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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Una suerte de ojo absoluto

La editorial Ananga Ranga acaba de editar una antología de la poesía de Samoilovich que llega de la mano de otras dos publicaciones de esta joven e inquieta editorial a cargo de Tony Zalazar: un libro de poesía del escritor chaqueño Miguel Molfino y del fallecido personaje de la vida urbana correntina Luis “Ovachito” Piñeyro. 

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

La poesía es un puente que vincula todo lo imaginable. Generaciones, lugares, ideas, lenguas, afectos… entran en contacto gracias a la poesía. Y a través de este puente ha venido a nuestra ciudad el poeta Daniel Samoilovich. Lo hizo en el marco del ciclo de lecturas “¡Tenemos visita!” coordinado por Estefanía Ceballos y Tony Zalazar, y auspiciado por el Instituto de Cultura de la Provincia de Corrientes. El encuentro fue en el Centro Cultural Siete Corrientes a fines de marzo y, como es habitual en el ciclo, el visitante fue recibido por un poeta local, en este caso Miguel Angel Molfino hizo de anfitrión. Durante la charla y lectura, ambos autores descubrieron ser absolutamente contemporáneos (nacieron el mismo año, 1949) y compartir ideología, gustos literarios, pasiones y experiencias. Además del diálogo entre autores, la poesía se vinculó con la música del cantautor chaqueño Seba Ibarra, quien ponía pausas a la conversación y resaltaba la belleza de los poemas con canciones propias. La misma experiencia, y el clima íntimo y cálido, se repitió al día siguiente en la provincia del Chaco, en el Cecual.  

“Así como en la música algunos tienen oído absoluto, en la pintura -y en la poesía- debiera existir una suerte de ojo absoluto que le permita al artista identificar cada elemento que compone el cuadro-paisaje o estado del espíritu para poder descomponerlo y comprender su esencia. Es una capacidad que resulta una maestría con/contra la cual luchar, y el poeta debiera aventurarse en las distintas formas y géneros del arte propio para darle sentido a este don. Daniel Samoilovich tiene un ojo absoluto -si la poesía es de naturaleza óptica-. Y además cumple con el deber imperioso del creador, “se aventura en la invención de diversos tonos, lucha con su maestría, se divierte con una risa seria y reinterpreta clásicos de varias culturas y tiempos”, sostiene Zalazar.

Aquí compartimos una nota realizada en Todos los Vientos, un programa de Radio Unne, al poeta sobre su nueva antología “Una suerte de OjO absoluto” editada por el sello local Ananga Ranga. 

—¿Cómo surge este libro, Daniel?

—Surge como tantas cosas del entusiasmo de Tony Zalazar. Nos conocimos en un encuentro de poesía en Villa Mercedes, San Luis; yo le llevaba un regalo que le mandaba una amiga y fui a escuchar un recital de Tony. Me gustaron mucho sus poemas, creo que a él le gustaron los míos; hubo un entendimiento, una complicidad inmediata.

—Este libro que se presenta ahora en Corrientes, ¿es una antología?

—Sí; es una antología que preparó Tony a partir de todos mis libros. Es una pequeña antología pero tiene para mí la gracia de ser una selección muy sorprendente, preparada por un poeta como Zalazar, con un gusto muy seguro, muy personal.

—Lo cual siempre es un elogio, ¿no? Hay un lector interesado.

—Sí; me divirtió mucho el hecho de que Tony eligiera algunos poemas que yo no suelo leer en público y que tenía, por lo tanto, un poco olvidados.

—Tu visión del libro ¿es una visión de autor o de editor?

—Como sabés, soy las dos cosas; pero no puedo evitar en este caso que prime la alegría del autor que soy al encontrarme con un lector entusiasta y generoso para con mi obra. Por otra parte, como editor me satisface el hecho de que el libro está muy prolijamente planteado, la tapa es armoniosa y el prólogo de Zalazar es muy bueno.

Y también, claro, me alegra mucho que el libro sirva de contacto hacia nuevos amigos.

—Recordemos que fuiste director del Diario Poesía durante 25 años. ¿Cómo surge esa revista?

