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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La escritura como asedio y destino

Folguerá presentó anoche su novela histórica, Eulalia, chispa e incendio, en la Feria del Libro junto con la escritora catamarqueña Celia Sarquís, quien hizo lo propio con Eulalia Ares y la rebelión de las polleras, en el marco de un diálogo imperdible.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Stella fue profesora de mecanografía, de contabilidad, es contadora y trabajó en la actividad pública y privada. Fue dirigente política y concejal por la UCR en la Capital de Corrientes.

Asistió a talleres de escultura y es coleccionista de pesebres en miniatura. Fue dirigente de una comparsa a la que ahora, después de muchos años, renunció a su afiliación,  fue conductora de programa de radio y televisión.

Un día de diciembre de 1997 me regalo su primer libro Arroz viudo y papas pobres que leí de una vez, una mañana calurosa de sábado en mi casa de Santa Ana y entre lágrimas la llamé para decirle que me emocionó esa maravillosa crónica familiar que habla del amor por su familia, su historia y su abuela Luzgada Corts, la Nabeta de Simat.

Después frecuentó talleres de escritura y luego publicó Lo que ella manda, su primer libro de cuentos.

La escritura, o mejor, el hecho de narrar una historia, es para ella un asedio y un destino, algo que debe ser, indefectiblemente, algo que sucede todo el tiempo.

Por sobre todas las otras actividades que ejerció, hubo y hay una primacía de la palabra escrita, una necesidad primordial de contar una historia.

El lenguaje, para Stella, no es un camino a una verdad demostrable o un dato de la contabilidad, sino una galería de espejos, un arenal que se mueve a cada paso y que plantea los dilemas de lo humano en su esencial fragilidad cotidiana.

—¿Por qué escribís? ¿Y desde cuándo?

—Qué pregunta difícil. Supongo que porque tengo que escribir. Yo escribo desde siempre, pero mostré tardíamente; porque me atreví a publicar lo que escribo. Me atreví a ir a un taller literario y a leer en grupo lo que yo escribía. Lo que yo escribía era para mí, para mis padres, a veces para mis hermanos, a veces para Sotille (“Mingo”, su marido). 

El taller me dio una herramienta que no tenía y me brindó el poder de aguantar la crítica. No porque no me criticaran en casa, pero aguantar la crítica despiadada de los pares es otra cosa. Teníamos un taller muy dinámico, muy despiadado y eso me dio coraje.

—¿Y qué escribías allá lejos hace tiempo?

—Siempre escribí textos cortos y según las edades. Seguramente que habré pasado una etapa de romanticismo recalcitrante, que habré experimentado períodos de angustias existenciales propias del crecimiento, entre otras cosas.

—¿Eso se manifiesta siempre en la escritura?

—Sí, porque yo me ordeno escribiendo. Y la primera persona que dijo que yo podía escribir del modo que ahora lo hago fue Meca Asuad, la mujer de Alfredo Asuad, madre de los Asuad, amigos míos. 

Ella fue mi profesora en primero o segundo año, muy al inicio de la secundaria, y en una oportunidad nos hizo escribir lo que llamábamos “las composiciones” famosas de texto espontáneo y yo escribí sobre un pajarraco negro, que nunca supimos qué clase de pajarraco era, que vivía como si fuera un perro, caminando por la casa de mi madrina y que se llamaba Filomeno y que era un personaje de mi infancia, porque yo jugaba en el patio de mi madrina. El pajarraco andaba a nuestro alrededor como si fuera un perro-pájaro negro grandote que no cantaba, que abría las alas cuando abrían la canilla para regar las plantas, el tipo se ponía debajo del chorro con las alas abiertas.

Yo no sé qué bicho era, no tenía sonido. El único sonido que emitía era un silbido que imitaba a uno que emitía mi madrina, con el que ella llamaba a su criada. 

