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No pensar

Cuesta ejercitar el pensamiento cuando el conjunto acostumbrado al liderazgo calla el propio en detrimento de la libertad de expresión.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

No pensar es un mal nacido de nuestra época, al que se lo apaña, porque de alguna forma ha dado lugar a no tomarnos el trabajo de exprimirnos cuando en realidad existe siempre una versión de algo que otros pensaron y que se tornó, en la vía pública, una ligera realidad que ayuda a salir del paso.

El escritor, humanista y economista español, José Luis Sampedro, a quien el Consejo de Ministros le otorgó la Orden de las Artes y las Letras de España en el año 2010, como así en el 2011 obtuvo el Premio Nacional de las Letras Españolas, se pronunció en cuanto al pensamiento cuando expresó: “Educados para no pensar”. Ya que no se piensa porque no hay pensamiento crítico. El idioma político ha provocado el uso del pensamiento en una acción mediática, ya que habla pero no dice lo que debe, porque en lo profundo lo anima el posicionamiento electoral, para que después el ciudadano vote lo que dicen esos medios.

No existe el control del pensamiento público, sólo prima la opinión mediática. No la opinión más valedera con mayor certidumbre, que es la crítica dueña de severidad, coherencia, lógica y urgente necesidad.

Dice Sampedro, refiriéndose al cambio que hay que dar: “La batalla hay que darles por el solo hecho de darlas”. En directa referencia por hacer lo imposible por horadar ese duro límite que nos aleja de la verdad verdadera.

Un estilo, una costumbre afianzada por el espectáculo de los medios, donde siempre media algún interés personal o partidario, en que se teje ese coro masivo de repetir siempre lo mismo sin nunca llegar a la raíz de los acontecimientos. Por ejemplo, de alguna manera, haciéndolo ver como espectáculo mediático, Gabriel García Márquez, en su libro “La bendita manía de contar”,  refiere de soslayo lo que da una punta de ese ovillo que lograr asolar el mundo moderno estableciendo una metáfora concluyente: “Yo creo quien lee una novela es más libre que quien ve una película. El lector de novelas se imagina las cosas como quiere -rostros, ambientes, paisajes- mientras que el espectador de cine o el televidente no tiene más remedio que aceptar la imagen que le muestra la pantalla, en un tipo de comunicación tan impositiva que no deja margen a las opciones personales”. Es decir la involuntaria manera con que explota el pensamiento mediático, muy aprovechado en tiempos electorales donde amén de aparecer lindos, lucen libres de culpas, pero inescrupulosos y torpes.

Esa frecuencia de medios transmitiendo el pensamiento mediático dio lugar al humor, que en definitiva siempre ha sido la válvula de escape argentina, para decir lo que queremos decir y no esperar reprimendas a cambio. Lo han hecho, el actor Pepe Arias, “Tato” Bores, como el grupo Les Luthiers que ha inmortalizado una frase perteneciente a su espectáculo “La Tanda”: “El que piensa, pierde.” Breve, pero locuaz, exponiendo los desvíos de una sociedad alucinada políticamente. Como los desmarques de candidatos, cruces de cargos, estrategias, valor de los fueros, palabras lanzadas acordes con el pensamiento mediático, simpáticas pero nefastas desde el punto de vista que marca el humanista español José Luis Sampedro: el pensamiento mediático es la supresión de la opinión crítica, que desnuda y devela una realidad disimulada en busca de efectos. Sin importar cuánto importa a un estado que se precie de serio, la adhesión del humilde votante, que no piensa ni opina, por lo tanto poco interesa develar el intríngulis que hay detrás de cada pensamiento interesado, que nunca es el verdadero.

Mis textos ostentan de frases como un libro guía, tratando de denotar verosimilitud, pretendiendo abonar fortaleza al pensamiento crítico que es el responsable merecido del criterio propio, ya que es costumbre de estas pampas, el pensamiento único por encima de las urgencias colectivas. El unicato, proclive al populismo, arma vital del manejo de multitudes sin pluralidad ni voluntad. Esa autoayuda que acerco permite acceder a mis humildes reflexiones con personalidades que nutren la cultura en toda su dimensión, tratando de reafirmar el pensamiento propio, ese tesoro que hace fuerte a los pueblos con ansias de libertad y democracia.

Guillermo Jaim Etcheverry es un argentino de consulta permanente por su dignidad del pensamiento a través de la educación. En su libro “La tragedia educativa”, asevera merced a su constante investigación: “Sólo si logramos convencernos de que pensar no es un signo de espíritus débiles o de nostálgicos habitantes de un pasado superado, se dispersará la bruma agobiante del deterioro que nos envuelve.”

Debemos correr y poner a un costado todos los aditamentos, diría cotillón, que enturbian la visión de nuestra perspectiva festiva y dicharachera como: las sonrisas forzadas, los colores estridentes, los signos y sus formas, los abrazos y besos fáciles, las promesas vacías, y detenernos en lo esencial que es el pensamiento cabal, crítico, que escruta al candidato y al partido, a su plataforma que -supuestamente- es su compromiso, y lograr en base al conocimiento ese ausente criterio ciudadano.

Venimos a los tumbos hace rato, no solamente ahora, la transgresión argentina que es uno de los integrantes de la falta del pensamiento crítico, ya que el mediático lo valida, tiene mucho que ver. Y es también por ello que la tristeza, la amargura, la frustración  de haber cosechado hace mucho tiempo la falta de objetividad, ha invadido nuestras defensas que es la alegría positiva y esperanzada. A propósito don Arturo Jauretche lo dijo con entera convicción conforme nuestro desaliento: “Los pueblos deprimidos no vencen. Nada grande se puede hacer con la tristeza”.

Nuestra alegría para que los aciertos proyecten el país, tiene mucho que ver con recuperar el auténtico pensamiento crítico que dista marcadamente del mediático, como lo indica el español José Luis San Pedro. Porque la opinión pública es manipuladora, acostumbrada a la opinión de los otros y no la propia que tiene que ver con el criterio y el sentido común personal. Es decir, recuperar el Yo, y no ser manejado por el Yo de otro. Principio básico de un país con ganas de crecer, sin valerse de los fueros, los rangos, los apellidos, los partidos, los colores, la fauna política en que el Yo es de uno y no de todos, merecidamente plural y diverso. El pensamiento libre es saludable, digno y democrático. Es lo correcto.

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