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El inquietante camino hacia un año híbrido

El 2021 es el objeto central de las especulaciones más disparatadas. Nadie puede vaticinar con exactitud qué ocurrirá en ese paradigmático período, pero es interesante comenzar a imaginar escenarios y luego prepararse para ellos.

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

Es bastante difícil proyectar en el tiempo. Lo es casi siempre, pero tal vez en esta intrincada circunstancia esa tarea sea aun mucho más sofisticada, aunque eso no debe ser un obstáculo relevante para, al menos, intentarlo.

A pesar de esa inocultable complejidad los seres humanos precisan trazar un norte genérico, un rumbo siquiera difuso para desde allí diagramar los próximos pasos y disponerse activamente para darlos luego sin titubear.

En ese contexto tan caótico, diversos analistas proponen pronósticos respecto a cómo las sociedades irán transitando este devenir y buscando esa suerte de moderno equilibrio desde el cual llevar adelante sus vidas dentro de las comunidades en las que residen.

Conjugar las preocupaciones vinculadas a lo sanitario, con el particular universo de los afectos y la imprescindible dinámica económica que aporta viabilidad a cualquier despliegue constituye el gran reto de este siglo.

No se trata solamente de encontrar esa “aleación” ideal desde lo meramente individual, sino también de convertirla en una realidad fácticamente operativa que se plasme con contundencia en la heterogénea cotidianidad colectiva.

El año que muy pronto llegará será, seguramente, bastante distinto a la exótica temporada por la que hoy se transcurre sin brújula alguna, pero tampoco se parecerá a nada conocido antes de la pandemia. Es que esa era que tantos añoran reeditarla como si esto hubiera sido sólo un amargo episodio de la historia no regresará jamás.

Lo que viene es lo híbrido. Es una mezcla de todo lo ya vivido. En ese flamante y caprichoso espacio temporal convivirán esas mágicas ganas de salir de este interminable enredo con los inagotables temores subyacentes tan propios de esta despiadada inercia en la que el planeta quedó atrapado.

El mundo no volverá a ser igual. Lo sucedido ya ha dejado secuelas indelebles y no sólo las relacionadas a los cuadros de salud de aquellos que padecieron esta inusual enfermedad, sino a esa inminente posibilidad de que otro fenómeno asimilable o mucho peor aún recale por estas latitudes.

Cierta evidencia científica combinada con la imperiosa necesidad de retomar las rutinas empuja desesperadamente a las naciones a implementar mecánicas afines a aquella normalidad que tantos extrañan con nostalgia.

En ese esquema, múltiples acciones se reformulan diseñando retorcidos protocolos específicos que aseguren su inocuidad. No se logra esta meta gracias al imperio de la ley. El sendero por el que se inicia esa indagación está plagado de una incertidumbre infinita que espera respuestas concretas.

Mientras tanto, los gobiernos intentan mostrarse como los indiscutibles protectores de la gente y garantes de la salud de todos, a sabiendas de su elocuente impericia a la hora de administrar decisiones inteligentes.

El Estado ha fracasado estrepitosamente en ese pretendido rol. Ya quedó claro que no existen casos de éxito. Países con cuarentenas prolongadas no consiguieron detener lo inevitable. Tampoco triunfaron los modelos más relajados. La contagiosidad y la letalidad del coronavirus hicieron siempre lo suyo sin encontrar barreras significativas en su derrotero.

En todos los casos las estrategias, pese a sus diferencias y matices no evitaron que los resultados terminaran siendo tan parecidos sin que exista, a la fecha, una explicación suficientemente razonable que lo avale.

El 2021 no traerá consigo la absoluta normalidad del 2019. Tampoco será una copia de este insólito 2020. Definitivamente, lo que se empezará a configurar durante los primeros meses será un evolutivo itinerario hacia esa ansiada armonía que dibujará el mañana.

La política tradicional ya no se instrumentará del mismo modo, pero tampoco la actividad cultural, ni la deportiva, ni ninguna otra que congregue a grandes grupos de personas que deban encontrarse en un mismo ámbito.

Muchos afirman que la virtualidad vino para quedarse y en alguna medida eso es completamente cierto. De lo que no se tiene certeza es de que la magnitud de la comunicación digital pueda mantenerse en tan elevados estándares más propios del encierro transitorio que de la realidad.

Hay que prepararse psicológicamente para este trance tan singular. La etapa que se inicia requiere de una habilidad superlativa. Encontrar el punto intermedio entre todas las variantes disponibles será un arte.

Sin caer en la trampa de borrar el presente y encaminarse emotivamente hacia ese pasado ya superado, habrá que construir puentes para alcanzar un inédito estadio, incómodo quizás, pero necesario como transición hacia ese porvenir bien diferente que se irá edificando semana a semana.

Cada individuo recorrerá este trayecto a su manera. Los ineludibles duelos personales y las vivencias intransferibles se harán sentir marcando un sesgo de mayor permisividad o de un autocontrol más consistente con el miedo.

Mientras las controversiales vacunas llegan a su destino, las sociedades están convocadas a generar amplios y generosos espacios de debate para lograr ese desafiante cometido. Estos cambios no vendrán de la mano de la legislación como muchos suponen, sino de la interacción desordenada de una sociedad en permanente búsqueda de ese anhelado nuevo orden.

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