Escribí sobre Filomeno y cuando Meca leyó lo que yo había escrito de Filomeno, le dijo a mi madre, que era jefa de Preceptores de la Escuela de Comercio donde yo era alumna: “Esta chica va a escribir”. Pero quedó así: “Esta chica va a escribir”. Y esta chica escribió siempre y no hay nada de lo que yo escribía antes, porque yo escribía en cualquier parte; escribía en el cuaderno, también tuve mi cuaderno de poemas como todo el mundo, copiaditos, tenía una letra chiquitita, que después se me hizo grande y me atreví tarde a publicar.

—¿El primer libro cuál fue?

—Fue Arroz viudo y papas pobres, que se publicó en Valencia y hay una reedición correntina del Instituto de Cultura de la Provincia corregida y aumentada, porque la edición valenciana está prácticamente referida a la historia de mi familia.

En la segunda yo me ocupé de buscar a los otros valencianos que también vinieron en ese proyecto y de indagar un poco qué pasó, cómo fue el proyecto de Blasco Ibañez, qué dio el tiempo que duró y por qué cayó. La contextualicé mejor históricamente al relato.

—Después de esa crónica de familia hay cuentos...

—Mi primer libro se llama Lo que ella manda (2013). Creí que nunca iba a escribir una novela. Tenía una novela escrita, hace como 20 años que empecé a escribirla y nunca supe por qué la escribía. La historia contaba cosas, pero era bastante caótica. Yo misma me enredaba en ella, pero la dejaba una y otra vez porque decía “algún día voy a saber por qué la escribí”.

—¿Y por qué?

—La escribí porque esa historia me sirvió como esqueleto para otra que escribí, que no se va a publicar seguramente nunca, ese es un libro que va a quedar inédito, que se llama Mariposas negras y va a quedar inédito porque es muy voluminoso, transcurre en el seno de una familia de Corrientes desde el año 39 hasta el 55. El libro termina cuando Perón se sube al Catalina y tiene mucho contenido político y muy sesgado. Está ubicado en una posición determinada.

—Tus personajes ¿viven en vos hasta que salen o siguen en vos?

—No, no se quedan. Los recuerdos y a veces hasta los cito, pero no, no se quedan conmigo. Sí, mientras estoy escribiendo la historia, están ahí dando vueltas. Es como si tuviera dos canales, uno la vida real y otro ahí dando vueltas.

—¿Cómo encontrás el tono de una variedad de personajes?

—Algún escritor te contestó -alguna vez- algo inteligente ante esa pregunta. Porque es muy difícil. Es muy difícil. Es como si te dijera “el burro tocó la flauta”, porque no es así. Seguramente que es el resultado de mecanismos internos de uno, pero también es verdad eso muchas veces dicho por los escritores que el personaje manda.

El personaje se te va definiendo y te va diciendo cómo habla, cómo dice y cómo piensa y se va armando: si esta le pregunta tal cosa, esta le tiene que contestar así, con estas palabras y de esta manera y en esta postura. El personaje se va definiendo.

Dice Gabriel García Márquez que la inspiración no existe, que la idea genial no existe, lo que existe es un trabajo que implica la tensión permanente del autor con los personajes, para que a los personajes no se los desgobierne.

—¿Creés que tu literatura tiene un tono local, un tono regional?

—Inevitablemente sí, porque yo no he podido ubicar mi literatura en otro sitio. Nunca dije que escribí en Corrientes, o que me refería a Corrientes, pero lo que describo es lo que yo conozco y excepto en esta última novela, donde me fui a otro lado, pero -en general- aun habiendo escrito sobre un traje completamente afranchutado, como es Indalecia Flamel, la ciudad donde la hago vivir (que no digo cuál es) es Corrientes.

—La presencia invisible de Corrientes...

—La presencia invisible de Corrientes, sí. No es que yo sea una patriota de la patria chica, de ningún modo, tengo una visión bastante abierta respecto de cómo es Corrientes y de cómo no es Corrientes. Tuve la suerte de viajar y de poder ver otras cosas, pero uno escribe desde lo que conoce, desde lo que vive. Sí, tengo que manejar los conceptos de una sociedad, conceptos de la sociedad que yo conozco con los que comparto o discrepo, pero son estos.

