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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Corrientes, una modernidad inconclusa

Carlos Manuel Gómez Sierra es arquitecto y máster en Historia, Arte, Ciudad y Arquitectura en la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona, es profesor de Historia y Crítica y de Teoría e Historia de la Unne. En esta entrevista adelanta algunas ideas que desarrollará en el coloquio “Corrientes, una vasta orilla” que se realizará en la Feria del Libro de Caá Catí junto con Cleopatra Barrios y Cristina Iglesia el 7 de septiembre próximo.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Carlos Gómez Sierra estudia, plantea un tema, fija una posición. Propone ideas y no elude la polémica. El resultado de sus investigaciones  lo expresa con claridad y profundidad porque logra articular datos históricos, geográficos y culturales en una visión de esta parte de la Argentina.

Territorio y modernidad son los ejes de la entrevista. La modernidad inconclusa es un concepto central que aún debemos discutir porque no basta declarar ser moderno para serlo, como no basta pasar de un siglo a otro para entrar a la modernidad. El pase de 1899 a 1900 o de 1999 a 2000 es sólo una cuestión de cronologías de un orden histórico, aunque no siempre de prácticas modernas. La modernidad, entonces, no sólo se juega en el campo del lenguaje o de las cronologías, sino sobre todo en el de las ideas y las prácticas.

Le propuse que para comenzar y cerrar nuestra conversación escucháramos dos canciones que acompañen la charla, propuso un tema de la década del 80 del grupo inglés Simple Minds que se llama “This is your land” (Esta es tu tierra).  Son interesantes, sobre todo, algunos versos de la letra que dicen: “esta es tu tierra, es la forma en que fue planeada”. Y en otro lugar, “donde quiera que vayas, aquí abajo lo sé, esta es tu tierra”.

—Francisco Madariaga hablaba de nuestros lugares como región joyante y natural, pero no hablaba de país, ni provincia.

—Obviamente que el gran Francisco Madariaga apela a licencias poéticas, ahora si lo vemos desde mi punto de vista, desde una formación académico-intelectual, el concepto de región que usa Madariaga es diferente al que a mí me interesa tratar, que es el concepto de territorio.

—¿Por qué? 

—Porque “región” es un significado abstracto. Por ejemplo, la región Norte, sabemos que está al norte, pero no habla implícitamente de las particularidades del Norte. Decimos región Noreste de la Argentina, bueno, sabemos que está en el noreste geográfico del país, pero no explica sus características intrínsecas, que las constituyen en su singularidad. Mientras que hablar de “territorio” es esa misma ubicación geográfica, pero que empieza a ser comprendida por estar atravesada por sus circunstancias geográficas, climáticas, culturales, económicas, productivas, sociales, etc, es ese sentido el que me interesa para construir un sentido. Partir del concepto de región, para llegar a la idea de territorio.

—¿Es decir que nuestros límites políticos no nos sirven para explicarlo?

—Sirven como una dimensión más de la realidad, pero también están todas las otras dimensiones que explican un territorio. Corrientes tiene setenta y cinco municipios y está determinada por un número de departamentos, pero ese es un concepto superado ya que sólo entendía los límites jurisdiccionales municipales y departamentales como organizadoras del territorio. A partir del Pacto Estratégico Productivo del año 2014, PEP 2021, la provincia de Corrientes cambió positivamente el sentido para verse y entenderse a sí misma, un proceso que fue muy superador y que sigue en marcha.

—¿Para qué sirve?

—Para entender que nuestra provincia como territorio, no sólo como región, tiene no tal número departamentos, sino seis regiones conformadoras del territorio. Entender la provincia en seis regiones -Capital, Tierra Colorada, Centro Sur, Río Santa Lucía, Humedal y Noroeste- que responde con sus características culturales, productivas, etc. Tiene que ver con lo terrenal, concreto y propio de cada una de ellas.

