María Laura Riba o la escritura como acto de fe en la vida
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
María Laura Riba es una buscadora incansable, su estar en el mundo es la búsqueda de un lugar a donde viajar hacia adentro o hacia afuera, hacia abajo (¿por qué no?) o hacia arriba (¿qué es el arriba?). En los noventa llegó Corrientes desde Buenos Aires dispuesta a descifrar por qué el Paraná dice lo que dice cuando lame las siete puntas de la ciudad de Vera. ¿Qué le habrá ido convidando el “pariente del mar” y su gente para que la poeta empezara a creer (o afirmara) que “en principio era la fábula”? En su manía fisiológica de escribir aborda con solvencia la narrativa larga y breve-brevísima y por sobre todo la poesía donde construye su casa, su hábitat muchas veces azotado por vendavales y otras por brisas vivificantes como el rocío aquel de la cosmogonía guaraní. Veamos lo que dice Riba en entrevista hecha por el portal Ñee Porá respecto a esta casa íntima que resulta la poesía: La novela o la poesía, ¿dónde nos acercamos más a María Laura? “En la poesía. Si alguien quiere saber cómo soy íntimamente tiene que leer mis poemas. En la prosa puedo ser varios personajes, invento y me divierto. En la poesía van mis sentimientos, mi ser interior, mi ser más profundo”.
Es innegable el enriquecimiento, el aporte que viene haciendo la obra de María Laura a la literatura correntina y no solo con su obra de creación, sino también como periodista cultural a través del portal online de noticias Momarandú, acaso el primero de este tipo en la provincia.
La poeta sabe con el maestro japonés Basho que “no se sigue el camino de los antiguos sino que se busca lo que ellos buscaron”. Por eso la búsqueda es el camino mismo, y no no hay modo evitar la ardiente paciencia, lo dice M. L. Riba: “Escribir es un acto de vida, nada más. Me muero si dejo de escribir. Pero qué infeliz sería si no lo hiciera. Consciente o inconsciente no sé, es algo que me empieza a caminar por el cuerpo y no aguanto hasta que lo escribo. Hay que sacarlo y escribir. Pienso constantemente en la escritura, va conmigo, es un acto de fe en la vida”.
Hace unos años Riba publicó un intenso poemario titulado Un Sapucay en la Nieve. El mismo aborda la guerra de Malvinas y esa herida que no termina de cerrar. Allá por el 2015 saludábamos así al libro: “María Laura Riba propone un libro coral cuyo basamento es la llaga, la herida aún abierta de la guerra de Malvinas. Libro épico, aunque aquí el héroe, a diferencia de los griegos, no está en una escala intermedia entre el hombre común y los dioses sino está al ras acuciante de la muerte; un niño-ángel un ángel-muchacho demasiado muchacho que se repite una y otra vez como un himno: ‘la muerte no tiene color, madre’ mientras un ‘sapucay se alza, coceador feroz…’.
No puedo dejar de pensar en aquel libro, en su fondo, en cómo María Laura ha tenido que llevar al extremo la propuesta de Pessoa: “El poeta es un fingidor./Finge tan completamente/que hasta finge que es dolor/el dolor que en verdad siente”. Aquí la voz de la poeta respira en el otro/por el otro, deja su propio cuerpo sea el cuerpo del otro para decir la tragedia y lo que es más: vivirla.
Muestrario mínimo
Cruza tu noche una ráfaga
[de nieve.
La sangre se hace escarcha
[bajo la tela
[de las zapatillas.
Cómo crujen los dedos en
[aquella madrugada
[de olvido.
Un sapucay corre hacia
[el viento de las balas.
Aquel grito
nadie sabe bien por qué
duele más que el descaro
[de la muerte.
III
Durante la madrugada
Un colibrí ha crecido en su pecho [de adolescente niño.
Se respira vivo.
Él sabe que en aquella tarde verde
[por primera vez
la rasgada mirada profunda
[de ella
se demoró en sus ojos oscuros.
Ella lo ha dejado iluminado
como las aguas del río
cuando por las noches
le crecen lunas de camalote.
Ella también ignora
[el silbido de una bala.
Ella todavía piensa
nadie puede ser más feliz
[que nosotros dos
[en este mundo.
XVI
El adolescente con rasgos
[de soldado
tirita junto a la mínima llama
[de silencio
que azuza el fuego.
Otro soldado
un hermano
un amigo,
le enseña una cruz de plata
[que le sirve de consuelo.
En los ojos oscuros de la noche
sin sorpresa
un lúgubre silbido nace
y recorre los huesos.
Todo se petrifica de pronto...
Qué ruido más blando.
Qué ruido más seco.
Y la cruz se hace bala
y la bala agujero
[en el pecho de plata.
Él
que solo ha sabido mirar
[nubes de sueños,
no sabe cómo dejar de mirar
[hacia los ojos del soldado
que se ha vuelto viejo.
Ay...
La luna se escondió negra en su
[mochila de muerto.
***
A la distancia
curvada hacia el horizonte
la madre no mira y calla.
Tiene rotas las palabras.
Hay temores que nacen
[en la espalda.
***
Soy Sapucay
y los huesos me duelen de olvido.
Ardo en la madrugada,
fuego atávico robado
[a mis dioses perdidos.
Me hice llama guaraní
[en el sur de una guerra
cuando vi nacer hombres
[de los adolescentes
[cuerpos idos.
Soy Sapucay
y no niego mi coraje
[ni a la piel
[de las trincheras.
Me alzo como mi patria
[abierta en cruz
y rezo como rezan los niños:
con fe
con inocencia.
Tal vez entonces,
grito sabio y ancestral,
caliente la sangre helada
[de las venas.
Soy Sapucay y estoy llorando.
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