—Tuviste una vida política muy intensa en un tiempo: ¿creés que hay algo de lo político que se manifiesta en la literatura?

—Sí, seguramente que sí.

—¿Y en lo social?

—Sí, seguramente que sí, que en algún personaje siempre aparece la idea. Por ejemplo en ese libro que te digo de las Mariposas negras, que es totalmente político.

—¿Quién es Eulalia Ares?

—Eulalia Ares de Vildoza es una mujer que se me presentó a mí en un avión. Yo venía de Buenos Aires a Corrientes, vuelo corto, dije “bueno, ¿qué leo? Me metí en una de las librerías esas que están en Aeroparque y dije un libro que tenga textos cortos y me encuentro con un título que me resultó atractivo Historias insólitas de la Argentina. Cosas que podrías leer rápidamente, textos salteados, que contenían historias breves, y entre ellas me encuentro con una de media página que hablaba de Eulalia Ares de Vildoza, la primera mujer gobernadora de la República Argentina. Eso fue lo primero que me sorprendió y lo segundo que me llamó la atención fue cómo llegó a ser gobernadora, a punta de pistola. 

Entonces dije, “no, esta mujer tiene que tener una historia muy potente, una historia que puede admitir más de una escritura”… Empecé y me fue quedando ahí en el ovillo que se arma primero. Me conseguí de segunda mano, por Mercado Libre, un libro de la biografía de Eulalia, novelada, muy bellamente escrita por Irma Cairoli, muy bellamente escrita, que da muchas referencias de la sociedad de su tiempo y demás. Pero a mí no me convenció. No es que no me convenciera, un atrevimiento discutirle a Irma Cairoli, que además es catamarqueña y dice que es descendiente de Eulalia. 

Yo a Eulalia la sentía de otra manera, el personaje que a mí se me aparecía en esa biografía era demasiado débil para lo que esta mujer hizo. Más allá del hecho armado.

—La protagonista principal de la novela es una mujer en el siglo XIX, en este momento puede parecer que tiene un tono feminista, ¿lo tiene?

—Inevitablemente, lo tiene por la vida de Eulalia. Sin ser una feminista al estilo de lo que ahora se llama feminismo, que no es lo que yo considero feminismo, todos mis libros tienen nombres femeninos, no necesariamente nombres de mujer, pero todos son nombres femeninos: Minas bravas, Máscaras, que también es un nombre femenino, Indalecia Flamel, Modista; Los 10 mandamientos, el único que no tiene nombre femenino, Frontera, Ivania Luxe y ahora Eulalia.

—¿Cómo era Eulalia?

—Eulalia, la que yo visualicé y la que yo traté de reflejar en mi libro, es lo que se dice una mujeraza, una mujer muy fuerte de carácter. Desde muy chica, muy bien plantada en la vida. Su padre vio en ella, la única de sus cinco hijas y más un hijo, que pudiera continuarlo en una empresa familiar, poderosa. Es una mujer de alta alcurnia, de familia patricia catamarqueña, dinero, hacienda, bienes, instruida.

—¿Educada?

—Muy educada, muy instruida para su época, excepcionalmente instruida para su época, y dice un clásico historiador catamarqueño “a las Ares le gustaba mucho mandonear en la política”, todas eran mujeres muy politizadas. Pero las mujeres de esa época están muy politizadas, las de alta sociedad están muy politizadas.

Después, los conservadores les vuelven a poner el corset, pero en esa época están muy politizadas, obligadas también por la época, porque que eran mujeres sin hombres. Es una época en la que fueron 40 años prácticamente de guerra y fueron mujeres sin hombres.

La información que hemos compartido sobre el libro de Celia Sarquís dice “las viudas de la ausencia” y esas mujeres eran todas viudas de la ausencia.

Hay mucha confusión de información histórica respecto de Eulalia: siete hijos-nueve hijos, dos grandes nietos que amaba como hijos. Hay cosas de ella que no se saben, porque la historia registra de las mujeres solamente aquello que las hace parecerse a los hombres. Las únicas mujeres que están en la historia son las que tomaron armas, todas las demás quedaron para el plan hogareño.

