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Incomparablemente mujer

En todos los tiempos han quedado consignadas mujeres sobresalientes y valerosas y no reconocer el protagonismo histórico de las mujeres, es de iletrados  desinformados de lo que quedó escrito para siempre, desde la Biblia, a los libros y papiros de distintas épocas y orígenes. 

Por Leticia Oraisón de Turpín

Orientadora Familiar

Incomparable, es la impresión que causaron siempre las mujeres a través de la historia de la humanidad, destacándose constantemente por su conducta, por su valentía, por su entrega generosa, por todas sus capacidades innatas que la distinguieron y seguirán diferenciándolas con seguridad, eternamente.

En todos los tiempos han quedado consignadas mujeres sobresalientes y valerosas y no reconocer el protagonismo histórico de las mujeres, es de iletrados desinformados de lo que quedó escrito para siempre, desde la Biblia, a los libros y papiros de distintas épocas y orígenes.

¿Quién fue sino la que cuidó y enseñó a la prole a sobrevivir, mantenerse,  superarse y progresar?

¿Qué hombre, por prodigioso que fuera, se formó sin el sostén, amparo y guía de una mujer?

La sociedad toda depende de la calidad de las mujeres que la componen, de las mujeres mucho más que de los hombres, porque son ellas las educadoras universales y los primeros ejemplos que reciben sus descendientes.

Por eso, la mejora de la sociedad, de esta sociedad enferma, está en manos de las mujeres y del empeño que ellas, las madres que han parido al mundo entero, pongan en la tarea de encaminar a sus educandos.

Ellas no solo enseñan, educan, porque “para enseñar solo hay que saber, pero para educar hay que ser”, según Quino. Y realmente se aprende mirando, viendo, copiando, de allí su responsabilidad primaria.

Y esa inconmensurable tarea es principalmente de las mujeres, enseñar valores, viviéndolos, siendo valientes, esforzadas, solidarias y por sobre todo, amorosas, cariñosas, gentiles, respetuosas, ordenadas, honestas y humildes para merecer ser copiadas y honradas con la admiración que mueve las voluntades.

Así nos enseñaron desde siempre y así fuimos siempre las mujeres, conscientes de que la vida empieza con nosotras y de nosotras depende el destino de nuestra prole.

Solo las mujeres pueden salvar al mundo, enseñando a los hijos y alumnos valores verdaderos, sin confundir con los seudovalores hoy en boga, valores como el amor, la decencia, la honestidad, la honorabilidad, la integridad, la responsabilidad y el deber, haciéndoles desear conseguirlos antes que la comodidad, la ambición, el interés y el éxito, porque todo vendrá a su debido tiempo y por los canales correspondientes, cuando hay compromiso y disciplina, sin necesidad de avanzar y pisotear al prójimo salpicándose de barro y mezquindades que solo traen daño y nunca felicidad.

Repito, el mundo depende de las mujeres y de su decisión y sagacidad de descubrir cuando quieren manipularlas, empujándolas hacia derroteros que no benefician su tarea educadora y que no les permite muchas veces jerarquizar los valores esenciales a transmitir.

No es fácil engañar a las mujeres y ellas en general saben que hay puntos de incuestionable transmisión.

l Amar y respetar a Dios, porque se fortalece la voluntad con el respaldo de una fe firme.

l Honrar y defender la vida por sobre toda otra proposición,  por seductora que ésta fuera, ya que es el valor humano supremo, porque sin vida no hay valores ni derechos.

l Respetar al prójimo, al semejante, empezando por los padres y los educadores. Es una regla de oro.

l Ser veraces, decir siempre la verdad, porque como lo dijo el Maestro: “La verdad os hará libres”

l Ser honestos, gran cualidad, valor que solamente viene de la mano de la verdad, es consecuencia directa de ella.

Y así, seguirá enseñando incomparablemente (a quien corresponda) a ser persona humana, destacada, soñadora de mejores horizontes y emprendedora de grandes desafíos, asegurándole, con normas sencillas y fáciles de vivir, alegrías y felicidad duradera. 

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