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Ocio

Hablar del ocio es una apología bien argentina para no asumir compromiso.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Ese estado natural y necesario, para poner distancia a los problemas mientras pensamos cómo resolverlos. Relajarnos por un instante para ver las cosas diferentes que haga al ser humano más humano. Que encuentre cómo acercarse a su contendiente y entre ambos llegar juntos a consensuar todos los complejos vericuetos que nos brinda la vida. Pero, hay algo notorio, el ocio no debe ser una permanencia que nos estacione, sino un lugar fructífero desde el cual “aceleremos los motores” para arrancar con todo a la contienda del entendimiento.

El ocio en nuestro país se ha convertido en una constante que paraliza más allá de lo benéfico y reparador. La mayoría utiliza desmedidamente este camino alternativo para evitar el compromiso de hacer, responder, ir en busca del sacrificio, del empeño, del trabajo y el estudio, con la continuidad de la perseverancia.

Tenemos ejemplos para criticar y tratar de respondernos: algunos de ellos como feriados puentes de todas las layas y trascendencias, licencias laborales por tiempo indefinido, ciertas con tufillo a fraguadas que días, meses y años se encargan de tapar y olvidar, la responsabilidad primaria de trabajar, del empeño de hacer, construir. Cómo lo logran, uno se pregunta. Son interrogantes  sin respuestas porque en definitiva nos “beneficiamos” arteramente, todos. Es decir, sabemos que están mal, pero en la repartija nos “ayudan” a viajar, a disfrutar de una licencia interminable y acomodada, contribuyendo al ocio desmedido de un país que siempre está jugando en ascenso, pero le cuesta trabajo “tomar la pala”.

Fueron muchos los países que en la historia tuvieron la grandeza de levantarse con gloria de empeño, pasando a ser potencias. Pero con un trámite imprescindible, trabajo denodado, sumándole todas las horas necesarias más allá del propio régimen laboral. Ellos fueron entre otros Alemania y Japón que provenía de la guerra y el cierre infeliz de Hiroshima y Nagazaki.

Siempre trato de acercar reflexiones de personas públicas que se identificaron por su excelencia humanística. Argentinos que han servido de ejemplo y que casi nadie los ha tomado como ejemplos. Sin embargo, leerlos más allá de la vida ha consolidado sus excelencias desprovistas de la demagogia barata de la exaltación por interés común, valerse de ellos para acceder a lugares privilegiados en una sociedad donde la apariencia es la única escalera que nos ayuda, que si no llegamos, ejercemos el rol artístico de creernos lo que no somos, tomando el protagonismo de simularla.

Son las cosas comunes cuando adquieren mayor relevancia, personas que consolidaron con el apego de lo cotidiano y familiar, frases que son consejos para tenerlos en cuenta. Decía a propósito de elegir su camino, un memorable Homero Manzione, popularmente conocido por Homero Manzi: “Tengo por delante dos caminos: hacerme hombre de letras o hacer letras para hombres”. Así lo recordaba su amigo, Arturo Jauretche, específicamente en uno de sus primeros discursos políticos: “El día en que las direcciones vuelvan a ser el vértice de las inquietudes sociales y políticas, marcharemos a paso solemne hacia la historia, retomando el camino perdido.” Debemos ejercer esa premisa, de hacer por el país lo que debemos desde nuestro propio compromiso de ciudadanos. No mintiéndonos y creyéndonos que con aparentar escapamos al compromiso, al esfuerzo, y a la honestidad que le debemos. Decíamos que el ocio es fundamental “para poner cable a tierra”, deponer tensiones, pero luego volver recuperando la memoria perdida sin peleas ni antagonismo que tanto nos desluce, pero mucho más nos desvía de la realidad que entre todos la gestamos con la actitud desvalida de caminar para atrás, cuando en realidad se avanza por delante.

La palabra tiene la magia de comunicarnos, conformar frases que trascienden y nos iluminan ejerciendo el hábito de seguirlas para mejor. Se consensua alineando opiniones, formas de mirar y entender cada situación, deponiendo ambas partes como muestra palpable de su buena voluntad, algo que la perdemos generosamente cada uno en bien de la idea global. Pero el acierto tiene la grandeza que el bien exige perdidas sentidas, pero que al fusionarse con el objetivo común retorna multiplicada en beneficios mutuos.

El ocio desmedido, entumece. Nos convierte en oyentes porque la falta de práctica nos saca de carrera, y que algunos prefieren esa baja con tal de no meterse. Porque el compromiso amén de obligación es trabajo, por lo tanto todas las ventajitas extras que sacábamos de pronto nos devuelve el tipo común para quien el empeño es una constante. Nada se obtiene desde el desmedido “descanso” tribal, pensar es una de las tareas que nos conduce a luchar por ellas. Amarlas para que tengan mayor razón de ser. Todo esfuerzo es el combustible del ser humano, que lo mueve a perseverar en el orden, la disciplina de una generación en que los principios están para hacerlos cumplir por el bien de todos.

Si bien el poeta Armando Tejada Gómez dice en su trabajo de “Cancionero” refiriéndose a la música comprometida los distintos tonos entre leer, decir o cantar, encontramos parecido a pensar y hacer por la igualdad de responsabilidades que la palabra conlleva entre decir y hacer: “..la palabra cantar no es la misma que se destina a la lectura. Como tampoco son lo mismo el acto de cantar que de escribir, el de oír que el de decir. Hay en el acto de cantar una generosidad y una amplitud asimilable a los de la misa, cuando el sacerdote que la oficia es un verdadero sacerdote.” Cuando los ciudadanos ejercen la verdad sincera de decir y hacer, propenden al milagro de transformarnos contrariamente al ocio y sus necedades ante un país urgido, necesitado de ese milagro que nada tiene que ver con el dicho popular “Yo,…argentino” como una forma de justificarnos enmendándonos de nuestras responsabilidades. Ya que un país es la consecuencia de todos. Por ello es tan importante que todos seamos uno, cada cual con sus ideas, pero con la convicción de que el ocio enfría el pensamiento, porque “congela” inquietudes. Es quedarnos aferrados a la apariencia, conformarnos creyendo ser lo que no somos, ya que hacer es trabajar, y el argentino fuera de todas sus locuras es un tipo formidable. Sin olvidarnos lo que remarcaba José Ingenieros en su libro “El hombre mediocre”: “Ser digno significa no pedir lo que no se merece, ni aceptar lo inmerecido. Mientras los serviles trepan  entre las malezas del favoritismo, los austeros ascienden por la escalinata de sus méritos.” Pero si se dejara de representar lo que no es, sería mucho mejor. Como todo es una suma y nadie debe quedar afuera de esta apuesta, como lo que representa hacer un país, todos, seríamos mucho mejor.

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