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El bolsillo arrasó con la falsa antinomia de autoritarismo versus democracia

En el caso de que Fernández asuma como nuevo presidente, sus márgenes de acción estarán acotados por la situación fiscal y el acuerdo con el FMI.

Por Marcelo Zlotogwiazda

Publicado en Infobae.com

 

Durante toda la campaña, analistas, periodistas y una porción considerable de la población se preguntaban cómo podía ser que un gobierno que ha fracasado estrepitosamente estuviera en una posición electoral competitiva, según indicaban casi todas las encuestas. Los impactantes e inesperados resultados del domingo dieron respuesta contundente: no era cierto que el macrismo tuviera chances de ganar, y si se especuló con esa posibilidad fue pura y exclusivamente porque las encuestas, una vez más, fallaron muy groseramente en no captar lo que pasaba en la sociedad.

Los ya no más invencibles estrategas de campaña del oficialismo intentaron presentar la elección como una disputa entre un futuro con una economía moderna e integrada al mundo sobre las bases de políticas amigables con el mercado y en condiciones de liberar las fuerzas productivas del capitalismo, y un pasado basado en un modelo con sesgos autoritarios y que no había resuelto problemas centrales y endémicos.

Un muy influyente editorialista llegó al exabrupto de decir que en esta elección se jugaba si el futuro del país iba a ser o no una democracia. Ni las encuestas captaron el pulso de la población, ni el gobierno se quitó su dogmática venda ideológica para darse cuenta de lo que estaba pasando.

Insistió con no volver a un pasado, sin advertir que para la mayoría de la población su pasado material durante el kirchnerismo había sido mejor que los últimos tres años y medio largos, en los que se derrumbó el poder adquisitivo, aumentó el desempleo, subió la pobreza, cerraron miles de empresas, empeoró la distribución del ingreso, etc., etc.

El rechazo de una parte de la población a Cristina Fernández de Kirchner y el flojo balance de su segunda gestión fueron eclipsados por las drásticas consecuencias de una pésima gestión económica. Que ni siquiera dejó sentadas las bases para un mejor funcionamiento futuro de un capitalismo moderno e inclusivo. Por el contrario, dejó al país sometido a una herencia muy pesada, determinada fundamentalmente por los condicionamientos del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y un nivel de endeudamiento inaudito.

El voto del bolsillo arrasó con las falsas antinomias de que lo que se jugaba era democracia vs. autoritarismo, pasado vs. futuro, capitalismo inclusivo vs. intervencionismo estatal anacrónico e integración al mundo vs. vivir con lo nuestro. Terminó quedando nítidamente en claro que lo que primaba en la gente era la malaria económica.

Era la economía, estúpido, diría otra vez el asesor de Bill Clinton, como en aquella campaña de 1992 contra George W. Bush. A partir de hoy da comienzo a una etapa que puede llegar a ser dramática y muy compleja.

De ahora a la entrega determinada del poder el 10 de diciembre restan nada menos que cuatro meses, que transcurrirán con un presidente que además de admitir que “tuvimos una mala elección”, se mostró definitivamente derrotado y sin el temple como para intentar revertir el resultado en la primera vuelta.

No es para menos: los 15 puntos de desventaja resultan indescontables, y todo indica que ni con un milagro alcanzaría. Con un semblante de indisimulable depresión y con la voz quebrada, Macri no estuvo a la altura de lo que correspondía, felicitando a su adversario ganador.

Y en una actitud propia de un hincha de fútbol que del presidente de todo un país mandó a la gente a dormir, cuando por lo menos la mitad tenía ganas de festejar hasta bien entrada la noche. El que se quejó de que su antecesora no le entregó el bastón de mando, hizo un capricho muy parecido.

El dramatismo de la jornada de ayer tuvo un primer indicio en la cotización del dólar. Apenas conocidos los resultados del domingo a la noche, la divisa subió dos pesos en las agencias de bolsa que para sus clientes trabajan 24 horas por día los siete días de la semana. Y en algunos homebanking sofisticados la cotización se arrimaba a los $50. Las acciones amagan con derrumbarse más abajo de lo que cotizaban cuando el viernes pasado las inflaron artificialmente.