—En alguna cena, supongamos o imaginemos que había un poco de alcohol, les dije a mis amigos de Rosario Martín Prieto y Daniel García Helder: “Quisiera hacer una revista con tales y cuales características. Ellos impidieron que la cosa quedara ahí; cada tanto me preguntaban “bueno ¿y qué? ¿La hacemos?”. Un poco más tarde, algunos poetas como Mirta Rosenberg, Daniel Freidemberg o Jorge Fondebrider se sumaron al proyecto y así fue tomando forma.

La idea básica que nos unió era hacer una revista que no quedara encerrada en la biblioteca, sino algo que resonara un poco en la calle, una revista que pudiera estar en el kiosco y compitiera en pie de igualdad con revistas de motos, de tatuajes…

—¿Era una época de revistas, no?

—Era una época de revistas. De todos modos, aun así, una revista de literatura en formato de periódico en la calle era algo nuevo.

—Con un dossier...

—Con un dossier, que podía estar dedicado a un poeta, como Juan L. Ortiz o Montale, un movimiento como el concretismo brasileño o a un tema de reflexión, como la relación entre poesía y política; y siempre muchos poemas, algún reportaje, comentarios, críticas, noticias.

—Y traducciones, ¿no?

—Bueno, todas las revistas de poesía han tenido su ojo puesto en la traducción, pero nosotros trajimos alguna novedad en cuanto a qué traducíamos. Fijate que lo clásico había sido, en la revista Poesía Buenos Aires, 20 años antes que nosotros, una mirada muy atenta sobre la poesía francesa; en traducción, probablemente nosotros hayamos desplazado un poco la atención hacia la nueva poesía norteamericana y británica.

—¿Y podés recordarme qué tipo de poesía inglesa tradujeron?

—Me acuerdo un dossier dedicado a Seamus Heaney, otro a Marianne Moore, dos a Joyce visto desde la poesía. Ahora bien, Diario de Poesía fue cambiando a lo largo de los años; en la medida en que empezó a haber intercambio con publicaciones y poetas de los demás países de Latinoamérica, empezaron a surgir cosas nuevas: por un lado dossiers dedicados a la poesía de Chile, de Perú; pero más allá de eso, una presencia permanente de la poesía latinoamericana. También habría que decir que en 40 páginas formato tabloide entraba mucha poesía, 250 o más versos en una página... En el 86 todavía estábamos en los albores de la era digital y recuerdo que entregábamos a la imprenta para componer unas 200 o 300 hojas escritas a máquina.

—Ustedes adherían a lo que se llamó el objetivismo, ¿podés contarme qué es eso, qué era o sigue siendo?

—Fue algo así como una etiqueta que le pusimos a lo que estábamos haciendo, un poco en broma y antes que nos pusieran una peor. La carta que quisimos echar sobre la mesa de juego era la de una poesía un tanto menos inflacionada que la que en ese momento estaba en boga; hubo una toma de distancia con respecto a las poéticas que en ese momento eran predominantes, que podían ser el neorromanticismo de la revista Ultimo Reino, y el neobarroco.

Por esas oscilaciones de péndulo que a veces tiene el gusto predominante, había en ese momento un rechazo muy fuerte a lo que se había llamado coloquialismo de los años 60 y 70, la poesía política más sencillista, etcétera. Nosotros también nos sentíamos lejos del coloquialismo, pero nuestra toma de distancia era muy diferente de la del neorromanticismo o el barroco, o por lo menos de la mayoría de lo que entonces se consideraba neobarroco; nos interesaba mantener cierta tensión con la lengua que efectivamente se habla, y rechazábamos con fuerza la lengua inmediatamente reconocible como literaria. Había en lo que varios de nosotros escribíamos entonces una búsqueda de las posibilidades poéticas de los materiales menos obviamente poéticos. Después están las coincidencias, quizás ya no con movimientos sino con poetas: un poeta como Néstor Perlongher, más allá de toda clasificación, a mí siempre me ha interesado mucho, y no es difícil percibir, en medio de sus lujos verbales, un oído extremadamente agudo al habla real.

