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La inflación y la pobreza, al final de cuentas, resultan de la cleptocracia

Por Manuel Alvarado Ledesma

Publicado en perfil.com

Economista. Director de Consultoría Agroeconómica (CAE).

Nuestro país se ha convertido en una fábrica de pobreza. Sobre todo de jóvenes pobres. Este fracaso de la democracia actual resulta, en buena parte, de la cleptocracia que, poco a poco, está infiltrándose en su corriente sanguínea. Nuestra democracia está convirtiéndose en el instrumento de los cleptómanos para lograr sus propósitos, emborrachados de poder.

La cleptocracia se refiere al sistema de poder, en todos sus ámbitos, tanto en el público como en el privado, donde se ha institucionalizado la corrupción y sus derivados como el nepotismo, el clientelismo político y el comportamiento fariseico.

Ello explica el comportamiento predatorio de parte de la dirigencia política y empresarial. Escribe Mancur Olson: “Cuando ganar está más incentivado que producir, cuando se obtienen más beneficios con la predación que con las actividades productivas y mutuamente ventajosas, las sociedades se hunden.”

Por eso, la economía argentina está estancada desde hace 10 años. Ello en un contexto inflacionario que no cede. La inflación en este período ha sido, en promedio, superior al 32% anual. En esos años, la suba de precios de los países emergentes y en desarrollo alcanzó, en promedio, poco más del 5%. ¡Un escándalo!

La inflación es un impuesto a la tenencia de dinero. Por lo tanto, tal impuesto recae especialmente sobre los menos informados y más débiles. La inflación redistribuye el ingreso nacional a favor de los más poderosos en desmedro de los pobres y de la clase media. Y favorece a los oportunistas, a quienes tienen mayor información. Por ello es un fenómeno claramente predatorio, con actores dispuestos a alentarla y con gobiernos cuyo populismo hace de obstáculo para la toma de medidas racionales. La encuesta del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) revela una realidad vergonzante: nuestro país tiene un 44,2% de pobres en tanto que hace dos años tenía 33,6%. Y nada indica que este proceso perverso habrá de detenerse y menos retroceder.

No sólo se incrementa el número de pobres, buena parte de la gente de clase media se está convirtiendo en población pobre. Para colmo, el 64% de los jóvenes de menos de 17 años, según la encuesta, son pobres. Y en la medida que la edad aumenta, el número de pobres disminuye. Ello significa que, en el futuro, la pobreza habrá de incrementarse.

Para paliar las consecuencias de la pandemia, en vez de dirigir toda la atención al déficit fiscal, el Gobierno hizo lo contrario, aunque en rigor de verdad esta política de aumento del gasto público había comenzado apenas asumido. No está libre de esta irresponsabilidad, la anterior gestión.

En una suerte de keynesianismo “berreta”: se pretendió reactivar la economía con un aumento del gasto público, con financiamiento por emisión monetaria.

Y acá no nos referimos a los subsidios realmente imprescindibles para la coyuntura.

Ergo, la velocidad de circulación del peso, se acentuó. La velocidad de circulación tiene el mismo efecto inflacionario que un incremento de la masa monetaria.

La inflación, interanual a octubre, fue de un 37,2%. Y aunque parezca menor a la del 2019, no es precisamente así. Porque en el 2020, muchos servicios como el transporte, los alquileres, y la telefonía, entre otros, se mantuvieron congelados. La categoría de electricidad, gas y otros combustibles no ha registrado aumentos en 13 meses. Y una variada gama de precios de alimentos estuvo “pisada”. Los congelamientos de tarifas son un arma que guarda alguna que otra bala a salir por la culata. 

Con este cuadro ¿cómo es posible esperar una mejora?

Siempre existe la esperanza de un cambio de rumbo. Urge volver al mérito, la idoneidad, la honestidad y el coraje en la determinación de acciones nada populistas, como soportes del poder. Si algo de ello se lograra, la inflación como generadora de pobreza, comenzaría a reducirse.

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