Por ejemplo, hay que entender que nuestra provincia, en períodos de seca, el 40% es agua y en períodos de lluvias o de El Niño, el 60% de su superficie es agua.

Visto de esa manera, y si nos pensamos como territorio, nuestra provincia se trasforma en una especie de archipiélago; o sea, no una unidad compacta sino en islas de tierra separadas y a la vez unidas por el agua, que todo lo invaden. Y esa característica, que es muy fuerte, colabora en la construcción de las identidades y potencialidades de todo el territorio.

—¿Cómo se entienden las cuestiones de límites en este pensamiento?

—Es una de las cuestiones que abordo en un pequeño texto y que vamos a conversarlas en la Feria del Libro de Caá Catí. Ahí planteo que muchas veces se dice que Corrientes es una provincia postergada; ello en parte es cierto, pero hay que partir de la base de que existen razones de fondo que lo explican, que no hacen a la responsabilidad concreta de uno o dos gobiernos sino que hunden sus raíces en cuestiones históricas y geográficas. En lo geográfico debemos entender que esta parte del país es una región geológicamente separada del resto por ríos, algunos de los cuales son los más grandes del mundo.

—Es una Mesopotamia.

—Exactamente, con ríos extraordinariamente grandes y poderosos. Ello derivó en que durante mucho tiempo esta parte del país se vio aislada del resto. Y ahí ya hay algo: el río separa y a la vez invita a unirse. Por otro lado, hay razones de raíz histórica. Ese aislamiento geográfico colabora a generar una determinada matriz cultural y, por otro lado, también hay cuestiones no siempre observadas en los análisis territoriales y que son geopolíticas.

Recordemos la guerra del Paraguay -yo no soy experto en el tema- que potenció una frontera móvil y en desplazamiento. Durante esa guerra hemos sido invadidos y también avanzamos en su territorio.

Todo eso llevó a que cuando finaliza la Guerra de la Triple Alianza, esta región del país, sobre todo Corrientes, viera convertido su territorio en un agenciamiento conflictivo. La provincia de Corrientes presenta tres fronteras internacionales -Paraguay, Brasil y Uruguay- y eso llevó a sostener una potencial hipótesis de conflicto bélico sostenido durante casi cien años, sobre todo con el Brasil. Y obviamente se sabe que un territorio en hipótesis de conflicto no recibe por lo general inversiones. No se potencian políticas de asentamiento de industrias, no se piensa en grandes infraestructuras, etc. Todo eso ocurrió y llevó a esta situación de entender a Corrientes como una frontera, primero en lo político, pero una frontera también metafórica respecto a un proyecto moderno de país. Un país que se funda en la modernidad de fines del siglo XIX, con la generación del 80, y propone un modelo que se concreta en cierta medida en torno al puerto de Buenos Aires y a sus redes productivas del interior, pero que más allá se fue diluyendo. No hay una integración de país.

—Esto genera una matriz cultural, que tiene ciertas inercias de comportamiento.

—Sin dudas, pero yo creo que actualmente están tratando de ser superadas. En los últimos años se observan políticas públicas, como el PEP 2021, tratando de vencer la inercia del aislamiento, no sólo por la toma de una autoconciencia de esta situación, producto de un interés concreto de insertarse en una matriz más amplia de país o de nación sino también por los efectos directos o indirectos de la globalización sobre nuestra realidad, que invita a procesos de integración más amplios.

Este nuevo paradigma está operando para que Corrientes trate de dejar de ser esa lejana frontera u orilla del inconcluso proyecto moderno para poder comenzar a plantearse el ser parte plena e integrada.

—¿Cómo?

—A partir de las condiciones presentes en un mundo global, donde hay regiones y territorios conectados e interconectados, donde hay unos más desarrollados que otros, pero donde todos juegan un rol activo y pueden reclamar su participación. En ese sentido, yo creo que actualmente se impone ese trabajo de replantearnos a nosotros mismos qué rol jugamos en este contexto.  

Creo que hablar de orilla y frontera se confunden acá, que esos conceptos van juntos en nuestro caso.

