿Por qué escribís este libro?

—Los primeros que me impulsaron a escribir el libro fueron algunos de mis nietos, un poco en representación de todos. También algunos amigos… 

—¿Qué sería lo esencial para vos?

—Fundamentalmente los derechos humanos.

—¿El libro habla de tu infancia? ¿Cómo y dónde fue?

—Fue en Mocoretá, Corrientes, donde nací. Entonces era un paraje de una estación ferroviaria, correo, una casa de comercio con colonos agricultores, medieros no propietarios de la tierra. Mi padre era el encargado de los campos de la firma Sáenz Valiente Urquiza. Eran los herederos del general Urquiza y mi padre se crió con ellos.  A los 8 o 10 años lo llevaron a Buenos Aires y allí estudió hasta tercer año de bachillerato, después vino como mayordomo de esos campos. 

—¿Y qué recuerdo infantil tenés de ese campo? ¿Qué se te viene a la cabeza?

—Tengo recuerdos de recorrer la estancia con mi padre y mis hermanos aunque cuando yo tenía diez años lo echaron a mi padre…

—¿Cómo fue para vos y tu familia ese hecho?

—Lo viví un poco sin darle la dimensión que tenía. Yo era criatura pero me di cuenta porque papá se enfermó mucho. Recuerdo que venían a mi casa los médicos de Chajarí a atenderlo y nosotros podíamos entrar un ratito a verlo y nada más. Después siempre la casa medio oscura, las puertas cerradas unos cuantos días así… después fue saliendo…

—¿Tu padre qué decía ante esta situación?  

—Nada. La que expresaba la bronca era mamá.

—¿Cuándo venís a Corrientes?

—Fue en el año 59, cuando salgo electo a diputado. Yo no conocía la ciudad de Corrientes, la conocí cuando vine como Diputado electo por la Democracia Cristiana.

—¿Por qué militás en ese partido?

—Yo nazco en la política como peronista. Mi padre trabajó toda su vida para los liberales o autonomistas, especialmente los liberales que era el partido central de sus patrones. 

Yo soy peronista y trabajaba mucho en el peronismo acompañándolo más que nada a papá. A todo esto mi hermano Raúl en el año 49 se va al seminario, cuando vuelve en el año 51, se inaugura la capilla San Francisco. Mi hermano seminarista nos convoca para formar la Acción Católica la formamos con jóvenes varones y mujeres.  

—¿La Acción Católica? 

—Sí, yo fui el presidente del centro de jóvenes de Acción Católica; las mujeres se llamaban ‘círculo’. Pero allá por el 54, comienza toda una campaña nacional en contra de Perón dirigida especialmente por las radios del Uruguay que eran muy escuchadas en la Argentina. Nosotros también escuchábamos porque mi mamá era uruguaya y escuchaba mucho las radios uruguayas. Radio Carve era una de ellas. También las radios de la zona de Salto. Muerta Evita comenzó una campaña contra Perón a la que se suma, pero se suma en forma exponencial, la Iglesia Católica, y nosotros en la Acción Católica rural recibíamos de parte de sectores de la Iglesia mucho material antiperonista. Había mucha confusión. De distintos sectores de la iglesia nos mandaban a distribuir panfletos en contra de Perón.

—¿Era una militancia anti Perón?

—Sí, claro, yo era peronista pero uno también tiene el sentido de pertenencia a la Iglesia especialmente llevado por la religiosidad de mamá. Todo el mundo empieza aflojar, todos éramos unos más, otros menos, todos éramos venidos del peronismo…

—No se entiende. ¿No decías que tu padre era liberal?

—Sí, papá fue liberal mientras estuvo con los Sáez Valiente y después, cuando aparece Perón en 45 o 44 -Perón saca las primeras leyes y sale el estatuto del peón rural- papá se hace peronista, y ahí todos nos entusiasmamos. ¡Hasta mamá! Pero después mamá empieza a retroceder porque sufre ella más que nadie la influencia de la Iglesia en contra de Perón. Papá siguió siendo…

—¿Cuándo comienza el hombre vinculado a los Derechos Humanos? 

—Eso viene mucho después. Papá fallece en el 55, en abril; y Perón cae en septiembre. Una vez caído Perón yo renuncio al partido Peronista y en ese momento el doctor Emilio Kairuz, de acá de la Capital, que le había tramitado la pensión a mamá -porque a papá lo habían jubilado-, empezó a mandarme cosas del partido Demócrata Cristiano y me contactó con la gente de Monte Caseros y formamos el partido y ahí yo me hago Demócrata Cristiano.

—Y el hombre preocupado por los temas de Derechos Humanos ¿Cuándo comienza y porqué?

—Comienza ya acá, en Corrientes, después de mucho tiempo, cuando ya estoy acá, después de haber sido diputado.Yo fui diputado en el 59 al 62 con Piragine y después del 63 al 66 con Díaz Colodrero.

—¿Cuál era el principal problema de Derechos Humanos en la década del 60? 

 —Y... la explotación en general.

—¿Del campesino?

—Ah sí, el campesino sí, por supuesto, siempre. Sobre todo el campesino sin tierra hasta hoy digamos ¿no? Aclaremos, el tema de La Palmira, por ejemplo, es un tema neto de Derechos Humanos, nada más que en ese entonces no había una organización que hiciera los derechos humanos, porque esto aparece después, ya con el genocidio allá en la década del 70. La Palmira fue a fines del 64.

—El tema de La Palmira es que el Gobierno provincial hace un arreglo con el Gobierno francés para traer inmigrantes argelinos y le otorga terrenos fiscales, pero que esos terrenos fiscales estaban ocupados por gente de acá ¿no? Hay una resistencia ¿encabezada por tu hermano, por vos? ¿por quién?

—No, no. Nadie encabezó nada. El campo La Palmira pertenecía a una familia muy famosa de San Roque que le regala esos campos al asilo de huérfanos y ancianos de Corrientes; pero como estaba a 70 kilómetros de la Capital no se hace nada y el campo queda abandonado. El interventor Velazco en tiempos del primer gobierno de Perón hace un acuerdo con el asilo, que pasa a ser de ancianos nomás; desaparece lo de los huérfanos. El lugar era conocido como el “campo de los huérfanos”. La provincia de Corrientes se hace cargo del mantenimiento del asilo en un acuerdo con las damas de beneficencia. Tampoco se hace nada y el campo empieza a ser ocupado por “intrusos” ¡Era lógico pues eran personas que no tenían donde trabajar! Se llenó de gente, de agricultores que no eran dueños de la tierra. Intrusos se les llamaba. 

—¿Cuál el conflicto?

—Fue cuando se hizo un acuerdo del Gobierno de Francia con el Gobierno de la Provincia de Corrientes para localizar a los franco-argelinos. Se divide el campo en 23 lotes para 23 familias franco/argelinas… En tiempos del gobernador Díaz Colodrero. Fue ahí donde se desalojan a los que vivía allí.

—¿Hay una resistencia? ¿no?

 —Sí. Hay una resistencia. Yo cuento en el libro todo aquel episodio. 

—¿Cuáles son los principales problemas de los Derechos Humanos hoy? 

—El tema de los Derechos Humanos hoy es la paralización. Está mal dicho la “paralización”, pero sí hay un desaceleramiento, una lentitud en llevar adelante los juicios contra los genocidas de la época de la década del 76 al 83 cuando fue lo más crudo del genocidio argentino. Falta juzgar y se han muerto muchos sin ser juzgados. ¡Pero los juicios van a seguir!

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