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Amarnos es sentirnos unidos

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Corporizando este ejemplo con una historia parecida específicamente por la búsqueda desesperada de amor, hubo una cantante famosa de vivir sin encontrarlo y, cuando lo encontraba, la muerte se interponía en suicidios.

Se llamó Yolanda Cristina Gigliotti, había nacido en El Cairo, Egipto. Hija de padres italianos calabreses, el mundo la conoció con el nombre artístico de Dalida. De nacionalidad francesa, donde brilló en el canto popular con epicentro en París. Fue tan exitosa que se ganó 55 discos de oro más el primer disco de diamante. Logró vender en su corta carrera 140 millones de discos, habiendo compartido escenarios con Alain Delon, Nana Mouskuori, Petula Clark, Charles Asnavour, Jhonny Mathis, Johnny Holyday, Gilbert Becaud, Julio Iglesias, etc.

Su vida íntima estuvo ligada de amores a sorbitos, breves, tumultuosos, con suicidios que la iban matando de a poco. En 1967, el cantante y compositor Luigi Tenco; en 1970, su ex esposo Lucien Morisse, y en 1983 Richard Chanfray. Su vida estuvo plagada de grandes actuaciones en Europa como así en los Estados Unidos. En 1985, es protagonista de la película “El al-Yawn al-Sadis (Le sixieme jour)” dirigida por Youssef Chaine. No obstante, la bebida y somníferos  para contrarrestar sueños atrasados y amores contrariados pusieron fin a su vida de 54 años en toda la plenitud de su belleza, el 3 de mayo de 1987. Dejó escrito como despedida: “La vida me es insoportable. Perdonadme”. El entonces presidente de la República, Francois Mitterand, la despidió con todos los honores de Estado: “¡Yolanda, adiós! ¡Dalida, gracias!”. Fue una verdadera luchadora en su perfecta formación artística del canto; en la elección de repertorio, en la fuerza que imprimía a cada tema como si cantara su propia historia. En los idiomas versionados, el francés, el italiano y el castellano. En su sola presencia. Sin embargo, no poder asir el amor, ese shock que hace que dos seres diferentes se unan en un proyecto de vida. El amor une, logra ese milagro que acerca dos historias. Un país contiene miles de historias, pero si las diferencias perduran obstinadas, empeñadas en consignas, en militancias, lejanas a la propia sensibilidad, el amor persiste en resistirse a la unión, esa que ostentan los grandes países respetando la diversidad de cada uno, con el respeto debido pero asumiendo las grandes cosas que fortalecen la convivencia, y emprenden un futuro.

Dalida buscó esa unión imprescindible para ser solo uno. Amó desesperadamente a muchos en esa búsqueda estéril, pero jamás pudo jactarse de estar unida porque solamente la unión duradera logra hacernos sentir enamorados, capaces de emprender cualquier empresa por imposible que sea.

Es lo que nos pasa como país. A los argentinos nos falta urgentemente juntarnos, abandonando los bajos intereses personales para que propenda el bien común. Es decir, sacrificando a veces, si fuere necesario, los propios, por la reunificación que reúne y une un pueblo, personas, un futuro posible.

Dice el autor Leonardo Boff, buscando la unidad de una paz constructiva: “Una sociedad no vive sin utopías, es decir sin un sueño de dignidad, de respeto a la vida y de convivencia pacífica entre las personas y pueblos. Si no tenemos utopías nos empantanamos en los intereses individuales y grupales y perdemos el sentido del bien vivir en común”.

Esa unidad es posible como el acuerdo de La Moncloa (España), deponiendo actitudes personales que nos identifiquen políticamente, como lo hicieron “Los caballeros de la Mesa Redonda”, todos a la misma distancia buscando equidad, afecto a través del consenso, escuchando para construir sin choques.

Claro, haciendo un país común de hermanos y no de enemigos, sin dejar de tener en cuenta con Errico Malatesta que al avizorar un pacto familiar tengamos en cuenta: “Nosotros, por el contrario, no pretendemos poseer la verdad absoluta, creemos más bien en la verdad social; la mejor forma de convivencia social no es algo fijo, válido para todos los tiempos y para todos los lugares, algo que pueda determinarse con anticipación, sino algo que, una vez asegurada la libertad, se va descubriendo y llevando gradualmente a la práctica con los menores roces y la menos violencia posible. Por eso nuestras soluciones dejan siempre la puerta abierta a varias soluciones y, a poder ser, mejores”. 

Unirnos es siempre mirando para adelante, tratando de construir el futuro donde junto al horizonte marcan la dirección correcta. El pasado es nuestra historia en que lo malo nos encargamos de pisotearlo porque nuestra marcha debe ser en tiempo y forma mirando al frente.

Ignorar que unidos somos más. Que juntos coincidimos. Que no debemos perder tiempo si queremos trascender es terquedad, no inconciencia. Necesitamos de todos. Todos somos importantes. El futuro no desecha el pasado, trata de corregir para no caer en los mismos errores que nos separaron. El futuro es el hoy proyectado al mañana.

Este país históricamente siempre propulsó el desencuentro. Siempre estuvieron distantes dos grandes grupos políticos, cada cual con su mentor o líder. Entonces, toda conversación sostenida nunca llegó a la sinceridad porque cada cual guarda su partidismo a muerte y lo llevan como escudo, aunque se tenga la buena intención de unión por un momento, por un instante, hasta que se haga común y todos vayamos deponiendo esa actitud beligerante que siempre nos dividió.

Hamlet Lima Quintana, hablando del pasado dice: “Todo está adentro guardado en la memoria/ que atesora todos los recuerdos que uno tiene,/ que uno ha amasado como pan de la vida./ Pienso que después se irán perdiendo, de a poco,/ lentamente, como el humo sin viento. Dice más adelante: “...cosas que han sido importantes junto a otras/ que apenas han tenido el valor de una rosa”.

El pasado es el origen. El futuro está al frente y por delante, es justamente el mañana donde, unidos, nos amemos.

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