—Hay dos grandes temas, uno es el territorio y otro, la modernidad. ¿Qué ha pasado con esta región que no ha podido ingresar en esa modernidad?

—Primero, no somos una región única que adolece de esas cuestiones, se ve en el plano mundial y nacional. Viene a mi memoria un libro muy interesante de Marshall Berman: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, en él establece que hablar de modernidad es entender la existencia de modernidades de distintas índoles y con diferentes grados de desarrollo. En el libro plantea que no es lo mismo la modernidad de una ciudad como Nueva York comparada con, por ejemplo, San Petersburgo en Rusia. Ambas tienen diferentes grados de desarrollo y de matriz cultural, pero cada una es moderna a su manera.

Es una construcción teórica muy útil ya que nos permite pensar una modernidad “desde acá”, bajo nuestras propias consignas y posibilidades. Por eso, sabiendo leer nuestras ciudades encontraremos ahí la principal fuente de datos para darnos cuenta de cómo establecemos los equilibrios entre modernidad, modernismo y modernización.

—¿Y qué ciudades hemos generado?

—Siempre parto de la base de que se genera la ciudad que se ha podido generar. Parece una redundancia, pero es el modo de entender que la ciudad es básicamente un territorio en disputa permanente y que de ella surge el resultado. Cuando digo disputa, no hablo de guerras, que son casos extremos. Me refiero a disputa de intereses, es algo lógico que está presente desde el origen de las ciudades y, en ese sentido, se entreteje con la matriz social, con la matriz cultural, con la matriz económica, con la matriz productiva que, sumado a las condiciones geográficas e históricas ya explicadas, surge lo que somos y lo que expresamos.

Siempre se dice que cuando uno viaja, no como turista, sino cuando uno viaja en plan de conocimiento, la mejor manera de entender una sociedad es mirando sus ciudades. La mejor evaluación que uno hace de una ciudad es ver el estado de su espacio público…

—¿Nuestra ciudad de Corrientes qué orillas tiene entonces?

—Creo que la respuesta forma parte de eso que hablamos al principio, de ese proyecto moderno inconcluso que se está intentando superar. Si vamos al centenario de nuestra independencia, 1910, encontramos que en ese momento hay toda una serie de disputas teóricas tanto a nivel nacional como continental sobre repensar nuestra identidad más allá de los logros de la generación del 80, marcada por una fuerte impronta europeista y básicamente francesa en lo cultural. Y algunos intelectuales como Ricardo Rojas y José Carlos Mariátegui comienzan a señalar una posibilidad americanista, o sea, mirarnos en nuestro pasado colonial mirando y rescatando los logros de la época virreinal mirando hacia la España andaluza y el Virreinato del Alto Perú. O sea, mirar hacia el Noroeste del país, no hacia el Noreste…

Al tiempo ocurre un gran fenómeno tecnológico que es la aparición del automóvil. 

—¿Y esto qué tiene que ver? 

—Mucho. Hacia la década del 30 empieza a crecer fuertemente la presencia del automóvil en la Argentina. Aparece el Automóvil Club Argentino como una de las instituciones más poderosas del país que, juntamente con las políticas del Estado nacional, comienzan a promover la aparición de las primeras rutas asfaltadas. Ninguna de ellas apuntó a esta región, sino que la gran mayoría fueron hacia el Norte: Salta, Jujuy ¿Por qué? Porque era el vínculo entre el naciente turismo nacional con la idea americanista de la cultura del antiguo virreinato, nuestro origen colonial. Es un dato que puede pasar desapercibido, pero que contribuyó a que mucha energía, mucho flujo económico, vaya en esa dirección Noroeste y nuestra región seguía siendo una orilla y una frontera.

—¿Y los puentes?