—¿Cómo es la vida cotidiana, según vos, de Eulalia?

—Eulalia es una mujer que trabaja todo el día en la hacienda, que tienen en Ipizca, arriba de la cima de Portezuelo.

—Ella tenía dos casas, ¿no?

—Si, tenía una casa paterna en Catamarca, que estaba enfrente a la plaza donde ahora está el cine-teatro en la ciudad de San Fernando y la casa matrimonial era la casa de la familia de su marido, en Ipizca –arriba en el Portezuelo– donde ella vivía. Pero ella subía y bajaba, que se dice fácil ahora, porque ella atendía los negocios del padre que murió muy tempranamente. 

Se casó a los 16 años y su padre murió antes de que ella se casara,  y ya la dejó destinada a hacerse cargo del negocio familiar, de los hermanos y de la madre también.

—Además de todo esto, tenía una vida doméstica.

—Una vida doméstica y tenía una vida de hacendada que maneja su hacienda, esas haciendas de producción de chacra, de producción de cultivo, de producción de animales, de producción de viña. 

—¿Estos trabajos la vuelven varonil o no?

—Ella toma a punta de pistola la Casa de Gobierno de Catamarca, pero para hacerlo se viste de hombre.

—¿Y para defender a su marido?

—Lo hace para defender su marido, lo hace para recuperar a su marido que había sido desterrado. Ojo, que los destierros en ese momento era desterrar de una provincia a la otra, porque la organización nacional era otra.

Hacer que se fuera al Tucumán, era que se fuera al infierno directamente, no porque Tucumán fuera el infierno, sino porque el destierro era lo peor. También estuvo exiliado en Chile un tiempo, pero en este caso estaba desterrado no exiliado; desterrado y agraviado, tratado como traidor. Y eso no soportó.

Creo que a Eulalia la dominaba su temperamento apasionado. Era una mujer muy temperamental –creo–. Tenía un profundo amor por su marido, un profundo amor por Catamarca, un profundo amor, adhesión y dedicación a la causa unitaria; recalcitrantemente unitaria, mucho amor por sus hijos, mucho amor por sus hermanas, que las llevó a vivir consigo a arriba.

—¿Estuviste en Catamarca en la cuesta del Portezuelo?

—Sí, fui durante el embarazo del libro (risas).

—¿Y qué te pasó?

—Aprendí mucho sobre Eulalia, contacté gente interesantísima que me dio información, no tanta información escrita porque no la hay, pero sí mucha de investigación propia. Un historiador, como Marcelo Gershani Oviedo, excepcional y generoso, y una escritora, Celia Sarquís, con la que conversé mucho y en cuyo taller participé con mis textos, en el momento en que estaba escribiendo la novela de Eulalia Ares.

—Libros mellizos, ¿no?

—Son tan mellizos los libros, que el día que yo le mando a Celia una foto de mi galera, le digo “recibí mi galera”, y me dice “yo acabo de recibir la mía”. Celia presenta su libro que se llama Eulalia Ares y la rebelión de polleras.

—¿Creés que el paisaje moldea a las personas?

—Sí. Yo creo que tiene mucho que ver. 

—¿Considerás que los cerros moldearon el temperamento de esta mujer?

—Creo que sí, porque ella era muy apegada a su suelo. Pero en ese momento, creo que lo que más moldeó el carácter de esa mujer fueron las circunstancias de su vida y las del país, porque era un tembladeral.

—¿Y cómo te moldearon el llano y el río de Corrientes?

—Y eso lo tendría que decir otro, pero yo siempre digo que soy bicho de llanura, sin duda, y bicho anfibio también, somos casi anfibios, creo. 

El continental tiene un carácter, el isleño otro, el de llanura otro y el del desierto otro. Yo no sé cómo soy. Eso lo tendrían que decir los demás. 

—¿La Stella que escribe es la misma la que vive y conversa?

—Sí, es la misma. Nunca he podido escribir un anónimo a nadie, porque a mí se me reconoce cuando escribo.

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