A eso se suma que ayer el Ministerio de Hacienda tenía que renovar vencimiento de Letes en dólares por USD 750 millones, lo que abrió serios interrogantes acerca de si podría conseguir el dinero, y en tal caso a qué tasa de interés.

Con excesiva antelación, Macri se convirtió el domingo en un pato rengo, por los resultados y por su actitud de definitivamente derrotado. Aunque suene temerario, y con todas las enormes diferencias, la Argentina corre el riesgo de revivir una situación política similar a la de 1989, cuando acorralado por una crisis terminal Raúl Alfonsín tuvo que ceder la presidencia anticipadamente a Carlos Menem.

Que ello no suceda depende en primer lugar del propio Macri. Los que alcanzaron a especular junto con él con qué podría pasar ante un escenario electoral irreversible, dicen que su prioridad absoluta pasó a ser evitar terminar como Alfonsín y Fernando de la Rúa, y pasar a la historia como el primer presidente no peronista en finalizar un mandato constitucional.

Hoy en día, su máxima ambición no pasa de eso. A años luz de cuando soñaba con convertirse en el primer presidente de derecha que elegido democráticamente es capaz de imponer con consenso un modelo de economía liberal, donde sobrevivan los competitivos sin importar el resto.

Por supuesto que lo que suceda en los próximos cuatro meses también va a depender de Alberto Fernández, quien desde la noche del domingo tiene la responsabilidad de ejercer como presidente electo. La parquedad de su discurso pos electoral deja entrever que tras el shock de su triunfo todavía no tiene en claro de qué manera va a enfrentar ese desafío.

No fueron pocos los que el domingo barajaron y promovieron un diálogo de convivencia entre el que se va y el que viene. Difícil imaginarlo en la Argentina de la grieta, aunque el imperio de la realidad puede obligarlos a lo impensado.

El presidente electo hereda una situación complicadísima. Por un lado ha despertado en su campaña expectativas de inmediata mejora, con algunas medidas puntuales y con la promesa de una mejora general en las oportunidades y en el bienestar.

Pero sabe perfectamente que los márgenes de acción están acotados. La situación fiscal no es holgada y encima está condicionada por el acuerdo con el FMI. La reacción de los mercados puede llegar a desequilibrar aún más el endeble cerrojo que el Banco Central armó con sus exorbitantes tasas y las intervenciones con venta de dólar futuro y reservas.

Operadores afines al oficialismo especulaban ayer con una brusca caída en el precio de los bonos y el consecuente aumento del riesgo país. El correr de las horas mostrará hasta qué punto pega el cimbronazo del domingo.

Hablando de corrida, el presidente de uno de los más importantes bancos extranjeros y muy afín al macrismo, es de la idea de que si eventualmente se desata una corrida, “la tenés que dejar correr hasta ver a dónde llega”.

En tal caso, ¿hará eso Guido Sandleris o saldrá a enfrentar el ataque con la munición que le queda? ¿Nicolás Dujovne seguirá hablando de segundos semestres, brotes verdes y horizontes fantasiosos, o tendrá que dejar el cargo a un reemplazo que se ocupe de la transición?

Un último párrafo para Donald Trump y Christine Lagarde, artífices del mayor apoyo que la potencia mundial le otorgó a un candidato argentino desde la época de Spruille Braden. El apoyo no sirvió de nada, si es que no fue directamente contraproducente. Pero esa inutilidad dejó al país con una deuda impagable que el presidente electo tendrá que negociar, tratando de compatibilizar sus promesas de campaña con las consabidas exigencias que planteará el FMI.

Macri podría brindar algún último servicio antes de su pase a retiro, haciéndose cargo de por lo menos esa herencia renegociando el acuerdo pero teniendo en cuenta que no debe ceder en las reformas que su sucesor no entregaría.

Si no lo hace Macri, lo tendrá que hacer Alberto Fernández. No es la manera más cómoda de empezar a gobernar. Pero es un desafío para medir si está a la altura de las circunstancias, en un país que ha cambiado 180 grados.

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