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Mundos paralelos: política y economía

En un año electoral todo tiende a confundirse. Algunos prefieren hacerse los distraídos, mientras otros lo aprovechan al máximo. Los actores principales y los espectadores saben que inexorablemente ambos caminos colisionarán. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

En una campaña proselitista tradicional casi todo vale. Cada uno termina usando los mejores argumentos que tiene a mano y los hace rendir al máximo según les dicten sus circunstanciales conveniencias sectoriales.

Cuando la economía tambalea durante tantos meses y las consecuencias de las políticas públicas vigentes no son las deseadas, es esperable que la oposición utilice esa ventaja disponible como su principal herramienta.

En estos casos, el que gobierna pretende minimizar las cuestiones centrales e intenta llevar el debate hacia tópicos menos tangibles, más conceptuales y, por lo tanto, mucho más difíciles de percibir para los que sienten la crisis.

Esta descripción, tan típica, se adapta casi a cualquier historia de la política contemporánea. Después de todo, esta no deja de ser una de esas reglas inmutables que se repiten hasta el cansancio en todos los escenarios.

Lo distinto, lo novedoso, es que este tembladeral económico que oscila entre momentos de angustia y otros de mayor estabilidad temporal, pende de un hilo y su debilidad es manifiesta, ya que todos lo viven en el día a día.

Mientras desde el gobierno rezan para que nada altere este delicado equilibrio artificial, los adversarios esperan que cualquier disparador irrelevante modifique las expectativas de corto plazo y juegue a su favor.

Todos saben que se puede montar con facilidad una parodia absolutamente creíble, una ficción que simule sustentabilidad, al menos por algún tiempo considerable, el suficiente como para amortiguar el impacto negativo real.

Esta vez, lo abrumadoramente peligroso para todos los ciudadanos es que esta perversa dinámica puede terminar con un desenlace espantoso precipitándose rápidamente a causa de un eventual resultado anticipado.

La brecha temporal existente entre las clásicas primarias y la elección general, verdaderamente válida, se ha convertido, ya no en una mera parte de un sistema electoral con etapas sucesivas, sino en una virtual amenaza.

Hasta hace algunos pocos meses este estratégico escalón era solo visualizado como un instrumento para conocer, con antelación y algo de precisión, las preferencias de la sociedad. Una foto parcial de lo que viene.

Los especialistas especulaban acerca de la utilidad de esta información. Se han dedicado miles de centímetros en los periódicos, minutos en radio y televisión hurgando en hipótesis retorcidas que adivinen el futuro.

Unos afirman que será clave y la describen como una gran encuesta bastante refinada, mientras otros no le dan tanta entidad recordando los enormes desvíos del pasado que podrían tomarse como referencia.

Lo cierto es que, en política, los hechos no siempre se repiten de igual modo, cíclicamente, como si se tratara de un guion con final predecible. Esta vez parece que la elección tiene incontables particularidades propias.

No solo sucede que todo está cambiando, sino que el modo de encarar la comunicación política, el contexto de los medios tradicionales y la llegada de las redes sociales alteran en buena medida este apasionante mundo.

Los protagonistas son otros, la coyuntura opera de forma inimaginable, las ciencias han incorporado nuevos instrumentos de análisis social y entonces cada experimento electoral debe estudiarse con suficiente profundidad.

Si en el turno comicial del mes de agosto la lectura que hace la sociedad de la suma de votos obtenidos es que existen chances reales de que la oposición obtenga luego en octubre un triunfo, la economía se ocupará de evidenciarlo con contundencia y en forma inequívoca al día siguiente.

Por el contrario, si la percepción cívica es que el oficialismo tiene elevadas posibilidades de lograr una victoria en primera o segunda vuelta, los mercados también responderán expresándose en forma instantánea.

Ambas alternativas tienen una significativa probabilidad de ocurrencia. Pero lo indiscutible es que las cifras de esta insólita y precoz instancia en las urnas determinarán el transcurso de ese eterno recorrido hasta octubre.

El dilema central radica, justamente, en la gigantesca subjetividad de las observaciones y las infinitas zonas grises que quedan en el medio al arbitrio de cualquier manipulación si los números no logran ser tan concluyentes.

Nada de esto tiene que ver con lo que luego de las elecciones haya que hacer con la economía. En eso hay bastante unanimidad de criterio. Cualquiera fuera el desenlace, habrá que ocuparse de corregir rumbos.

La política mediocre de esta era propone una especie de falsa tregua, que le pone una pretendida pausa a la realidad, como si eso fuera factible. En ese mientras tanto todo puede suceder y lastimar a la sociedad en su conjunto.

Los grandes asuntos siguen pendientes, los problemas de fondo están postergados hasta nuevo aviso. Los políticos han decidido usar a la sociedad como parte de un gran juego en el que los únicos que se divierten son ellos.

Va siendo tiempo de aprender algo de lo que está ocurriendo. La responsabilidad de llegar a esta situación tan incómoda y poco estimulante también es de esa gente que dice que la política no es importante.

Sostener que la política es detestable y que no merece dedicación ni atención está conectado con lo que se vive y tiene que ver con lo que se ha decidido en el pasado por acción u omisión. Seria saludable para todos, alguna vez, hacerse cargo de esta deliberada determinación ciudadana.

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