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/Ellitoral.com.ar/ Sociedad

Miles de feligreses en una accidentada cantata a la Virgen de Itatí

Por Agustín Gómez

El pequeño pueblo de Itatí desborda de miles de fieles que de distintas partes del país se amontonan en la humilde localidad para celebrar un nuevo aniversario de la coronación pontificia de la Virgen.

En vísperas a la celebración, miles de creyentes se abarrotaron anoche frente a la imponente Basílica para participar de la tradicional cantata a la Virgen.

Como ya es habitual desde muy temprano familias enteras, niños y abuelos se instalaron con sus silletas, frazadas y banderas a la espera de que la imagen de la Virgen salga a la medianoche.

Antes, grupos chamameceros como Los Imaguaré, actuaron en las escalinatas para mantener viva una tradición milenaria. 

Pero en esta ocasión, varios desperfectos técnicos dificultarían el normal desarrollo del evento. 

Diego Gutierrez, el bandoneonista correntino que saltó a la fama tras ganar un concurso televisivo, fue el encargado de preparar el ambiente antes de la salida de la Virgen. 

Gutiérrez interpretó varios éxitos chamameceros de antaño que sacudieron el frío del público. 

Sin embargo, en la última canción que interpretó y cinco minutos antes de la medianoche, un desperfecto técnico dejó sin luz a toda la Basílica. 

Solo la inmensa mole arquitectónica desentonaba a oscuras ante miles de personas y puestos mercantiles que gozaban de luminosidad.

La gente no se impacientó. No le interesaban los juegos de luces y adornos luminosos que buscan sobresaltar un evento de fe que en sus inicios nació bajo la luz de luna.

Lo que molestó a los feligreses fue el muro que conformaron los puestos ambulantes a 50 metros de la Basílica.

Mientras la multitud esperaba ansiosa la salida de la imagen de la Virgen, los vendedores preparaban tragos espirituosos con elevada graduación alcoholica. 

El “Viva María de Itatí” que vociferaban los fieles mientras la organización rezaba por hallar el desperfecto técnico que devuelva la energía al escenario, se mezclaba con el concierto de licuadoras de los puestos ambulantes que si tenían luz y despachaban tragos con precios acordes al repunte del dólar.

“Ya nos quejamos el año pasado de esto. Los puestos ambulantes no deberían estar acá. No nos dejan ver. Venimos desde muy lejos a ver a la Virgen pero así se hace muy difícil. Evidentemente la plata siempre puede más”, se quejó una correntina aporteñada, radicada en Buenos Aíres.

La fiesta continuaba. Faltaban dos minutos para la medianoche cuando la luz volvió. 

El padre Julián Zini hizo su ingreso con su estruenda voz y una guitarra a lo lejos lo acompañaba con acoples de por medio.

Zini pidió que la gente flameara los pañuelos, las banderas, para recibir a la imagen de la Virgencita. 

El aullido de la gente fue ensordecedor al asomarse tras el zaguán la corona de la imagen. 

La imagen de la Virgen abandonaba su cómodo y cálido atrio para saludar a miles de peregrinos, que inmortalizaban el momentos en sus celulares. 

Durante veinte minutos fue un concierto de luces de pantallas que capturaban el breve recorrido de la imagen.

Tras las oraciones y cánticos en chamamé, la imagen volvió a lo más alto del escenario. Un cura hizo una bendición final pero fue Zini quien le bajó el telón al evento con un recitado aviva fe.

La gente, en su mayoría correntinos desarraigados, lloraban al despedir la imagen. 

La cantata concluyó 00.20, Zini invitaba a la gente a irse y se lamentaba por los desperfectos técnicos. 

Las puertas de la Basílica se cerraron. Los peregrinos se tomaron fotos y el lugar en el que antes no cabía nadie ahora estaba casi desierto.

Solo las licuadoras de los puestos ambulantes continuaban al mismo ritmo. 

Ya no había lugar para rezar y no se podría ver a la Virgen hasta la mañana. En los laterales de la Basílica, los puestos lúdicos seguían abarrotados de gente que esperaba ese número que le permita lograr “el cuaterno” para ganarse 600 pesos.

En las angostas calles se erigían miles de puestos ambulantes con mercaderías de todo tipo. Transitar era todo un reto a la paciencia, mientras los entusiastas intentaban vender boinas, bufandas, torta fritas, mates con la imagen de la Virgen y cualquier tipo de juguete que se robaba el berrinche de niños.

Si caminar por las calles era difícil, intentar abandonar el pueblo era un reto aun mayor. 

Abandonados a la suerte, sin nadie que organizara el tránsito, la caravana de autos, camionetas y colectivos se amontonaban en busca de la ruta principal.

Salir del pueblo demandaría más de una hora. A paso lento y con más de un susto en el trayecto por automovilistas cuya paciencia se habría esfumado en las calles del pueblo y ahora rebasaban autos a más de 100 kilómetros por hora.

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