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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Que Macri y Cristina bajen sus candidaturas

La democracia no logró -o quizás ni siquiera intentó- superar el desarrollo de la decadencia disfrazada con el sesgo de modernidad. La miseria, la marginalidad y el endeudamiento se siguen enseñoreando con la realidad y crecen juntas.

Por Julio Bárbaro

Politólogo y Escritor.

Nota publicada en infobae.com

Un saludo con fuerza de festejo, una de las últimas asonadas de un poder que agonizaba y todavía metía miedo. Era una democracia incipiente en feroz pulseada con el eterno golpe de Estado que derrocó democracias en el 30, en el 55, en el 66, en el 76, datos que no mencionan los que hablan de setenta años mientras denuncian populismos, los que al elegir las décadas de eso que pretenden llamar “decadencia” asumen haber sido partícipes de aquellas asonadas. Ochenta y nueve años desde el 30, 64 desde el 55; los golpes no terminaban de asumir que había pasado su tiempo.

Aquel conflicto con los que no aceptaban la democracia tuvo su final exitoso, lo triste fue que, al superarlo, no sólo no mejoramos como sociedad, sino que, muy por el contrario, transitamos un atroz retroceso. Multiplicamos la pobreza y la deuda, dejamos fuera de la integración a un tercio de la sociedad. Y eso es nuevo, ni siquiera existía o al menos era incipiente cuando se impuso el último golpe. Había entonces una desocupación menor al 5% y una deuda muy lejos de los diez mil millones de dólares. No había caídos en la calle ni planes que subsidian los expulsados por los negociados de las privatizaciones de los servicios públicos.

La democracia no logró -o quizás ni siquiera intentó- superar el desarrollo de la decadencia disfrazada con el sesgo de modernidad. La miseria, la marginalidad y el endeudamiento se siguen enseñoreando con la realidad y crecen juntas, enfermedad que no compartimos casi con ningún país hermano. Y el dólar, moneda que usan los grandes grupos para llevar sus ganancias, que son más suculentas que la misma riqueza que generamos, que implican tarifas y ganancias de los grupos concentrados. Son las ganancias que Mauricio Macri convocó como inversiones para terminar asumiendo como deuda.

Si alguien pudiera describir las riquezas acumuladas en los últimos años con nombres y números, la lista sería larga, pero los números, desmesurados. Se apropiaron de la riqueza de todos para engendrar esta nueva clase que necesita pedir dólares prestados para llevarse una ganancia que nunca generaron. Esa, sólo esa es la explicación de la miseria que no cesa de crecer.

En Francia, el fuego arrasó con un símbolo de la fe y del arte, de un encuentro que sin duda generó lo más trascendente de la humanidad en todas las expresiones de sus razas y culturas. Y nadie habló de creyentes y ateos, nadie cayó en esa grieta que sumamos a nuestra horrible decadencia. Los ateos agresivos empleados de la nueva plutocracia hicieron silencio frente a una nación que se unía en el dolor de lo perdido, y asumía con llamativa energía y de manera colectiva la decisión de recuperarlo. Era una Iglesia y una fe, pero antes que nada era Francia convocada por la dificultad como nación. Ese patriotismo que nosotros ignoramos, esa reivindicación del todo sobre la parte como contracara de nuestra impotencia de compartir nada más allá de los odios.

El maestro Marechal nos decía: “La patria es un dolor que aún no tuvo bautismo” y esa es la base de nuestra limitación y decadencia, la ausencia de un patriotismo que nos devuelva el sueño de lo colectivo por sobre las prebendas de los individuos y los grupos.

Aquel “Felices Pascuas” de Raúl Alfonsín implicaba el triunfo de la democracia sobre la violencia, hoy quien pudiera expresar un triunfo semejante debería sin duda anunciar: “Cristina Kirchner y Mauricio Macri han decidido, por el bien del país, renunciar a sus respectivas candidaturas”. Si eso sucediera, ambos estarían eligiendo el más digno de sus finales porque para ambos el triunfo y el fracaso electoral ya forman parte del mismo destino. Estarían pasando a retiro la convocatoria a la violencia de los de ayer y la expresión más acabada de la incapacidad de los de hoy.

Si ese milagro fuera posible, sin duda alguna recuperaríamos el derecho al futuro y la esperanza. Yo sueño y apuesto a ese difícil, pero no imposible regalo de la historia, entonces sí podríamos gritar: “Felices Pascuas”.

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