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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

¿Amor eterno?

Por Leticia Oraisón de Turpín

Orientadora Familiar

Existe el amor eterno? Y sí, existe en cuanto el amor procede de Dios y El es eterno, como el amor que nos tiene a nosotros indignos hijos suyos. Ese amor por lo menos, es eterno. 

¿Y el otro? El que se profesan las criaturas humanas entre sí ¿existe? O es literatura propagandística de algo efímero, transitorio, eventual y provisorio.

El “amor” en realidad está bastante bastardeado en su concepción y también en su aplicación o acción de querer. Se usa como expresión simbólica de sensaciones y pasiones que en esencia están alejadísimas de lo que define la palabra “amor”.

Amor es un afecto que mueve el ánimo a querer, tender, gozar y dispensar la mejor de las sensaciones espirituales del “bien verdadero”.

Hay amor de Dios, amor de madre, amor de hijo, amor de amigo y también  amor de pareja, que es una pasión del ánimo que atrae un sexo hacia el otro asociado a una ternura increíblemente delicada y dulce; eso sólo hablando de las relaciones propiamente  humanas, porque sabemos que existe el amor al trabajo, al dinero, al poder, a objetos materiales inanimados e impropios de ser amados, pero la obsesión que tiende a ellos, lo denominamos como “amor”.

Creo que todos entendemos al amor como una inclinación bondadosa, cariñosa en extremo, que sentimos íntimamente en la valoración y cuidado de la relación que establecemos con las otras personas.

Ese amor puro y bueno, loable de sentir y disfrutar es el que pregunto y me pregunto ¿puede llegar a ser eterno?; considerando semánticamente como eterna “toda nuestra vida” (en la realidad, perecedera y transitoria). Lamentablemente, cada vez más, el amor tiende a ser considerado como de ocasión, por un rato, largo o corto, pero un rato, “hasta que dure” como se suele decir.

Sin embargo, sabemos también y nos consta, que el amor que no se cuida es el que se acaba, igual que la amistad (que también tiene un componente amoroso), porque si al amor no lo valoramos debidamente y actuamos con la espontaneidad del momento, sin delicadeza, dedicación, atención y esmero, seguro que se va a agotar.

Pero en cambio encontramos a cada paso, amores mayúsculos, dignos de imitar y admirar, que enseñan de la grandeza del amor. ¡Cuántas ofrendas generosas de bienes y también de inmolación personal conocemos! que se entregan desinteresadamente al prójimo, sólo y siempre por amor a Dios.

Hay infinidad de amores puros, que por puros e incontaminados, perduran y se expanden como fruto magnífico de las potencialidades del hombre.

Matrimonios que prueban su amor en servicios mutuos, en atenciones exquisitas, en complicidades amables para sí y para los demás, que generosamente se expresan también en la aceptación de los hijos que vienen y llegan a realizarse magníficamente en sus nietos y con suerte en sus bisnietos, unidos por “ese amor que se tienen” y que no es fugaz, ni transitorio, ni efímero, porque fue cultivado y cuidado con el esmero que el sentimiento se merece.

Esas situaciones de vida nos gritan que el amor verdadero no se pierde, se agranda, crece y fructifica, desarrollando la fineza del espíritu de quienes se entregan y confían mutuamente en el destinatario de su amor.

Hay entonces amores eternos, tan eternos como las personas que se profesan ese amor y duran tanto como la vida de quienes así se quieren, de acuerdo a lo que algún lejano día prometieron, “hasta que la muerte los separe”.

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