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La economía, la credibilidad y las expectativas

Mientras los políticos buscan apoyos para obtener una victoria en los comicios, la recesión, la inflación y un horizonte sombrío acechan y proponen un escenario tan desafiante como incierto. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

Para muchos, la esencia de la política es la mentira. Esto no es nuevo, pero en las últimas décadas se ha convertido en un pésimo hábito que crece exponencialmente y que además lo hace cada vez con menos pudor.

Algunos dirigentes, con bastante descaro, se ofenden ante esta afirmación y hablan de una campaña de desprestigio contra los políticos, sin asumir que ellos mismos han hecho mucho mérito para instalar esta creencia.

Las eternas promesas incumplidas, los inexplicables cambios discursivos, los ocultamientos permanentes, la enfermiza corrupción, los privilegios de la corporación, el favoritismo y la discrecionalidad son solo parte de ese interminable coctel de inexcusables actitudes que jamás se agotan.

El problema es que eso, que ocurre siempre, viene ahora de la mano de múltiples turbulencias económicas. Hoy se necesitan mayores certezas para encontrar un rumbo que ayude a la tan anhelada recuperación.

Nadie precisa definiciones respecto de lo que se hará ahora, sino mas bien, de lo que sucederá una vez que se supere el turno electoral que tanto desvela a esos políticos a los que solo los obsesiona la idea de administrar el poder.

Los mercados, los principales actores económicos, los inversores y hasta los consumidores toman sus decisiones en función de lo que consideran que sucederá y esa información hoy está más ausente que nunca.

Desde el oficialismo se cuidan de anunciar cambios de estrategia en materia económica. Saben que los números son bastante malos, pero apuestan a hablar de esa recuperación que anticiparon tantas veces y que jamás llega.

Desde los ámbitos más fundamentalistas de la oposición actual plantean que el presente es absolutamente reversible y que si ellos llegan a triunfar en la elección que se viene, regresará la fiesta con su máximo esplendor.

Una versión más moderada, esa que busca ser la alternativa a la posible polarización, habla de hacer las cosas de otro modo, de diferenciarse, pero jamás esclarece esa consigna difusa y todo queda nuevamente en el aire.

Todos saben que la situación es muy grave. El país enfrenta problemas estructurales severos y se encuentra atrapado en dilemas que requieren soluciones incómodas, pero al mismo tiempo muy profundas.

Esto lo saben con refinada precisión no solo los que hoy gobiernan, sino también todos aquellos que ahora pretenden acceder al poder, sin embargo, todos mienten, sin excepción alguna, haciendo gala de un perverso cinismo.

Nadie tiene hoy la honestidad intelectual suficiente para hablarle a la gente con sinceridad, relatando lo que sucede y explicando la necesidad de hacer lo que hay que hacer para salir de este embrollo de una vez por todas.

Los más experimentados dirán que diciendo la verdad no se ganan elecciones. Es posible que esa descripción sea muy acertada, pero genera una infinidad de problemas que nadie parece dimensionar adecuadamente.

Claro que mintiendo descaradamente se pueden ganar elecciones. Negarlo sería demasiado necio, pero validar moralmente esta aseveración es una actitud temeraria que debería avergonzar a quienes lo dicen sin sonrojarse.

Sería lo mismo que decir que estafando a otros se puede ganar mucho dinero. Obvio que eso puede ser cierto, pero eso no lo convierte en una actitud digna de ufanarse y mucho menos de algo que merezca imitarse.

Lo incomprensible es esa absurda pretensión que tiene la clase política de engañar sin reparos, a cara descubierta, y al mismo tiempo reclamarle a la ciudadanía respeto por lo que ellos definen como vocación de servicio.

Por otro lado, esperar que la economía decodifique las confusas señales que emite la dirigencia a diario es no entender lo elemental. Es como si los políticos vivieran en un mundo artificial desconectado de la realidad.

Muchos atribuyen este particular fenómeno a que la inmensa mayoría de ellos jamás ha administrado una empresa, ni siquiera un emprendimiento pequeño. No saben lo que es luchar con la presión impositiva, la burocracia y mucho menos lo que es competir generando confianza en los clientes.

La lógica del fraude no rige en el mundo de los negocios. Allí hay que seducir con mejores servicios, calidad, precio adaptándose activamente a todo. 

En ese planeta los productos deben responder a las demandas del mercado, de lo contrario ese proyecto desaparece rápidamente.

La economía hoy vive momentos de desorientación. La gente, los votantes, el mercado, para estos fines son exactamente lo mismo. Son personas que sienten y piensan, que saben que la dirigencia política les oculta la verdad.

No les creen y es por eso que no compran, ni venden, sino que esperan a que el panorama se aclare. No importa lo que los políticos digan, sino lo que la gente supone que harán. 

Allí empieza un sinfín de retorcidas elucubraciones y entonces la sociedad solo puede adivinar.

Es un círculo vicioso conformado por una economía deteriorada, políticos embusteros y un electorado que, sabiendo esto, precisa imaginar qué es lo que sucederá y actuar en función de ello. Nada bueno saldrá de ese engendro.

Solo el día que la política apueste por la franqueza, prometa “sangre sudor y lágrimas” y la gente acompañe con convicción ese digno proceso, la política dispondrá de la legitimidad para actuar, recuperará su prestigio y la sociedad tendrá motivos para soñar. Mientras tanto, solo más de lo mismo.

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