—Son muy posteriores, justamente, por las hipótesis de conflicto. Fijate que una de las primeras obras de infraestructura que conecta la Mesopotamia con el país no fue un puente, sino el túnel subfluvial Hernandarias que une Santa Fe con Paraná y es recién en la década del 60. Y por qué un túnel y no un puente? Entre otras virtudes porque posibilita un mejor desplazamiento de material militar pesado que un puente. Hipótesis de conflicto…

—Y Zárate-Brazo Largo también.

—Fue posterior, ya en la década del 70, y fue una de las grandes obras de infraestructura que posibilitó una mejor unión de la Mesopotamia con el resto del país. Anteriormente hubo otro, que fue el puente entre Paso de los Libres y Uruguayana inaugurado en 1947.

Entonces, ese aislamiento físico sostenido durante casi un siglo es lo que llevó a que Corrientes pueda ser comprendida y entendida como una especie de frontera, de una orilla de un proyecto de país.

—Vemos 1853, la década del 80, 1910… ¿Cuál es el otro momento?

—Es la década del 70 con la aparición de los puentes Zárate-Brazo Largo y el nuestro, el General Belgrano, es cuando empieza a verificarse ese giro, el de tratar de integrarnos ya no como región sino como territorio productivo con el resto del país. Por eso, particularmente, yo en lo profesional comparto plenamente una visión que en este momento tiene la Provincia de Corrientes respecto a potenciar sobre todo la construcción de puentes y puertos. Es cierto que mucha gente dice “¿y el ferrocarril?”,  bueno, yo creo que hay mucho de nostálgico con el ferrocarril, más allá de su importancia. Pero es un tema que requiere otro grado de discusión.

—¿Cuál sería una primera conclusión entonces?

—Corrientes está en un proceso de cambio. En estas aperturas que estamos hablando, está aquello que escribí de “sumarse al sueño del proyecto de la modernidad, mientras se lucha denodadamente por no entregar a cambio aquello que cree que la constituyen su singularidad”. 

Para ingresar a la modernidad es preciso aceptar la necesidad de un intercambio; o sea, ceder algo para ganar algo más. Por eso se suele escuchar decir “vamos a defender lo nuestro”. Yo siempre entonces pregunto, defender de quién ¿quién nos ataca? Creo que es un estadio que hay que superarlo… 

—¿Y cómo juega en esto la identidad tan potente en nuestra zona?

—Creo que toda identidad viva se renueva, toda tradición para que sea tal, necesita una renovación. Pretender identidades puras, tradiciones encerradas en sí mismas es la muerte inevitable de esa tradición que se dice defender; y esto es verificable en cualquier cultura del mundo y en cualquier momento de la historia. La identidad que pervive es la que se renueva, la tradición que pervive es la que se renueva continuamente.

—Esa es una lectura moderna.

—Sin ningún lugar a dudas. Es pensar un poco en el concepto del Fausto que, si bien es un texto un tanto antiguo,  habla sobre la modernidad y de que para crear, a veces, es preciso ceder algo a cambio. Tampoco creo que sea tan blanco o negro en un mundo como el actual…

Hoy el mundo ofrece amplias posibilidades, no todo es tan lineal. Hay un enorme e interesante desafío delante nuestro como territorio. Esto es algo que lo hablamos mucho con intendentes de la provincia, con quienes estamos haciendo trabajos de planificación urbana, o con mis alumnos en la universidad; y es preguntarnos “qué queremos ser”. No sólo plantearnos qué somos y qué fuimos, sino qué queremos ser, bajo una visión real que incluya el pasado y que el futuro no sea una entelequia, sino que sea una construcción que empieza en el presente. 

Ciudades de río

Para cerrar la charla escuchamos un tema del año 2015, del guitarrista y compositor, Mark Knopfler, seguramente lo recordarán como líder de Dire Straits. En 2015 grabó un tema que se llama “Ciudades de río”. Dice “los siento pueblos fluviales, pueblos del río. Los siento pueblos del río, pueblos ribereños, pueblos del río. Los siento a los pueblos del río, a mis pueblos ribereños”.

 

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