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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La desaparición de una aldea esquimal

En 1930 ocurrió un increíble hecho, donde toda una aldea esquimal, ubicada a orillas del lago Anjikuni, desapareció de la noche a la mañana. Más de 1.200 personas se esfumaron sin dejar ninguna huella. La Policía Montada realizó una investigación que no arrojó resultados positivos sobre el o los motivos de este sobrecogedor caso, que hasta hoy es un misterio.
Sitio. La aldea Anjikuni, escenario del enigma que se presenta en esta edición.

Por Francisco Villagrán

villagranmail@gmail.com

Especial para El Litoral

Un pueblo entero de esquimales, más de 1.200 habitantes, desapareció misteriosamente, dejando todas las chozas (iglús), vacías, incluso los muertos desaparecieron de sus tumbas, se desvanecieron. Este misterio, hasta hoy no resuelto, comenzó en 1930 cuando el cazador Armand Laurent y sus dos hijos vieron un extraño y potente destello que cruzaba el cielo septentrional del Canadá. La luz cambiaba de forma, de cilíndrica que era al comienzo, cambió de golpe hasta convertirse en una enorme bola de fuego que iluminó todo como de día. ¿Fue un ovni el que iluminó el área con un fuerte rayo, muy potente? Según testigos, parece que sí.

Días después, otro cazador, llamado Joe Labelle, marchaba con sus raquetas de nieve rumbo al pueblo junto al lago Anjikuni, se sintió agobiado por una extraña sensación de miedo. Normalmente, aquel era un ruidoso pueblo rural de mil doscientos habitantes, y no se oía ningún ruido, ni los perros de los trineos ladraban para darle la habitual bienvenida. Las chozas estaban rodeadas por la nieve, recluidas en el silencio y no salía humo por ninguna chimenea. Al pasar por la orilla del lago Anjikuni, el cazador vio que los botes y los kayaks todavía estaban amarrados a la orilla. Sin embargo, cuando fue de puerta en puerta de las chozas, sólo encontró soledad y silencio. En las puertas estaban apoyados los apreciados rifles, ningún esquimal dejaría su apreciada arma en la casa.

Dentro de las cabañas, las ollas de caribú guisado estaban mohosas, sobre los fuegos apagados hacía ya tiempo. Sobre un camastro había un anorak remendado a medias y dos agujas de hueso junto a la prenda. No cabía duda de que algo inesperado y enigmático les ocurrió a los habitantes de la aldea. Pero Labelle no encontró cuerpos, ni vivos ni muertos, tampoco señales de violencia.

En algún momento de un día normal, cerca del almuerzo según parecía, se produjo una repentina interrupción en el trabajo diario, por lo que la vida y el tiempo paecían haberse detenido en seco. Pero, de ser así, ¿adónde fueron sus habitantes? Y de haber muerto ¿dónde estaban sus cuerpos? Joe Labelle fue a la oficina de telégrafo y transmitió su informe al cuartel general de la Real Policía Montada de Canadá. Todos los oficiales y tropa disponible comenzaron una gigantesca búsqueda en la zona de Anjikuni. Al cabo de unas pocas horas, los policías montados dieron con los perros de los trineos perdidos. Estaban atados a los árboles no muy lejos del pueblo y sus cuerpos se hallaban bajo una sólida capa de nieve. Habían muerto de hambre y de frío. Los esquimales nunca hubieran dejado morir así a sus animales, tan preciados por ellos.

Y para más, en lo que fuera el cementerio de Anjikuni, se produjo otro descubrimiento escalofriante: ahora era un lugar de grandes tumbas abiertas, de las cuales, bajo una temperatura glacial, alguien se había llevado todos los cadáveres. Pero, ¿quién y con qué fin? No se veían huellas cerca del pueblo ni tampoco marcas de huellas de posibles medios de transporte con los cuales la gente podría haber huido. Sin poder creer que mil doscientas personas pudieran desvanecerse así de la faz de la tierra, la Real Policía Montada amplió su búsqueda, pero sin éxito. Con el tiempo, la investigación cubrió todo Canadá y continuó durante varios años pero, con el tiempo, se dio por cerrado el caso, aunque cada tanto la policía intenta descubrir la causa de esta tragedia que quedó perdida en el tiempo y hasta hoy no tiene solución. Hace poco más de dos semanas trascendió una rara noticia: en un pequeño pueblo de Tailandia el mes pasado, el cementerio apareció con las tumbas vacías, como si alguien se hubiera llevado los cadáveres y ataúdes, el camposanto estaba con grandes hoyos en el suelo, donde estaban las tumbas. ¿Quién hizo eso? Un caso muy parecido al ocurrido en la aldea esquimal Anjikuni…

Estremecedor relato

Pero veamos cuál fue el relato del cazador Joe Labelle cuando entró al poblado esquimal en aquel crudo invierno de 1930. Sobre lo que encontró, dijo: “Tan pronto como entré al pequeño pueblo, me estremeció un espantoso presentimiento, nada parecía normal, sentí un frío incontrolable y no era por la temperatura bajo cero, era otro tipo de frío, tal vez el frío de la muerte. Corrí de choza en choza, de iglú en iglú, tocando puerta por puerta, buscando el menor signo de vida, pero no encontré nada. Sentí que algo no estaba bien. Al ver los alimentos a medio cocinar, deduje que algo realmente importante había interrumpido la preparación de la comida. En cada una de las chozas, recargados y muy cerca de la puerta, según era costumbre, encontré los rifles listos, de los cuales un esquimal nunca se separa, ya que no va a ninguna parte sin un arma.”

Con horror, Labelle descubrió un grupo de perros muertos, aún atados a los árboles. Pero lo que más le impresionó fue el hecho de que los cadáveres del cementerio habían sido extraídos de sus sepulturas. Entonces, me convencí de que ahí había ocurrido algo terrible. 

Esa gente nunca deja morir a sus perros, ya que son altamente apreciados para tirar de los trineos, ni permiten que las tumbas sean profanadas, por respeto a sus antepasados. Los investigadores llegaron en pocas horas a la aldea esquimal y constataron lo que Labelle les había informado. Los policías estaban confundidos, investigaron a fondo este extraño caso. ¿Qué sucedió en la aldea realmente? Hoy, a casi 90 años del hecho, el misterio de la aldea esquimal Anjikuni, aún permanece sin resolver. No encontraron huellas de arrastre de trineos ni de personas, lo cual sería lógico si la tribu hubiera evacuado el lugar. El testimonio de otro cazador, Armand Laurent,  y sus  hijos, días antes, fue determinante para intentar una hipótesis más o menos aceptable de lo que pasó, aunque parezca  increíble.

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