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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Los pilares de la comunicación

Por Marta Chemes

Especial para El Litoral

Por José Pérez Bahamonde

Especial para El Litoral

Pepe: Tratándose de comunicación, es fácil darnos cuenta de la cantidad de veces  que  echamos mano del “pensamiento mágico/adivino”: “No necesito decirle lo que me pasa… Con sólo mirarme, ya lo va a saber, si no… peor para el/ella”. ¿Y qué pasa entonces?

Marta: Si yo no pongo palabras a mis deseos, a mis inquietudes, a lo que pasa en mi mundo, me trago yo solita mis intenciones de comunicar.

Y así seguimos creyendo en la fuerza “poderosa” del amor-pensamiento mágico (a pesar de que el balance sea bastante más abundante en frustraciones y desilusiones que en logros y alegrías).

Es tanta la “fe” que le tenemos a este amor-pensamiento mágico, que estamos más predispuestos a cuestionar la autenticidad del amor que nos profesan, que a revisar la veracidad de la fórmula aprendida y que insistimos en aplicar…

Incluso podemos terminar por resignarnos y aceptar que -tras múltiples y variados intentos- nadie nos quiere; nadie nos comprende. Y lo que es peor: “no me merezco el afecto de nadie”…

Pepe: Bueno, esa sería una posibilidad. También  nos cabe echar mano de otra más protagónica y accesible: si no existe el amor mágico, construyamos el amor real y pongámonos manos a la obra, sin esperar más tiempo, ni perdernos en nostalgias ni lamentaciones…

Marta: El modelo de amor materno-filial, fundamentado en la incondicional de la madre hacia sus hijos sin esperar correspondencia, bien que lo tenemos entrenado. Pero claro, acordemos que este modelo unidireccional para el que no cabe ni se concibe la reciprocidad (“sólo existo yo y mis necesidades y alguien que me las satisfaga”), es el primero en quedar “fuera de juego” en los primeros pasos de una relación real, sino antes.

El modelo más conocido, ese al que la literatura, las telenovelas, la música y los cuentos de príncipes y princesas le dedican especial atención, es el amor romántico: ese lugar  a donde  proyectamos el final de los sufrimientos, las insatisfacciones y el comienzo de los sueños y ansias de bienestar y que personificamos en el amado o en la amada: “Como tú tienes la llave de mi felicidad,  todo lo que me pidas te daré… Seremos el uno para el otro; somos almas gemelas; el destino nos ha unido”…

Pero los problemas aparecen cuando “mis tiempos de dar no coinciden con los tuyos de pedir” y viceversa, y los enojos y malos tratos pasan a sustituir a la “incondicionalidad condicional”.

Pepe: Sí. Detrás del amor romántico hay  necesidades e intereses esperando a ser satisfechos, y no siempre tamizados por la paciencia. Por eso, tarde o temprano aparece ese final cargado de decepciones.

El amor real, por otra parte -y como la vida misma- sabe de espacios de fusión y de individuación; sabe de negociaciones y de acuerdos y desacuerdos; sabe de avenencias y desavenencias. Claro, es fruto de haber “pinchado muchos globos” y de apostar por construir desde lo que hay; no desde lo que debería ser, sino de lo que es. Por eso, consideramos que dicho amor real, para su fluidez, se asienta sobre tres pilares:

l El pilar del saber dar

l El pilar del saber recibir

l El pilar del saber pedir

Marta: Bueno, para construir estos cimientos, estos pilares capaces de sostener el gigantesco edificio del amor, es claro que habrá que “excavar” y retirar ciertas creencias erróneas respecto a nosotros mismos y a la realidad mágica; dejar al descubierto ciertos fantasmas que una vez que les retiramos la sábana, poco quedará de ellos.

Pepe: Cierto es que para construir duele un poco descubrir en dicha introspección que padecemos de altos niveles de exigencia hacia quienes nos rodean y hacia nosotros mismos; que no resulta tan fácil pedir. De hecho, nos coloca en una postura incómoda, ya sólo por tener que hacerlo. Pero además, nos cargamos de tantos prejuicios que acabamos convirtiendo el simple pedir en un reclamo tan largo como el rosario de la aurora…

Marta: ¡Entonces podemos apelar a las buenas e invalorables “claves secretas”!

¡Comprensión versus sentencia!

¡Recurrir a la reflexión que se “humaniza” cuando intenta comprender cuáles serán las motivaciones del otro! 

¡Eso es sacarle la sábana al fantasma!

Cuando de pronto en el lugar de la habitual reflexión que nos victimiza, nos permitimos “presuponer” que a lo mejor el otro no es “ni tan malo, ni tan feo” como lo habíamos sentenciado al considerarnos “maltratados/as”.

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