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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La desigualdad como explicación simplista

La distribución no igualitaria del ingreso origina sentimientos negativos dentro de las sociedades humanas. Aquellos que no alcanzan la escala superior desearían estar allí y su valoración de quienes los superan es usualmente negativa o despreciativa. Se les adjudican prácticas de aprovechamiento, si no a ellos, a sus progenitores o antepasados. 

El mérito personal en la creación de riqueza tiende a ser desconocido o es superado por la sospecha de comportamientos egoístas y de aprovechamiento del trabajo de empleados y obreros. Este tipo de sentimientos es más marcado en las sociedades latinas que en las sajonas.

El empeño en ascender en la escala social y económica ha crecido en los últimos años con el impulso de las tecnologías de la comunicación. Prácticamente todos los ciudadanos hoy disponen de televisor y de teléfono celular. Ambos les muestran el mundo en su totalidad y siempre lo externo se ve mejor que lo propio. El descontento social emerge así en sociedades con altos niveles de ingreso y que, además, han tenido mejoras en su distribución. 

Es el caso de los “chalecos amarillos” en Francia o el de los indignados en España y muchos otros. En nuestra región, hemos tenido el caso notorio de Chile, con un altísimo grado de protesta y violencia, difícil de explicar a la vista de su exitoso desarrollo. No puede desconocerse en este y en los casos anteriores el impulso de segmentos organizados de extrema izquierda, locales o extranjeros, pero que no hubieran alcanzado el impacto que tuvieron si una parte significativa de la sociedad no se hubiera plegado.

Estas reacciones han sido acompañadas de manifiestos anticapitalistas. Quienes participaron y gran parte de los analistas que debieron interpretarlas expusieron como primera causa la desigualdad, contradiciendo la realidad de los índices. La explicación de los disturbios sociales se ha orientado a la desigualdad y afirmado que esta es consecuencia del modelo capitalista o de economía de mercado. El consecuente reclamo explícito o implícito es virar hacia el socialismo.

La evidencia histórica muestra el error de esa interpretación. El capitalismo ha sido el camino del progreso de las naciones, mientras que el socialismo, el de su retraso. Compárense las dos Alemanias antes de 1989, o las dos Chinas antes de los ochenta, o las dos Coreas actualmente. Además, el progreso en las economías de mercado ha evolucionado con pocas excepciones junto a una mejor distribución del ingreso. 

El índice de Gini, que mide la mayor o menor equidad en la distribución del ingreso, expone valores menores (distribución más equitativa) en los países más desarrollados. El efecto derrame, tan vituperado por el progresismo, es una realidad positiva en el crecimiento de las naciones. Las claves del desarrollo son la inversión y la tecnología, que no solo producen rentas, sino también empleo y aumento real de los salarios.

El índice de Gini de Chile disminuyó notablemente en los últimos 15 años, al mostrar una sensible mejora en la distribución del ingreso. También ese país expone investigaciones que muestran un aumento de la movilidad social. La pobreza disminuyó del 30% al 9% en pocos años. Está claro que el modelo chileno de apertura económica, desregulación y mercado no solo hizo progresar su economía, sino también logró mejorar los índices sociales. No obstante, se produjo la violenta convulsión social de protesta. Es evidente que hay que profundizar en el análisis sociológico y en la psicología de masas para afinar el diagnóstico y no caer en interpretaciones simplistas o ideologizadas. 

Este reclamo debe alcanzar a líderes de opinión que se han expresado de esa manera, aun con total buena fe, entre ellos, el Papa Francisco. Esta referencia cobra actualidad ante la próxima visita al Vaticano del presidente Alberto Fernández y el ofrecimiento papal de convocar allí al Fondo Monetario Internacional y a los negociadores argentinos de la deuda. 

El avance hacia una mayor racionalidad que ha demostrado este nuevo gobierno al considerar necesario el cumplimiento de los compromisos de la deuda debe extenderse a la concepción general de una economía eficiente, apoyada en el logro de confianza basada en equilibrios macroeconómicos, en un contexto de respeto por las instituciones, libertad y competencia.

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