—¿Hay en eso algún matiz político? Si bien se alejan de las posturas más declamatorias de la izquierda, esto que me estás diciendo de interesarse en el lenguaje que se habla remite a una posición política.

—Sí; para no llevarlo a un plano demasiado abstracto, pensemos en un poeta como Juan L. Ortiz: a la vez que se nutre del simbolismo más curioso, hace la apología más tierna y encendida del paisaje del Paraná y sus moradores; en un poema dice “oh, mis amigos, habláis de rimas, pero no olvidéis que es la cruda intemperie el problema”, juntando un “vosotros” completamente irreal para la lengua argentina con una apelación contra los excesos librescos, tal vez contradictoria, pero eficaz. Esto me interesa, esto es una poesía de movimiento no uniforme y, sobre todo, sin pretensiones, porque también hay que entender que lo peor del coloquialismo era que tenía sus pretensiones, era como si te quisiera matar de un susto diciéndote “yo también soy un ser normal”; bueno, claro que lo sos.

—¿Y vos dónde te ubicabas con tu poesía en ese panorama?

—Yo en ese momento estaba en busca de una lengua más bien reticente, y que de esa reticencia, y no de una voluntad expresiva, surgiera un misterio. Ese era un punto para mí y el otro punto era la visibilidad; hagamos una comparación con el jazz: la música va libre para acá y para allá, pero de pronto reconocés un ritmo que retorna, una base… bueno, a mí me interesaba eso, me interesa aún la idea de que el poema derive o divague, pero que retorne cada tanto a un eje visible, a un asunto. O sea, no me gusta la poesía que se dispersa en millones de imágenes superpuestas, sin una suerte de eje rítmico y visual.

—Hay mucho de narración en algunos poemas tuyos. ¿Cómo llevás esa relación con lo narrativo? ¿Es una relación amable?

—En mis primeros libros priman los poemas cortos, muchos de los cuales tienen una mínima narración, generalmente con una vuelta de tuerca, una apertura final a algo intrigante o interrogante. Después he escrito poemas largos que constituían cada uno un libro y ya tenían una estructura narrativa más compleja.

—¿Pero sigue siendo poesía, o son narraciones?

—A mi entender siguen siendo poemas: no hay un orden del todo lineal, hay retornos y variaciones, hay un trabajo con los ritmos regulares, cambios de frente, leimotivs, rimas y juegos de las palabras; se cuenta una historia, sí, pero la historia que se cuenta es solamente un color más de la paleta.

 

Contemplativa

Sentada allí, bajo el naranjo.

No estás escribiendo ni leyendo.

Sólo estás allí, la flor te corona

y las abejas te bordan

    [un traje incesante.

 

De los grabados y nosotros

De chico creía que 

    [la tensión superficial

era una extravagancia 

    [de los líquidos,

un truco para que flotaran 

    [las agujas.

Nunca pensé que algo como eso

fuera importante para las arañas.

Los grabados, es cierto, 

    [las mostraban

con sus patas azules en el agua;

pero hoy las vi pasar corriendo 

    [bajo el muelle

y supe que era en serio.

De los menores caprichos 

    [de unas cosas

viven las otras: unos grados 

    [de más o de menos

y la tierra sería un páramo 

    [de hielo o de fuego. 

Por nada, o casi, se nos dio

la chance de acostarnos 

    [en el muelle,

mirar las flores del barranco, 

    [pálidas,

y las arañas corriendo sobre el río.

Autorretrato

Retrato de mí mismo como un 

    [Corot

que abre su caballete ante 

    [los árboles.

En tal situación puedo 

    [reírme de mí,

pero no irme: el sol

atraviesa las agujas del cedro,

cae sobre la cerca.

En la columna inclinada bailan

mosquitas doradas y uno

quisiera ser lo que ve: 

    [vida lenta, templado

resplandor de los bosques.

 

Trabajar cansa    

Permanecer inmóvil por la tarde

en el aire entre las altas rosas

requiere exactitud, concentración:

    [también el picaflor 

    [se cansa

Se prende de las matas bajas,

las inclina hasta el piso

y queda panza arriba, borracho,

agarrado a su dalia.

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