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Si parece, es...

Buscarnos un perfil en las alturas, sin redes, es jugar peligrosamente burlando la confianza de la gente.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

La “mitología popular” se ha encargado, hace rato, de tildar a las cosas por su nombre. “Si parece, es”, es el rótulo que identifica el camino a seguir, porque algo tiene que se compara con la realidad. La política argentina se encarga de exponer en la previa que el juicio público pone en bandeja el primer dictamen condenatorio que siempre está muy cerca de la verdad.

Allí se dan cita todas las sospechas juntas, el comentario general, el confidente, el aspecto personal, la actitud y las consecuencias. No falta la sentencia que mata de entrada: “Quien mal anda, mal acaba”. Pero aunque parezca increíble, siempre la puntería “da en el poste”. Es decir, por poco no es un gol rotundo, pero desde su nacimiento en la media cancha, con la cabeza en alto ya se olfatea el taponazo que por poco “afeitará” el travesaño. Seguramente que en el próximo avance, no solo se parecerá, sino que será un real golazo.

La imagen es importante. Es decir que detrás de ella se construye, de antemano, un leve esbozo, dibujado con la suma de señas que dan la figura exacta que no solo se parece, sino que es como lo imaginamos. Carlos Gardel, con todas las virtudes juntas que sintetizaba su sonrisa y educación afectuosa, era la copia perfecta del ideal de persona que su fama trascendió el tiempo. Tal cual un tipo leal, sin sorpresas. O sea, era la excepción en la justa dimensión humana.

Los aspectos que permiten dibujar un político de hoy son muchos, y casi siempre le juegan en contra lo cual advierte que es mejor disparar para otro lado. Todos. Nadie tiene plataforma, ni tampoco se preocupa en prometerla. Es decir, las manos vacías de proyectos serios, con muchas ganas de llenar los bolsillos y pasar a ser lo que no es. Los discursos suenan vacíos, más que hacer algo por el país dan cuenta que es el país que hará por ellos. Desde el “conchabo”, cargo asegurador de futuro, hasta la necesidad de emplear a toda la familia, si ganan pasar a ser casi una monarquía dinástica, asegurando para siempre la inclusión de los suyos y hasta del “novio de la nena”.

La imagen, con sus acciones que logran manejar la justicia o parte de ella, se vale de la capacidad transgresora de estos verdaderos “representantes del pueblo”, en que la actividad particular está por encima de la sagrada representación que supuestamente representan.

Se nota. Se vislumbra una urgente necesidad de “emplearse” sea como sea, aunque “…Dios y la Patria, os demanden.” Por qué “parecen”, porque no disimulan todas las vías para llegar, agotando encrucijadas, transgrediendo hasta la propia confianza del ignoto que sufraga.

El parecer no solo se alimenta de lo que exponen sino de la intuición que hace su propio juicio, lo condena y con razón de antemano. Lo bueno es que muy pocos caen atrapados en el redil, ya que la gente es generosa pasando por alto la baja calificación de conducta ya que a ese tipo de votantes les gusta la fiesta dicharachera, el “carnaval” del ruido y la confusión general, mucho cotillón, choripán de por medio y toda la parafernalia de candidatos sin preparación ni escrúpulos, con muy poco sentido de respeto ciudadano.

Esa intuición popular que escudriña cada detalle la tienen los pocos que se animan a “auditar” con responsabilidad a estos “eternos salvadores; el tango, por ejemplo se permite como lo hizo el implacable periodista y autor Celedonio Flores en su tango “Margot” de 1921, con música de Carlos Gardel, que con solo mirar ve ese algo que siempre condena en oposición a lo que se trata de representar: “Porque hay algo que te vende, yo no sé si es/la mirada,/la manera de sentarte, de charlar,/de estar parada/o ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal.”/Se trata de una mujer, pero el parecer y ser siempre es el doble juego con que muchos se manejan especulando, simulando.

Eduardo Galeano, el pertinaz y enfático periodista, director de la prestigiosa revista “Crisis” y escritor uruguayo, dejó establecida su mirada ciudadana en un poema de fuerte contenido social, realista y contundente: “Los funcionarios no funcionan./Los políticos hablan, pero no dicen./Los votantes votan, pero no eligen./Los medios de información desinforman./Los centros enseñan, a ignorar./Los policías no combaten los crímenes, porque están ocupados en cometerlos./Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan./Es más libre el dinero que la gente./La gente está al servicio de las cosas”. La intuición siempre marca el perfil mejor logrado, haciendo realidad aquello de: “Si parece, es”. Desde siempre esa mirada profunda vio mucho antes el proceder de la gente, en especial del candidato, claro, como decíamos, siempre los que los apoyan son los menos que piensan y razonan ante la turba ruidosa y bullanguera de la politiquería barata y banal. 

“Las cuarenta” de Francisco Gorrindo, compuesto en el año 1936, es fatal y doloroso por comprobar que es mejor parecer que ser, claro si se parece, es. “La vez que quise ser bueno,/en la cara se me rieron,/cuando grité una injusticia,/la fuerza me hizo callar./La experiencia fue mi amante;/el desengaño, mi amigo…”.

Muchas son las lecturas que nos remontan a lo cotidiano. Al mundo surrealista de las elecciones, a esa “ensalada” de afiches, jingles, discursos, promesas al viento sin dirección ni destino, “gauchadas” previas que para llegar se merece “el sacrificio”, muy parecido al carnaval de la vida. Ya lo marcaba, en 1913, José Ingenieros, en su clásico libro El hombre mediocre hablando de la dignidad, esa virtud que cobija lo mejor de nosotros, pero que su falta es la contrapartida de lo que no debemos ser: “Ser digno significa no pedir lo que se merece, ni aceptar lo inmerecido. Mientras los serviles trepan entre las malezas del favoritismo, los austeros ascienden por la escalinata de sus méritos. O no ascienden por ninguna”. Las citas son imprescindibles porque son el camino de la comprensión, pero más que nada la comprobación de la certeza. El estilo simple, fácil, del idioma popular se prende más, advierte y se comprende mucho más. Fortalece el poco sentido común, base de criterio y lógica.

Muchas veces caemos en las cosas consabidas que por verdaderas reafirman lo cierto, situaciones que han sido identificadas al ser mencionadas de mil maneras, pero es en la canción popular, específicamente el tango, donde lo cotidiano toma evolución convirtiéndose en sentencias que enriquecen nuestro idioma de veracidad incuestionable. El “Cambalache” de Discépolo, estrenado en el año 1934, es una misa que se celebra a cada instante porque sus denominadores existen y forman parte de la sociedad: “¡No pienses más, sentate a un lao,/que a nadie le importa si naciste honrao..!/Es lo mismo el que labura/noche y día como un buey/que el que vive de los otros,/que el que mata, que el que cura/o está fuera de la ley”. Aunque repetitivo, ejemplar. Sirve para diferenciar. Es un reaseguro para estar advertidos de que la sentencia popular, cuando se pronuncia, es terrible, su condena no está tan desacertada. Por eso hay algo de cierto en ese dicho que tiene frecuencia, y no se cansa de alertar con mucha ironía: “Si parece, es.”

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